Virgilio Eugenio, este 23 de noviembre celebraríamos tus 68 cumpleaños si el Dr. Joaquín Balaguer y los jefes de alto mando militar, contralmirante Marina de Guerra Ramón Emilio Jiménez (a) Milo, y los generales E.N. Neit Rafael Nivar Seijas, jefe de la P.N., y Salvador Lluberes Montás (Chinino) no se hubieran obstinado en hacer una "fiesta" para ti y tus compañeros Ulises, Amaury y “La Chuta”, aquel fatídico 12 de enero de 1972. De no ser por ese evento, envejeceríamos juntos y podríamos disfrutar de nuestros nietos y otras bendiciones familiares. Verás porque te cuento estas cosas.
A primeras horas de esa mañana, el timbre del teléfono nos despertó; levanté el auricular y escuché: “¡los muchachos están rodeados!” No entendí a quiénes se refería aquella información, tampoco conocía tu lugar de escondite ni el de tus compañeros. La incesante búsqueda y el despliegue del aparato militar por toda la ciudad, además del sistemático bombardeo de sus fotos ofreciendo recompensa a quien pudiera localizarlos e informar su paradero, les obligó a moverse sin sosiego. El cruce de llamadas continuó y a medida que despuntaba el día nos cubrió una incertidumbre desconocida; gran desconcierto unido a la sensación inmedible de impotencia.
Para esta “fiesta”, una semana posterior a los Reyes Magos, que bien podría resultar la llegada de “La Vieja Belén”, como juego de vaqueros de gran lujo- mientras ustedes permanecían en las inmediaciones de “La Cueva” -conforme a las informaciones publicadas en los periódicos de la fecha-, sustituyeron soldaditos de plomo por un ejército castrense compuesto de unos 2000 o más soldados y policías equipados con sus armas automáticas, dos tanques MX-60, dos carros de asalto, cañones de 105 mm, helicópteros, un avión bombardero importado desde Puerto Rico y otros equipos para uso guerrero. Los carritos y tanques no eran de tracción, al igual que los “Tonka”, estos sí que resultan duraderos.
Para el montaje del escenario faltaron los cohetes, eficientemente suplantados por las balas inmisericordes que se dispersaban por doquier. El tamborileo de las ametralladoras, unido al incesante tropel de sus disparos, como orquesta bien afinada, se encargó de difundir la música perturbadora del ambiente.
En aquel campo de batalla, las acciones bélicas permanecieron por más de 10 horas. Ulises Cerón Polanco y Bienvenido Lean Prandy -La Chuta- atacados sorpresivamente, cayeron bajo los disparos mortales. Medito a solas y pienso que ninguno de ustedes se percató de cómo les habían cercado y distribuido los armamentos letales, labor silente y felina que empezó en horas de la madrugada.
Las emisoras de radio transmitían los acontecimientos que se desarrollaban en el kilómetro 14.5 de la Autopista Las Américas. Horas antes del atardecer, inesperadamente suspendieron la programación para dar paso al último informe. Escuchamos la voz autorizada de Ramón Emilio Jiménez, exclamando victorioso: “¡Coño, la "fiesta" ya terminó, cayó Perdomo!”. ¡Ves por qué te decía que les habían preparado una fiesta!
A continuación de esta estremecedora noticia, el dolor y la consternación se adueñaron de nuestro hogar materno. Para la entrega de los cadáveres fue precisa la creación de comisiones integradas por miembros de las familias allí representadas, además de varias personalidades de la sociedad. Para colmo ¡también impusieron los lugares de los velatorios y un horario impuesto para enterrarles.
En cumplimiento a las órdenes del Dr. Balaguer, el general Nivar Seijas comunicó a los deudos que los cadáveres debían enterrarse en las localidades donde habían nacido. Esta propuesta, no aceptada por el grupo familiar, obligó a negociar con Nivar Seijas, acordando que las honras fúnebres debían celebrarse en diferentes capillas, además del programa para los entierros.
Sin mejores opciones, llevaron a Ulises y “La Chuta” a la Funeraria “Blandino” de la 30 de Marzo; Amaury y tú a la funeraria “La Altagracia” de la Avenida Bolívar. Los entierros se harían conforme al horario acordado. Así pues, Amaury a las 2:00, Ulises a las 4:00 y La Chuta a las 5; para ti las 3:00 de la tarde.
