En 1969 fue enviado a San José de Costa Rica por su padre a realizar un curso de Ciencias Políticas, permaneciendo allí durante algunos meses.
Al regresar de Costa Rica, su padre le acondicionó y arregló su antigua oficina, donde siempre mantuvo la misma hasta el día de su muerte.
En dicha Oficina de Abogados acogió con beneplácitos a varios abogados puertopalteños recién graduados, como fueron: Lic. Juan Pablo Plácido Santana, Lic. Vernon Aníbal Cabrera, Lic. Gregory Castellanos Ruano, Dr. Clifford Leandro Grand Martínez, Lic. Pedro Virilio Buena Batista, Lic. Felipe González Almonte y otros.
Como vemos el doctor Muñiz Hernández formó a jóvenes abogados en el campo del Derecho, abriéndole las puertas de su oficina. De ahí, es que se ha dicho que formó su escuela llamada la “Pachungada”.
Siempre mantuvo las puertas abiertas a los nuevos abogados, que iban en busca de orientación jurídica.
Por muchos años fue Suplente de Juez de Paz del municipio de Puerto Plata, único cargo que ocupó en su vida en la judicatura nacional. En los últimos años, siempre decía que aspiraba a ser Juez de la suprema Corte de Justicia.
Fue Asesor Jurídico de la Asociación de Guías Turísticos de Puerto Plata, por muchos años.
Casó en primeras nupcias con catalina Martínez y tuvieron dos hijos; Guarocuya y Lautaro Muñiz Martínez; en segundas con Mayra Mena, procrearon dos hijos: Aldemaro y Naya Muñiz Mena (hoy en día son dos abogados y el primero es Juez de Corte en Santiago de los Caballeros); y terceras nupcias con Daysi Ureña, tuvieron un hijo: Caonabo Muñiz Ureña. Su hija mayor se llama Karina Muñiz, residente en Estados unidos de América.
Es una lástima que no se dedicara a las letras, como oficio. Pues tenía todas las condiciones dadas para ser un magnífico escritor. Era un artista de las palabras.
Escribió poesías y algunas de ellas fueron publicadas en periódicos de Puerto Plata por gestiones de amigos, en El Faro y El Porvenir. .
Viajó por diferentes países de América y Europa.
Vivió por 31 años de su lengua, como solía decir, en público, en su condición de abogado. Jamás transgredió la ética jurídica y siempre actuó correctamente en su vida profesional e intelectual. No engañó a nadie.
Compartió en tertulias bohemias con grandes amigos y colegas.
No hizo fortuna alguna en el Derecho. No tiene de qué arrepentirse en la vida.
Jamás dejó de estudiar y leer. Vivió para sus libros y su familia.
Ante la muerte intensamente dolorosa del doctor Manuel María Muñiz Hernández solo queda el consuelo de aquella frase lapidaria del apóstol cubano José Martí: “cuando se muere en los brazos de una patria agradecida empieza con el morir la vida”.