Últimamente, se viene repitiendo, hasta la saciedad, la existencia de un grupo muy diverso, sin militancia partidaria, de hombres y mujeres que giran alrededor de ideas de izquierda, socialistas y comunistas, superior, cualitativa y cuantitativa a las que están organizadas. Son personas que de “tanto luchar” quieren terminar sus pasos por la tierra, con las botas puestas. Atraerla para aprovechar sus experiencias y creatividad, es el gran desafío inaplazable del movimiento revolucionario.
Esas personas independientes, no organizadas como se le llama también, no tienen otra alternativa que moverse junto a la agrupación que le es afín de acuerdo con sus perspectivas políticas y concepción ideológica, y la manera de “hacer política”. Son sobrevivientes del exterminio selectivo, de los gobiernos de los doce años del Presidente Joaquín Balaguer, sin ningún interés en disputar a nadie su espacio ganado, labrado con tanto esfuerzo y sacrificios. Por el contrario, podría ser la punta de lanza para llegar a sectores apáticos por la contaminación sistémica y conectar, con un lenguaje renovado, con la juventud ansiosa de algo nuevo.
Las motivaciones para continuar independientes son diversas, entres las cuales se pueden destacar por su vigencia histórica: La hostilidad disfrazada, prepotencia de clase, mediocridad revestida en sobredimensionar sus conocimientos teóricos, y un celo histórico sin sentido. Son desviaciones conductuales, producen mucho daño, en el movimiento revolucionario que han incrementado esa franja de la izquierda que no se detiene en crecer.
El término de la izquierda en nuestro país ha tenido un tránsito muy accidentado que impide seguir la trayectoria triunfante que recorre América Latina y el Caribe. A raíz del fin de la dictadura trujillista, se encausó, apegado a la humildad y decencia, con bríos en la juventud, intelectualidad y en la clase trabajadora. Teniendo su punto culminante, brillante, el estallido de la revolución de abril de 1965.
Su cualidad más destacada, observando con atención, fue las limitadas organizaciones revolucionarias existentes. Apenas tres agrupaciones políticas se disputaban el espacio reservado para la izquierda: MPD, PSP-PCD y el 14 de junio. Gravitaron, aunque no lo crean, con peso específico en un mediano trecho histórico del acontecer político, sindical, estudiantil, profesional, campesino, popular y social.
Aquí se respiraba izquierda por doquier. Los jóvenes aspiraban a ser como Manolo, El Che, Fidel, entre otros. Fue la época dorada y gloriosa del movimiento revolucionario. La contienda de abril fue la señal para que el imperialismo norteamericano detectara el poder que tenían los revolucionarios en República Dominicana.
De inmediato confeccionan un plan táctico y estratégico para diezmar la influencia de la izquierda en la sociedad. Fueron implacables con los muchachos; jóvenes portadores de ideas para el establecimiento de una real democracia con justicia social. A sangre y fuego, el imperialismo norteamericano impuso su voluntad. Rematando con una efectiva y selectiva lucha ideológica que doblegó, doblega al más bonito.
De aquella cacería sangrienta e inhumana contra los revolucionarios, sobreviven muy pocos, muchos se han rendido al capital. Un escenario muy delicado, si tomamos en cuenta la profunda división existente; con decenas de organizaciones sin ninguna legitimidad ética y moral. Destacándose las cuatro o cinco entidades de la izquierda revolucionaria que han mantenido en alto los principios de la revolución.
De la izquierda del ayer a la de hoy, hay una diferencia abismal que se refleja en el comportamiento institucional, de sus miembros y de su influencia en la sociedad. La manera en el que manejan sus actividades, internas y externas, demuestra lo mucho que ha avanzado o retrocedido. ¿Todo sigue igual? No, con sus enfermedades endémicas, una parte se encuentra atrapada por el procedimiento dogmático, inflexible, al estudiar la realidad, y, en los vicios de clase de una pequeña burguesía que utiliza la política como un negocio.
La izquierda dominicana no se encuentra en su mejor momento, languidece en nuestras propias caras; de ahí mi preocupación. Ese grupo de hombres y mujeres no deben permanecer insensibles, inmóvil ante una realidad triste que hace perder las esperanzas y las perspectivas. Hay que echar a un lado ese apartidismo contraproducente, que no ha servido para nada positivo, e integrarse, con la modalidad conveniente, a la agrupación con la que tenga más coincidencia ideológica y políticas.
¡Ya basta de más organizaciones de izquierda, y reducir a los independientes aquellos!