Peña y Reynoso nació en Arenoso, Santiago, el 1º de enero de 1833, hijo de Diego de Peña y de Juliana Reynoso, ambos oriundos de las islas Canarias, aunque otros autores indican que nació en Licey, el 2 de diciembre de 1834. Se formó a sí mismo en las sociedades culturales de dicha ciudad, aunque se sabe que estudió bajo las orientaciones de Benigno Filomeno de Rojas, del presbítero Gaspar Hernández y de Juan Luis Franco Bidó, de quien luego fungió como secretario.

Como periodista alcanzó elevados niveles de excelencia como queda patentizado en los diversos medios periodísticos que fundó. (1) Fue un educador nato que asumió como ideal la reivindicación de los pobres, posición en la cual se aproximaba a la de Bonó. Desde temprana edad manifestó su vocación hacia la enseñanza pues se dedicó a impartir clases particulares desde los dieciséis años. Se le ha considerado además como un hombre de acción «que subordinaba toda su existencia y, específicamente, la elaboración intelectual a la plasmación del ideal». (2)

Aunque se conocen escasos detalles de los primeros años de su vida se sabe que combinó su vocación académica con la promoción de actividades culturales y la fundación de sociedades de fomento del desarrollo local. En 1859 emigró a Cuba donde permaneció por espacio de quince años, luego de lo cual se radicó en Santiago, su «patria en la patria», como él la llamaba, tras lo cual describió el oscuro panorama cultural que encontró a fines de 1873:

“Entonces todo era breñas en el campo intelectual de nuestra pobre patria. Faltaban retribución y serenidad a la escuela; propósito y seguridad a la asociación; libertad y cortesanía a la prensa; amor y aliento a la ancianidad; fe y esperanza a la juventud. Pues bien, en tan aciagas circunstancias me cupo a mí el papel de Sembrador del Evangelio en Santiago. Y di allí nueva vida a la escuela, a la asociación y a la prensa; y reanimé los ancianos y entusiasmé a los jóvenes”. (3)

Manuel de Js. Peña y Reynoso (1833-1915)

A tono con este convencimiento, Peña y Reynoso emprendió con ímpetu en Santiago una ingente labor en pro del desarrollo de la educación y la cultura que incluyó el establecimiento, el 10 de octubre de 1873, del colegio La Paz, de enseñanza primaria, en el que laboraron Federico García Copley (1823-1890) padre del crítico Federico García Godoy, y José María Vallejo. Al año siguiente, creó la escuela dominical La Concordia, destinada especialmente para artesanos en la cual la enseñanza se impartía gratuitamente e incluía las materias de lectura, escritura, nociones de gramática, aritmética, así como deberes y derechos del hombre.

La fundación del Ateneo Amantes de la Luz

En junio de 1874, tras la dictadura de los Seis Años de Buenaventura Báez, Peña y Reynoso se interrogaba sobre las tareas a ejecutar “para no envejecer en medio de la opresión, de la guerra civil, de la miseria, de la vergüenza» y proponía la ilustración como tabla de salvación. Principalmente se debía procurar ilustrar a los más jóvenes de su generación que a su juicio eran los «llamados a regir los destinos de la patria”. (4)

El 4 julio de 1874 se firmó el acta de instalación del Ateneo Amantes de la Luz, su obra magna, en la que cada socio debía aportar seis pesos y un libro, y desde la cual Peña y Reynoso logró fraguar sus proyectos educativos. La entidad tenía como lema la instrucción y mutuo socorro de sus miembros y la difusión de la verdad en la provincia de Santiago. La entidad procuraba además por el establecimiento de una biblioteca pública, la creación de un círculo literario, la fundación de un periódico y la apertura de escuelas dominicales.

Los obstáculos a la educación

Cinco años más tarde, Peña y Reynoso resaltaba los principales escollos que afectaban a la educación, a saber, la indiferencia de los padres o tutores por “la elevación intelectual y moral de sus hijos o pupilos”, la “frecuente falta de asistencia de la mayoría de los alumnos al colegio” y para subsanar esto proponía sancionar con multas a los padres de los niños que vagaran por las calles y plazas durante los días y horas de clases y el fomento de las librerías municipales

Destacaba además la “interrupción de la ilación de todos los ramos en su espíritu”, la carencia de libros de textos, la “imposibilidad” de que la memoria contribuya al desarrollo de la inteligencia. Igualmente, la “imposibilidad” de que el director del centro dedique algún tiempo a la elaboración de libros de textos y de que este pueda sufragar con su salario los gastos familiares para lo cual sugería la designación de un ayudante para el mismo. (5) En 1879 el Ateneo inició una escuela nocturna para analfabetos y al año siguiente una escuela dominical para aguateros.

