Para entender lo que está sucediendo en torno a las conflictivas relaciones entre los dos países, necesitamos honestidad para identificar los rituales.
Hay el ritual de las elecciones presidenciales dominicanas. Se asiste a través de los medios haitianos a un desfile folclórico de expertos que repiten, recitan comentarios que en realidad son síntesis aproximadas de los programas dominicanos «gobierno de la mañana» y «gobierno de la tarde».
Además de este ritual clásico, nos encontramos ante otro, reciente e instructivo: el actual gobierno dominicano creó el antihaitianismo histórico y el antihaitianismo estatal. Vi a un vecino desarrollar fascinantes razonamientos, cuando ignoraba completamente la existencia de Rafael Leonidas Trujillo y Molina. En ese momento se me ocurrió escribir una nota sobre uno de los más destacados representantes de Trujillo en Haití: el general Anselmo Paulino Alvarez, poderoso cónsul general en Cabo Haitiano.
«En octubre de 1934, Paulino fue nombrado cónsul en Juana Méndez, posición en la cual permaneció hasta diciembre de 1935. Los servicios de inteligencia de Trujillo le habían informado que Paulino pasaba más tiempo en Cabo Haitiano, y a los pocos meses fue nombrado cónsul en esta última ciudad. Todavía en 1936 continuaba presionando a las autoridades haitianas para que vigilaran o expulsaran de Cabo Haitiano a los pocos exiliados políticos que continuaban residiendo en esa ciudad». (Rafael Dario Herrera, Anselmo Paulino y la influencia de Trujillo sobre Haití, Acento).
El extraño ritual del olvido. Todo el mundo parece olvidar el mensaje del Dr. José Francisco Peña Gómez en su conferencia en el antiguo Instituto Francés (Bicentenario o Avda Truman): «Para mejores relaciones entre Haití y la República Dominicana, las cosas tienen que cambiar en Haití…» Fue después de febrero de 1986. Poco cambió realmente en Haití, desde entonces. El nombre y el apetito de los políticos, por supuesto…
En Haití, a menudo se cree que el mundo avanza a la velocidad de las cosas haitianas. Incluso se cree y se quiere hacer creer que Haití es el centro del mundo, presente en todas las mesas. Sin embargo, nos negamos a admitir que somos un peligroso símbolo de atraso. Cada vez que se producen desgracias, generalmente causadas por nuestras tonterías, nuestras élites creen que el mundo entero debería acudir a nuestra cabecera. Esto ha ocurrido en varias ocasiones. Entretanto, se ha convertido en una costumbre.
En el golpe de estado de septiembre de 1991, el gobierno derrocado y sus partidarios nacionales e internacionales hicieron alusión a 3.000 muertos. Mientras tanto, los partidarios, amigos y aliados de ese gobierno se han transformado en una generación fantástica de líderes que son regularmente aturdidos por situaciones creadas por ellos mismos. Hasta 2010, año del destructor terremoto, la comunidad internacional aceptaba, relativamente, algunas explicaciones sobre nuestras debilidades estructurales. Mientras tanto, hemos tenido líderes presumidos y crueles que empujaron a esta comunidad internacional complaciente a cambiar de comportamiento.
Ayer los discursos de nuestros políticos transmitían algo de decencia y reflexión, hoy todos saben -y especialmente el vecino Estado dominicano- que la credibilidad y la honestidad huyeron del cielo de Haití.