Introducción

En días recientes ha circulado un extenso listado de los  dominicanos que formaron parte de las fuerzas militares norteamericanas y participaron como combatientes durante la segunda guerra mundial. Tras sobrevivir a la terrible conflagración bélica, figuran en el listado de veteranos de guerra.

Es probable, pero no se consigna, que en la misma fuente generadora de la referida información se encuentre también el listado de los soldados de origen dominicano muertos en combate, tema del que tan poco se ha hablado y del cual, al menos por estos lares, no existen investigaciones sistemáticas segmentadas por países.

En lo que respecta a nuestro país, apenas hemos podido identificar algunos nombres, como es el caso, por ejemplo, del joven aviador Cosme Ureña, natural de Sánchez y que murió combatiendo en el frente de Sicilia en septiembre de 1943 o el caso de Alfredo López  y  su hermana Evelina, hijos de Don Maximiliano Antonio López, también veterano de la segunda guerra mundial. ¡Qué importante sería contar con tan importante información histórica lo más actualizada posible!

Pero hay otra lista que nunca se registra en todo su alcance y es la cantidad de víctimas inocentes en toda conflictividad bélica, cumpliéndose así esa fatídica sentencia de Stalin conforme la cual “una muerte es una tragedia, pero un millón es sólo una estadística”.

Como muchos países de la región, la República Dominicana tuvo que pagar con un triste saldo de víctimas y considerables daños materiales el alineamiento geopolítico de Trujillo con los Estados Unidos y los aliados, luego que el tirano decidiera declarar la guerra a los países del eje el 9 de diciembre de 1941 para secundar al imperio del norte y su decisión de entrar a la conflagración tras el ataque a su base naval de Pearl Harbor.

Pero preciso es reconocer que antes y tras desatarse la segunda guerra mundial,  contienda, en todos los países del mundo se incrementaron a niveles inauditos las acechanzas y el espionaje. República Dominicana no fue ajena, por ejemplo, al espionaje alemán , como quedó demostrado con el caso del joven espía nazi Heinz August Luning, entrenado por sus servicios secretos  y  quien vivió entre nosotros bajo el ropaje de dedicarse al comercio de importaciones.

Luning retornó a Alemania en 1941 y regresó luego al Caribe, desde Hamburgo,  fingiendo ser un pasajero de tránsito hacia Honduras, pero su objetivo era  radicarse en Cuba, donde aperturó una casa de modas denominada “Estampas”, disfraz tras el cual realizaba tareas de espionaje informando, entre otras cosas, de la ruta de las naves enemigas, información que obtenía, especialmente, en las tabernas que frecuentaban los marineros.

Fue descubierto por la policía de La Habana con apoyo de agentes de inteligencia norteamericanos y británicos, siendo apresado, enjuiciado y fusilado en septiembre de 1942.

Fueron aquellos tiempos de horror y espanto en todo el orbe. En lo que a nosotros respecta, tanto el Caribe como el Atlántico se convirtieron en teatro privilegiado de la conflagración submarina que alentaban las potencias del eje, y muy especialmente los submarinos alemanes, contra las fuerzas aliadas.

En el país operaba por aquellos días una misión naval norteamericana comandada por el Coronel Butter, del Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos. Este alto militar murió poco después combatiendo en Okinawa. Según datos registrados, dicha misión tenía en su haber ocho cazas submarinos y un buen número de aviones de patrulla.

Tan manifiesta era la paranoia en la época; tan omnipresente la desconfianza, que  se hizo famosa una anécdota relatada por Gilberto Odalis Fiallo conforme la cual una madrugada, entre dos luces, frente a punta caucedo, el caza submarino No. 535 al mando del Capitán Vancleef cañoneó equivocamente a la motonave nacional Julia, confundida con un submarino enemigo.

