“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, sentenció Albert Einstein.
En República Dominicana, la violencia contra la mujer ha sido retratada desde sus números: estadísticas de denuncias acumulándose en las fiscalías, frías cifras en los informes del Instituto Nacional de Ciencias Forenses. Semana tras semana, las noticias nos dejan el eco de un feminicidio. Y aunque muchas víctimas alzaron la voz, dejaron evidencias y hasta formularon denuncias, el desenlace fue el mismo. Nos hemos quedado lejos, muy lejos, de un cambio real.
¿De qué sirve mostrar el calvario de las mujeres asesinadas, con sus rostros marchitos invadiendo pantallas y titulares? ¿Qué se logra aislando a las sobrevivientes en refugios, alejándolas de sus vidas, de sus sueños, de sus medios de subsistencia? ¿Cómo podemos creer que el silencio o el encierro bastarán para detener esta ola interminable de violencia?
La violencia contra las mujeres tiene un rostro: hombres. Hombres con nombres, hombres con historia, hombres ocultos tras el manto del anonimato mediático. Imagina, solo imagina, que mostráramos sus rostros. Que llenáramos las páginas de los periódicos con las caras de quienes han agredido, violado o asesinado. Que la sociedad pudiera reconocer a los culpables, que los entornos cercanos pudieran protegerse, que la vergüenza pública pesara más que el miedo.
Es momento de transformar el silencio en justicia, la invisibilidad en memoria y los nombres olvidados en una advertencia.
En lo que va del año, 61 mujeres han sido asesinadas: feminicidios íntimos y no íntimos, mal contados. Detrás de esos números, hay al menos 60 hombres. Hombres que pensaron que la vida de una mujer les pertenecía, que extendieron su violencia incluso a los hijos e hijas, a las hermanas, a las madres. ¿Y si los señaláramos? ¿Y si les arrancáramos la máscara de la impunidad?
Contar las historias de las mujeres no ha bastado. Es hora de describir la vida de los agresores. Es hora de mirar hacia quienes siembran el terror, hacia quienes perpetúan un ciclo de odio que nace del machismo. Porque los hombres no nacen violentos; es esta cultura patriarcal la que los alimenta, la que los convierte a algunos en verdugos, en asesinos.
Hacer lo mismo una y otra vez nos ha mantenido en un camino estéril. Si de verdad deseamos erradicar la violencia contra las mujeres, y no colocar solo titulares en los medios, necesitamos romper con las estrategias de siempre. Necesitamos un cambio alternativo.
Es momento de transformar el silencio en justicia, la invisibilidad en memoria y los nombres olvidados en una advertencia. Porque si queremos un mundo sin violencia hacia las mujeres, primero debemos atrevernos a mirarla de frente.