Asimismo, confiaba el progreso de la nación a la autogestión de las comunes lo cual demandaba el cese de la injerencia del Poder Ejecutivo en ellas, y la plena autonomía de los municipios, a quienes percibía como los soberanos directos de los intereses comunales. El progreso de la nación se hallaba subordinado al desarrollo las comunes y el de estas a la liberación de los municipios. Entendía que el gobierno central usurpaba parte de las rentas de las comunes y solo cuando estas pudieran disponer de los recursos que ellas mismas generaban estarían en condiciones de atender de manera eficaz:

“[…] el primero de sus institutos, a la educación popular, entre los niños, por medio de la escuela diurna; entre los artesanos y braceros que no sepan leer, por medio de la escuela nocturna; entre los agricultores que tampoco sepan leer, por medio de la escuela dominical; entre todos los ciudadanos que sepan leer, por medio de la prensa periódica y de la biblioteca pública”. (6)

Pero entendía esta medida como insuficiente sino se formulaba una Ley de Ayuntamientos que asigne a las comunes todos los impuestos recaudados localmente:

“[…] Es también necesario que no todos los proventos nacionales continúen destinado al ataque de parte de las revueltas y a la resistencia de parte de los gobiernos, esto es, a nuestra sangrienta educación política. Es también necesario que parte de esos proventos nacionales ataque de la luz contra la sombra civil, esto es, a la educación popular, se destine por fin al que abreviará las dolorosas pruebas de nuestra educación política”. (7)

La educación popular

La educación popular debía ser “la primera misión de los gobiernos, municipios, familias y ciudadanos”. En vano el país tendría instituciones libérrimas si el legislador no la imprime en su propia conciencia y en la de las mayorías de sus conciudadanos. De no lograrse esta, el pueblo sería una “numerosa caravana”, un viaje a través del desierto y su prosperidad solo sería un “espejismo” siempre visto en lontananza a través de las revueltas.

Peña y Reynoso concibió la educación como “la elevación intelectual y moral” de los ciudadanos y la educación popular en particular como tarea prioritaria de los gobiernos, los municipios, las familias y los ciudadanos. Solo por medio de la educación popular se podía alcanzar la paz y desarrollo social. Concebía al maestro como el “redentor de las sociedades oprimidas y miserables”.

El maestro debía ser el “padre espiritual de sus alumnos” mientras la escuela debía convertirse en una fecunda extensión del hogar. Lo definía como el “redentor” de las sociedades oprimidas y miserables, y para las sociedades disponer de estos entes liberadores, a la altura de su misión, se requería que los mismos recibieran un justo estipendio, aunque no bastaba un buen salario pues se precisaba también seleccionar los que poseían formación y educar otros en la escuela normal.

Al igual que Espaillat, entendía que el desarrollo de la educación se hallaba supeditado a la formación de maestros. Planteó como prioritario la depuración de los maestros en servicio, así como formar otros nuevos por medio de la sanción y de la enseñanza de la Escuela Normal «constituida por profesores de ciencia y conciencia”.

En 1884 el general Benito Monción, a la sazón gobernador del distrito marítimo de Montecristi, trató de reclutar a Peña y Reynoso para que dirigiera una escuela allí. Y, ante la resistencia que mostraron algunos sectores conservadores de Santiago para que este retornara al país desde Santiago de Cuba, donde se hallaba casi proscrito, Eugenio Deschamps, su sobrino, escribió una pequeña nota en los siguientes términos:

“Hay sobradas razones para no querer que el hombre de la Evolución vuelva al país. Que no vuelva. Es justo. El señor Peña y Reynoso sabe crear escuelas, sabe instituir sociedades, sabe educar jóvenes revolucionarios, revolucionarios del derecho y de la libertad, sabe enseñar cómo se conquista el porvenir, sabe en fin levantar pueblos. ¡Qué no venga!”. No se crea que la indiferencia de su alma ha embotado los sentimientos patrióticos de su alma; los Cristos no saben decaer, porque los Cristos saben que el galardón que han de obtener es el anatema de sus redimidos, porque los Cristos sabe que no han de conseguir sino el Gólgota como premio”. (8)

Referencias

(1) El Cibaeño (23 de octubre de1857), periódico literario y político, El Dominicano, El Eco del Yaque, La Paz (1875) y La Vida Nacional. Editó otros periódicos en Montecristi (Los Nuevos Poderes) y en Puerto Plata (La Esperanza y El Propagador).

(2) Roberto Cassá, “El letrado combatiente”, presentación a Andrés Blanco Díaz (editor), Manuel de J. Peña y Reynoso. Escritos selectos, Santo Domingo, 2006, p. 14.

(3) Carta de Peña y Reynoso a César Nicolás Penson, Cuba, 23 de junio de 1892 en Revista Dominicana de Cultura, vol. I, No. 2, (diciembre de 1955), pp. 345, 355 y 356.

(4) Andrés Blanco Díaz (editor), Manuel de Js. Peña y Reynoso. Escritos selectos, p. 284.

(5) Ibidem, p. 299, “Discurso en los exámenes del colegio municipal de San Felipe”, 22 de diciembre de 1879.

(6) Ibidem, p. 300.

(7) Ibidem, 301.

(8) La República, 30 de enero de 1884.

Nota: La foto se tomó de la cubierta del libro antes citado.