Estimados colegas, familiares, amigos, damas y caballeros

Hoy, al recibir este honor como Maestro de la Medicina, me invade una profunda gratitud que trasciende lo personal. Este reconocimiento no es solo un logro individual, sino una celebración compartida con todos aquellos que han sido parte de mi recorrido en esta noble vocación. Es un reflejo de las manos que han tocado mi camino, las voces que han guiado mi pensamiento, y los corazones que han compartido su confianza y secretos más profundos.

Esta distinción, no es de uno solo, es en realidad la culminación de una sinfonía interpretada por muchos. A mis padres, les debo las bases que me han sostenido en este viaje. Nos enseñaron que los sueños, aunque frágiles, son los motores del progreso, y que la curiosidad es la chispa que enciende la llama del conocimiento. Crearon un hogar donde el trabajo, la academia, los deportes y la cultura eran pilares, crecimos en un entorno que alentaba el pensamiento crítico , elevado , libre de las ataduras de la gravedad.

A mis maestros, quienes con paciencia y sabiduría me mostraron que el arte de sanar no es solo ciencia, sino una combinación de conocimiento, empatía y humildad y a veces sexto sentido . A mis colegas y alumnos, compañeros en los desafíos diarios, compartiendo el verdadero valor de la colaboración, el respeto y la entrega.

Pero, sobre todo, a los pacientes, quienes, en su lucha por encontrar sanación, confían en nosotros con su vulnerabilidad y esperanza. Son ellos quienes, entre lágrimas, temores y alegrías, nos revelan el cosmos de sus vidas y nos invitan a ser parte de sus historias. Es en estos momentos, cuando enfrentamos nuestra esencia de "seres extraños, endiosados y vilipendiados," es que comprendemos la grandeza y la humildad de nuestra vocación. A menudo, somos los primeros en darles la bienvenida al mundo y los últimos en despedirlos cuando parten.

El arte de curar, sin embargo, es imperfecto, un conjunto de conocimientos y procedimientos en constante transformación. Es un río de información que fluye, siempre cambiante, desafiándonos a navegar sus corrientes, conscientes de nuestras propias limitaciones. En esa imperfección radica nuestra mayor responsabilidad: reconocer que, aunque buscamos la certeza, debemos abrazar la incertidumbre con respeto y un constante espíritu de servicio.

A mi esposa, mi compañera de vida y ancla a la tierra, le debo más de lo que las palabras pueden expresar. Ella es quien, de vez en cuando, logra enlazar y traer de vuelta al suelo el asteroide en el que viajo, recorriendo el universo a horcajadas de mis sueños y la incansable búsqueda del supremo.

A mis hijos, nieto y hermanos, quienes con sus miradas e interrogantes han sido mis jueces más sinceros, y quienes, con su carácter firme y su integridad, me permiten presentarme sin máscaras y expresar las verdades más descarnadas, mientras preservamos, al final, el profundo amor que nos une. Les agradezco por mantenerme fondeado en el puerto de la realidad, recordándome que la grandeza no se mide por los logros, sino por la calidad de nuestras acciones y la esencial pureza de nuestras intenciones.

El filósofo Friedrich Hegel dijo: "Nada grande en el mundo se ha logrado sin una gran pasión." El camino del curandero, en su esencia más pura, es justamente eso: una pasión que exige entrega absoluta, un compromiso inquebrantable con el bienestar de los demás, una llama que arde sin descanso en busca de aliviar el sufrimiento humano. Pero también es un llamado a la humildad, a reconocer que, en nuestra búsqueda de la perfección, debemos estar siempre dispuestos a aprender, a escuchar, y a crecer.

Este honor, entonces, no es solo una celebración del pasado. Es un faro que ilumina el camino hacia el futuro, un recordatorio de que la verdadera grandeza en el arte de sanar no se mide por los títulos o logros, sino por la humanidad que ponemos en cada acto, por la compasión que ofrecemos a cada paciente, por la pasión con la que servimos a quienes confían en nosotros.

Las palabras de Albert Camus resuenan con fuerza: "La verdadera generosidad hacia el futuro consiste en entregarlo todo al presente." Cada acto en el cuidado de otros, por pequeño que sea, tiene el poder de cambiar vidas, y es ese poder el que debemos abrazar con todo nuestro ser.

Agradezco profundamente a cada uno de ustedes por este inmenso honor y por su compañía. Continuaré mi labor con el mismo ímpetu y dedicación, recordando que la verdadera maestría en este oficio no reside solo en el conocimiento experto, sino en el arte de cuidar con un corazón pleno de indulgencia .

Con gratitud profunda y renovado compromiso, seguiré adelante, inspirado por el ejemplo de todos ustedes, mis colegas, y por el impacto que juntos podemos lograr en la vida de nuestros pacientes.

Gracias por acompañarme en esta travesía y por ser parte de este momento tan significativo en mi vida.

Carlos H. Garcia Lithgow