Percatándose del error, el marino norteamericano se deshizo en disculpas con el capitán  de la nave don Juan Beótegui, al tiempo que le expresaba: “Gracias a Dios que no ha sucedido nada”, respondiéndole en el acto el avezado marino hispano-dominicano con su probada firmeza y elocuencia: “Gracias a Dios, no”, a su mala puntería, Capitán”.

Pero aquel mes de mayo de 1942 el conflicto parecía haber llegado a su clímax. Para hacerse una idea de su crudeza, basta reparar en que, según las  informaciones oficiales ofrecidas entonces por el gobierno de los Estados Unidos, entre mediados de enero y finales de mayo de aquel año trágico, fueron hundidos y averiados más de doscientos barcos pertenecientes a países de nuestra región  por parte de los sumergibles alemanes, incluyendo el caso de aquellos que aunque habían roto formalmente relaciones diplomáticas aún no habían declarado hostilidades.

En aquellos primeros cinco meses de 1942, por ejemplo, Panamá perdió doce barcos, Brasil cinco, México dos, Honduras 3, República Dominica dos, uno Uruguay y otro Nicaragua. Y cabe imaginar la gran cantidad que perdieron entonces los Estados Unidos.

A abordar algunas incidencias de la terrible tragedia de la destrucción de los principales barcos dominicanos, el San Rafael y el Presidente Trujillo, estarán dedicadas las presentes líneas, pero cabe destacar que por aquellos días se perdieron también las goletas Carmen, Irma y Nueva Altagracia, quedando prácticamente diezmada la incipiente marina mercante  dominicana.

Además de la prensa de la época, en la reconstrucción de estos hechos resulta imprescindible recurrir a un testigo privilegiado y estudioso sin pausa de los temas militares y navales como lo fue el Contralmirante Cesar Augusto de Windt Lavandier así como a los destacados expertos en temas marítimos Gilberto Odalis Fiallo y Alberto Rogers, entre otros dignos de mención.

1.- El San Rafael, Trujillo y Félix Benítez Rexach

Su nombre original fue Mayan y había sido fabricado a principios de siglo por los alemanes. Tenía la capacidad de desplazar unas 3, 161 toneladas. En principios era propiedad de la Grace Line cuando fue adquirido, en octubre de 1938, por el destacado profesional de la ingeniería y empresario puertorriqueño Ing. Félix Benítez Rexach.

Benítez Rexach fue uno de los hombres con más ascendientes sobre Trujillo, convirtiéndose en el principal constructor y responsable del dragado de los puertos dominicanos, como fue el caso de Santo Domingo, Boca Chica,  San Pedro de Macorís, Haina, Azua, Barahona y Puerto Plata.

El Mayan, ya propiedad de Benítez Rexach, fue reparado y rebautizado con el nombre de “San Rafael, por supuesto para halagar la vanidad del tirano, a quien lo cedió el destacado constructor boricua. Según su versión, lo hizo en calidad de donación. Fue el primer barco comercial de primera clase que tuvo la Marina Mercante Dominicana.

Benítez Rexach, fue también constructor del “Bagatelle”, primer barco expresamente construido para la pesca en el país lo mismo que adquirió, comprándolo a la Marina norteamericana, el vapor  “Samaná”, destinado a realizar operaciones de desembarco y transformó el Yate Presidencial Presidente Trujillo, convertido después en la Fragata Mella.

2.- El San Rafael hundido por los submarinos alemanes

Con sus 38 tripulantes a bordo, comandado por el probado marino hispano-dominicano Don Juan Beótegui, el San Rafael salió de la rivera del Ozama, en Santo Domingo, el  11 de abril de 1942, dirigiéndose hacia su primer destino, el puerto de Nuevitas, en Cuba. Llevaba en sus amplias bodegas 50,000 quintales de arroz criollo. En Nuevitas, a su vez, hizo acopio de 25, 000 quintales de azúcar para conducirlos con destino a Tampa, Florida.

