Hasta los siete u ocho años de edad no fui consciente de la maldad, fue en ese tiempo cuando pude observar las fotografías sobre la crueldad de la represión y los asesinatos de miles de jóvenes, durante el golpe de Estado perpetrado al entonces presidente chileno Salvador Allende y publicadas en el Libro Negro de Chile. También en ese período de mi vida pude presenciar imágenes sensibles de fotoperiodismo sobre la guerra de Vietnam que perturbaron mi mente infantil. Eran los años setenta y nuestro país recién había salido de la dictadura trujillista, gozábamos de una pseudo democracia marcada por la represión balaguerista, la dictadura de partido y la herencia de la violencia desde el Estado en todas sus formas; violencia que habíamos heredado de la dictadura anterior, caracterizada por la tortura, el exilio, las desapariciones forzadas y los asesinatos de opositores civiles y militares, estudiantes, dirigentes políticos y periodistas entre otros.
Es notorio cómo en los conflictos políticos, bélicos, organizacionales o del Estado está presente la violencia, sea por amenaza implícita o explícita, por lo que se hace necesario que el ejercicio y las relaciones de poder se vean aseguradas por redes de delatores o informantes; ya que estos pueden transmitir información sobre las víctimas sobre la cual se cierne la desinformación, la persecución, la calumnia, el hostigamiento, la coerción o la vileza de un acto criminal como es el asesinato o el genocidio. Es en estos entornos del poder sin límites donde la infamia, la traición y la delación se hacen presentes y cuando la condición humana se devela a través de nuestras decisiones: elegimos hacer el bien o por el contrario elegimos hacer el mal.
La delación también emana sobre la denuncia o acusación formal sobre un hecho punible ante un ministerio público, también como recompensa y disminución del castigo o la pena mediante la colaboración; ante la implicación por hechos cometidos por corrupción institucional o por temas delictivos de diversa naturaleza. Pero aquí, lo que nos interesa es identificar al delator diferenciándolo del denunciante o acusador de un hecho punible. Situaremos a los delatores desde el contexto histórico y la práctica de la historia humana; desde sus diferentes expresiones psicosociales. La historia de la humanidad nos enseña que entre la política y la violencia del estado existen fronteras muy delgadas donde a través de la delación se legaliza el terror como en tiempos de Tiberio: ‘’ un mal inherente del despotismo imperial’’.
Los delatores son utilizados como mecanismo e instrumento de subyugamiento y poder, caracterizándose como “ seres antisociales movidos por un afán puramente egoísta cuyo objetivo no es más que adquirir notoriedad o reconocimiento, o simplemente enriquecerse; su acusación es un acto de latrocinio”.