Celebramos recientemente los sesenta años de constitución de la Conferencia del Episcopado Dominicano, un organismo colegial permanente de los obispos católicos de la República Dominicana, marcando con ello el empuje decisivo de la Iglesia católica dominicana, que bajo el liderazgo del recordado Octavio Antonio Cardenal Beras Rojas se abrió a un proceso de renovación, en sintonía con los aires promisorios de novedad del gran Pío XII y varios movimientos eclesiales que apuntaban a una renovación.

 

La creación de las nuevas jurisdicciones eclesiales de las diócesis de Santiago de los Caballeros y La Vega, así como la Prelatura Nullius de San Juan de la Maguana, pronto dieron a la Iglesia la convergencia de auténticos hombres de Iglesia y de Dios: Monseñor Francisco Panal Ramírez, Monseñor Tomás Francisco Reilly, Monseñor Juan Félix Pepén Solimán y Monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, que dotaron a la comunidad católica nacional de un gran calado espiritual y empezaron a jugar un papel de contrapeso en los temas más importantes de la vida nacional.

 

Sintonía eclesial

 

Las nuevas jurisdicciones y sus prelados tuvieron un tiempo peculiar de maduración institucional. Eran los últimos años de la dictadura, y en el fragor de nuevos aires para el país se dio la formalización de la colegialidad episcopal dominicana, a la cual los resabios de la dictadura hicieron compactar monolíticamente, por lo que ya era solo cuestión de ajustarse a la cada vez más común regularización o vinculación de los episcopados nacionales bajo la figura institucional de lo que ha venido a llamarse ‘conferencias episcopales’, proceso que inició el papa León XIII.

 

Magisterio

Un legado incólume del primer grupo de obispos dominicanos lo constituye la célebre Carta Pastoral del 31 de enero de 1960 contra los desmanes de la dictadura: “No hay nada seguro para ellos ni para el hogar, ni los bienes, ni la libertad, ni el honor”, gritaba el manifiesto pastoral para referirse a la situación del país y de sus habitantes.

Ese legado es la principal contribución del Episcopado dominicano, un magisterio que conectado con las grandes líneas de la doctrina cristiana procura una enseñanza encarnada que responda a los desafíos más trascendentales del país.

 

Compromiso social

 

Más allá de lo doctrinal, el tema que convirtió a la Iglesia en un gran actor de la vida pública del país ha sido la preocupación social.  Los años de la posguerra devinieron en la llamada gran revolución cultural de los años de la década de 1960, pero América Latina estaba peleando otra revolución, la de la opresión y la dependencia, los regímenes autoritarios y las desigualdades sociales.

Esa sintonía epocal dominicana, y latinoamericana, en torno a la cuestión social ha sido la punta de lanza de la enseñanza de los obispos católicos dominicanos.

Recepción conciliar

 

Monseñor Beras y Monseñor Pepén estuvieron en el Concilio Vaticano II; esa sola participación fue ya de por sí un hito en la historia de la Iglesia dominicana.

 

El papa Pablo VI fortaleció el carácter institucional de las conferencias episcopales y estas se transformaron en el vehículo natural para la aplicación de las líneas generales y conclusiones del Concilio Vaticano II.

 

Fiel a ese oficio, la República Dominicana acogió sin mayores preocupaciones la revolución pastoral, doctrinal y cultual que significó el Concilio.  El liderazgo episcopal fue puesto a prueba y salió airoso en la aplicación de reformas y renovaciones drásticas en la vida de la Iglesia y sus instituciones.

 

Renovación eclesial

 

Prontamente, la Iglesia dominicana se afrontó a una sociedad que ya empezaba a dejar atrás el dominio de los entornos rurales para volverse cada vez más urbana, y el Concilio le vino como anillo al dedo para hacer de la comunidad cristiana un espacio capaz de interactuar con una nación que comenzaba a dar sus primeros pasos en democracia y en libertades públicas.

 

La Iglesia se hizo ciertamente nueva y acogió la novedad del Espíritu, que se manifestaba en tantos signos de los tiempos, del caminar del pueblo dominicano, que ya no solo había salido de la dictadura, sino que se estaba levantando de los escombros de la Revolución de Abril. Así, los jóvenes y sus inquietudes tenían un sitio en las parroquias y clubes, como una voz que se atrevía a la disidencia, mientras los pastores hacían de interlocutores con los constructores de la sociedad.

 

Desarrollo pastoral

 

En los últimos cuarenta años el liderazgo eclesial dominicano ha estado marcado por una praxis pastoral que brota de los planes de pastoral, concebidos como instrumentos que faciliten la labor apostólica desde una perspectiva dominicana centrada siempre en lo nacional. Ya son tres los planes nacionales de pastoral que atestiguan la hondura de las inquietudes pastorales de los prelados dominicanos, así como su apuesta para que la clave eclesial del Vaticano II aterrice en el decisivo y siempre necesario protagonismo de los laicos en la vida de la Iglesia y en la vida civil.

 

La otra sinodalidad

 

Sesenta años de historia sitúan a la Conferencia del Episcopado Dominicano como la institución eclesial que ha de liderar un modo nuevo de escucharnos en sociedad. Es la llamada a la otra sinodalidad que está demandando el papa Francisco, en la que seamos capaces de escuchar a todos y ponerlos en el centro de nuestra atención, valorando la diferencia como una oportunidad para seguir construyendo juntos una sociedad más abierta, justa, solidaria e incluyente.