En Tampa cargó una gran cantidad de materiales de construcción, los cuáles tenía por misión llevar hasta Jamaica, destinados para ser utilizados en la base submarina que allí levantaban los norteamericanos. Y hasta allí partió tras 18 días de haber iniciado su travesía, ajena su experimenta tripulación a la terrible tragedia que se avecinaba

Aquel domingo 3 de mayo de 1942, el San Rafael estaba situado en longitud Oeste y 18.55 Norte, a unas 80 millas al noroeste de Jamaica. No obstante sus siete lustros, había cumplido sin problemas la tarea. Eran, aproximadamente, las 11: 27 de la mañana de un día plácido y soleado. Se produjo el normal relevo de guardia y los tripulantes se dispusieron a almorzar.

Nada hacía presagiar lo que a poco sucedería y que el Contralmirante César Augusto de Windt Lavandier, egresado de la prestigiosa Escuela Naval Militar de Veracruz  y quien ocupaba el bote No. 4 del San Rafael en calidad de Segundo Oficial, describiría con singular vivacidad como testigo privilegiado que fue de aquellos dramáticos episodios:

Una violenta explosión estremece repentinamente todo el buque. Una columna de agua y de petróleo más alta que el mástil de popa se eleva por babor (lado izquierdo del barco cuando se mira hacia la proa, Nota del autor)”.

Y añade: “…su masa oscura permanece un instante suspendida en el aire, para caer luego sobre todo el barco con un ruido de cataratas. El torpedo ha herido el buque de gravedad debajo del puente; rompió el tanque lateral de petróleo; destruyó el comedor; la cocina se incendió, destrozó el punto de mando y al marinero de guardias, hiriendo mortalmente al Primer Oficial.

El buque toma una pequeña banda para babor. Es inminente el hundimiento. Un gran submarino sube a la superficie. Sus tripulantes corren a los cañones, mientras otros grupos nos apuntan con ametralladoras. En la torrecilla de mando, dos oficiales ríen. Han comenzado a cañonearnos.

Después de hacerlo por babor, el submarino se dirige al costado de estribor (lado derecho del barco cuando se mira hacia la proa, Nota del autor)  para rematar a la agonizante nave con nueve cañonazos más.

Han transcurrido veinte minutos desde el torpedeamiento. El naufragio es una cosa brutal. El buque se va hundiendo de proa. Lentamente el mar se lo va tragando y por unos segundos se ve flotar en la popa, toda llena de orgullo, la bandera tricolor de la República Dominicana.

Son las 11 horas 53 minutos de la mañana, el “San Rafael”, suavemente, casi sin remolinear, ha desaparecido para siempre”.

Víctimas mortales de aquella celada artera fueron el valeroso marino vasco Alejandro Solaeche, héroe de la guerra civil española, Primer Oficial del barco siniestrado. Tras resultar gravemente herido, murió al atardecer de aquel día trágico e imborable, quedando para siempre sepultado en el mar junto a Antonio García Trinidad, marino y camarero de la tripulación.

El resto de la tripulación, abordando los cuatro botes y nadando a remo, lograron salvar su vida de forma casi milagrosa, tras soportar avatares inimaginables que el avezado Contralmirante De Windt dejó registrados para la historia en una magistral descripción que bien merece ser consignada en otra entrega de esta columna.

Unos 8 tripulantes pudieron arribar al Islote de Cayman Brac y el resto, entre  el 7 y el  11 de mayo fueron llegando a la playa de Nueva Gerona, en la Isla de Pinos, en Cuba, donde fueron rescatados y conducidos a Puerto Principe para luego ser trasladados, por vía aérea, a la República Dominicana.