Durante horas, filas incesantes de ciudadanos se acercaron a las funerarias para despedirles. No faltó el comentario de cómo lucían los difuntos. A todas luces insatisfechos con la victoria del equipo armado, los cuerpos de tus compañeros, ya cadáveres, fueron víctimas de acciones de una tribu bestial uniformada jamás descrita en las páginas que cuentan nuestra historia. El cadáver de Amaury, entre otras barbaridades, dejaba ver muestras de golpes y puñaladas; el de Chuta también con puñaladas y la cabeza destrozada por los golpes recibidos.
Dormido e indefenso, la tropa, similar a una jauría hambrienta, consumando su festín macabro, se abalanzó sobre tu cuerpo con acciones atroces e inhumanas. Podría recordarte unas líneas de aquel poema de Nicolás Guillén que tanto te gustaba: “No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa, yo, tú”.
Desfigurado totalmente, al extremo que nuestra madre, al ver tu cara deformada, en su primer intento, ¡no pudo reconocerte! Elia, con la ayuda del buen amigo Diómedes Mercedes, al día siguiente pasó por la dolorosa experiencia de identificarte. ¡Que difícil tarea para nuestra hermana menor! Con gran pesar recuerda: “Estaba cocido de bayonetas”. Definitivamente, la valentía y el coraje de toda aquella soldadesca quedó plasmada en estas acciones indescriptibles y abominables.
Integrado a una de las comisiones negociadoras para la entrega de tu cadáver, el Dr. Octavio González Nivar (a) Nuno, ha comentado: “La imagen de Virgilio creo que difícilmente se borre de mi memoria. Tenía los cabellos chamuscados y la cara con hematomas y quemaduras producidas por el fuego de los lanzallamas que utilizaron para poder abatirlos en la cueva donde estaban apertrechados, también les dispararon granadas y había un gran despliegue de militares por toda la zona".
González Nivar concluye: "Para descubrir el lugar exacto donde estaban refugiados se valieron de un avión radar del ejército americano que tenía la Fuerza Interamericana de Paz (FIP). También recuerdo que cuando dijeron por radio que los habían localizado y los tenían cercados, Criolla, Amadita (Dra. Pittaluga de González) -hermana y esposa- y yo fuimos a tu casa, nos reunimos con Quisqueya y Elia Celeste. El cadáver lo entregaron al día siguiente y lo llevaron a la Funeraria La Altagracia, en la Av. Bolívar”.
Hermano, perdona mi ausencia en esas horas incalificables. Mi reposo recomendado por el Dr. Homero Pumarol, sumado a las palabras de tu última llamada, me obligaban a luchar por la vida incipiente de lo que considerabas tu primer sobrino y que transcurridos los meses recibimos una hermosa Victoria.
El reloj inclemente marcó la hora de tu viaje final. Pensé que te acompañaríamos con el protocolo que exigían las circunstancias. ¡Qué ilusa creyendo que la “fiesta” había terminado!
Partimos de la casa mortuoria dirigiéndonos al cementerio de la Avenida Máximo Gómez. A escasos metros de pasar frente a la vivienda del Dr. Balaguer, nos sorprendieron aquellos policías motorizados rodeando el carro fúnebre y nuestro vehículo, haciéndonos señas para obligarnos a conducir con mayor velocidad, pormenores que no se incluyeron en las negociaciones sostenidas con el general. El espectáculo era similar a una grotesca carrera de autos y motores. Jamás una carroza fúnebre participó en un evento de tal naturaleza.
Bordeando tu sepulcro, acompañados del pueblo humilde por el cual luchaste, armas largas en manos de los uniformados también nos cercaron. ¿Quizás por el temor de que pudieras salir y combatir de nuevo? Cómo olvidar aquel soldado iracundo, con gesto violento, arrebatar a Elia la bandera en el momento que intentó cubrir tu féretro. Si alguna voz se levantó a cantar tus cualidades, ¡no lo recuerdo!
Concluido este horrendo episodio, conservo y consuela tu expresión: “el último tiro será para mi” ¡Así evitarías nueva vez caer prisionero o circunstancias parecidas al exterminio de Amín, Homero, Otto y otros tantos jóvenes luchadores por las reivindicaciones sociales de nuestro país.
En el plano espiritual que puedas encontrarte, sin importar los años transcurridos, no podría olvidar tu día de llegada a nuestro mundo. En su momento, el Maestro José Martí escribiría: “Cuando se muere, en brazos de la patria agradecida, la muerte acaba, la prisión se rompe; ¡empieza, al fin, con el morir la vida!” Virgilio Eugenio, por mis razones lógicas, ¡¡¡Feliz Cumpleaños!!!