Y para que no se pierdan para siempre en la penumbra inclemente del olvido culpable, queden para siempre los nombres de aquellos valientes  que integraban la tripulación del San Rafael hasta donde nos ha sido dable reconstruirla con sus nombres y responsabilidades, a saber: Juan Beótegui, Capitán; Alejandro Solaeche, Primer Oficial( víctima de la tragedia);César Augusto De Windt, Segundo Oficial; Víctor Rodríguez, Contador; Julián Haché Jr., Telegrafista;Sebastián Díaz, Contramaestre; José E. Minier, Carpintero; Francisco de los Santos, Asistente Carpintero; José Lora, Timonel; Máximo B. Gómez, Timonel; Marcos Morales; Timonel; Pedro Valerio; Timonel; Carlos Lahoz, Marino, Antonio García Trinidad, Marino y Camarero( víctima de la tragedia); Dámaso Cabrera, Marino; Aníbal Féliz, Marino; Juan Rodríguez, Marino; Luciano Méndez, Jefe Ingeniero; Manuel Rodríguez, Primer Maquinista; Manuel Costa B., Tercer Maquinista; Augusto Liberato, Pañolero( cuidador de los pertrechos, Nota del autor) ; Juan L. Cristian, Engrasador; Jesús Vargas; Engrasador; Manuel Martínez, Engrasador; Jesús Vargas, Engrasador; Armando Messón, Fogonero; Ramón Valenzuela, Fogonero; Juan Francisco Bueno; Fogonero; Tácito Peña, Wiper( limpiador y mantenedor de la sala de máquinas, los sistemas, el equipo y los componentes mecánicos, nota del autor); Elpidio Martínez, Mayordomo; Víctor Dovil, Primer Cocinero; Mateo Balbuena, Segundo Cocinero; José D. Colón, Tercer Cocinero; Juan Quiroz, Cantinero; Francisco Pérez M; Cantinero; Atilano Pérez E, Camarero; Ramón García, Camarero; Porfirio E. Amador; Camarero y  Pablo Hernández, Marino.

 3.- El hundimiento del presidente Trujillo

Apenas 18 días habían transcurrido del hundimiento del San Rafael cuando se produjo otra terrible catástrofe marítima causando estragos inimaginables a la Marina Mercante dominicana: el hundimiento por un submarino alemán M-112 del barco Presidente Trujillo.

Se trataba de una vieja unidad construida también en Alemania hacia el 1900 con capacidad para desplazar unas 1,773 toneladas. Inicialmente perteneció a la Marina Mercante de Cuba y había tenido varios nombres, entre ellos, Registan,  Comercio, Presidente Machado y Guantánamo. En 1933 fue adquirido por Trujillo y  convertido en transporte militar hasta 1938, año en que pasó a formar parte de la marina comercial y operado, conjuntamente con el San Rafael, por la Naviera Mercante Dominicana.

El 15 de mayo de 1942 el Presidente Trujillo, comandado por el probado marino hispano-dominicano Don José Urruchúa, quien antes la capitaneaba en Cuba,  zarpó de Santo Domingo con destino a Point de Pitre, Guadalupe y Forte de France, Martinica así como a  Puerto Rico. En sus dos primeros destinos tenía previsto entregar  300 cabezas de ganado y en Puerto Rico 600 sacos de arroz y un alambique.

En Point a Pitre entregó 150 cabezas para luego dirigirse a Fort de France, Martinica donde entregó el resto de las reses, pero por aquellos días existía una situación particularmente tensa, la cual había enrarecido las relaciones entre la Francia ocupada y los Estados Unidos y se trataba de la presencia en Martinica del portaaviones Béarn, del  crucero ligero Emile Bertin y otras unidades militares, sobre las cuáles era preciso extremar la vigilancia a fines de evitar su utilización por los alemanes, que también los vigilaban, dado que tan valioso armamento no estaba todavía en manos de los franceses libres que lideraba el general De Gaulle.

En Martinica era vox populi los malos augurios de que aquel sería el último viaje del Presidente Trujillo, dado que llevaba alimentos para los enemigos del eje, siendo especialmente comentado el relato que refiriera el Contralmirante de Windt según el cual, su partida hacia Puerto Rico  se demoró más de una hora debido al inusitado retraso de su telegrafista Vicente Rodríguez.

Tras llegar a la nave y recibir las consiguientes reprimendas del Capitán Urruchúa, Rodríguez le dijo sin inmutarse: “Capitán, no se preocupe, este es nuestro último viaje. Toda Martinica comenta con insistencia que una hora después de abandonar el puerto seremos hundidos. Muchas personas se encuentran en las costas para disfrutar el espectáculo de nuestro hundimiento. Observe el litoral y comprobará que nunca hemos tenido tanta gente que venga a despedirnos”.

Todo se suscitó con celeridad pasmosa. Eran aproximadamente las 12:30 p.m del jueves 21 de mayo de 1942. Cuando apenas se habían alejado unas siete millas del puerto, un poderoso torpedo alemán estalló debajo del cuarto de máquinas, desintegrando la nave  en pocos minutos.

Al ocurrir la tragedia con tanta proximidad a las costas de Martinica, muchos creyeron, equivocadamente, que el  atacante había sido un submarino francés, dado que la nave dominicana se dirigía hacia San Juan, de Puerto Rico y se creía que habían observado los preparativos bélicos que allí se realizaban ante un posible desembarco de tropas norteamericanas.

24 de los 38  tripulantes del Presidente Trujillo perdieron la vida en aquel pavoroso ataque. Fueron ellos Alberto Guilbert, 2do. Oficial; Domingo Urruchúa, Jefe de Máquina y sobrino del Capitán Don José Urruchúa; Ángel Bellón, 2do. Maquinista; Arturo Mejía Billini, Mayordomo; Francisco Díaz, Contramaestre; Francisco Paredes, Timonel; Juan Pieterson, Timonel; Juan Adrián, Marino; Guaroa Ureña, Marino; Bartolomé González, Marino; Constantino Suárez, Guarda Almacén; Manuel García L., Engrasador; Fernando Fabián, Engrasador; Andrés Peña, Wipper; Sergio A. Betances, Fogonero; Adolfo Núñez, Fogonero; Antonio Paredes, 1er. Cocinero; Carlos Trinidad; 2do. Cocinero; Antonio Ventura, Camarero, Ángel D. Cordero, Camarero; Rafael A. Báez, Camarero; José A. Núñez, Camarero; José Veloz, Camarero y Rafael Vélez, Camarero.

Sobrevivieron a la hecatombe marina 14 tripulantes, a saber: José Urruchúa, Capitán; Ramón Julio Didiez Burgos, 1er. Oficial; Dr. Vittorio Ortori, Médico; Francisco Cernada, 1er. Maquinista; Francisco Sementini, 3er. Maquinista; Vicente Rodríguez, Telegrafista; Juan Isidro Santos, 1er. Timonel; Oscar Banks, Marino; José Castillo, Marino; Félix Salto, Marino; José Rivera, Marino; Francisco Vargas, Engrasador, Pedro Julio Prestol, Marino  y  Ulises Fernández Fogonero.

Aquel día de horror, se terminaría cumpliendo el fatídico presagio que una pitonisa, poco antes de partir de Santo Domingo, predijo al Mayordomo Mejía:“ ustedes van a hacer un viaje en el cual tienen proyectado visitar tres puertos, pero sólo harán dos escalas porque al tercer puerto no llegará nunca el buque”.

Lo que no predijo la iluminada profetisa era que también Mejía quedaría sepultado para siempre en las  fauces  inclementes del  Mar Caribe, testigo mudo e inclemente de las desatadas pasiones de los hombres a quienes siempre ha resultado más fácil, como si se tratara de un designio inexorable, hacer la guerra que construir la paz.

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Contralmirante César de Windt Lavandier, experto en historia militar y naval, sobreviviente de la tragedia del San Rafael
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Doctor Victtorio Ortori, sobreviviente de la tragedia del Presidente Trujillo, en cuya tripulación sirvió como médico
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Varios de los náufragos del San Rafael tras arribar a la Isla de Pinos, en Cuba.