Escribo desde la comodidad de un lugar lejano a las recientes demostraciones de violencia en Francia. Eso me puede ayudar a disminuir el miedo, pero también la empatía. De todos modos, las informaciones "objetivas" están ahí. El martes 27 de junio falleció un joven, Nahel, a manos de la policía. Inmediatamente empezaron las manifestaciones de cólera, tantas que el 30 de junio la Organización de las Naciones Unidas hizo un llamado a que Francia revisara el comportamiento de sus policías. El balance que presentó el Ministro del Interior a la comisión del senado que está conociendo el caso es lúgubre: 3,505 detenciones a personas de entre 11 y 59 años, 23,878 fuegos en la vía pública, más daños o fuego a 2,508 edificaciones. Nada de lo que sentirse orgulloso.
Sin embargo, el comportamiento de los policías suele ser muy bueno en Francia. Los decesos por "intercambios de disparos" son tan infrecuentes que el primero del que tuve conocimiento allí fue consentido por Nicolas Sarkozy cuando era alcalde de Neuilly-Sur-Seine, en la década de los 90, y, aún desde mis pocos años de entonces, me parecía totalmente comprensible. Un hombre, armado con una bomba pegada al cuerpo entró por asalto, mantuvo rehenes y aterrorizó a niños y maestras durante dias en una escuela maternal. Cuando finalmente se decidió a salir, realizó un movimiento extraño y recibió balazos al instante.
Lamentablemente, las experiencias al interpelar y detener personas, especialmente si son pobres, suelen ser menos marcadas por la excelencia. Hace un tiempo dos mujeres murieron electrocutadas cuando huían de unos policías tan solo de saber que él iba a cuestionarlas y el propio Nahel, cuya muerte dio inicio a la semana de violencias resumida por el ministro, tenía varios incidentes de obtemperar cuando la policía lo llamaba, aunque su ficha policial estaba virgen.
No solo la policía registra pérdidas. Las instituciones de trabajo social y acompañamiento "en el territorio" se lamentan del retroceso que implican los hechos sucedidos y, por supuesto, el turismo podría verse afectado. Entonces, dadas las circunstancias tan desastrosas, ¿Qué puede aprenderse? Que la aporofobia existe y hay que enfrentarla. Que el racismo existe y hay que reducirlo. A raíz de estos lamentables incidentes en dos plataformas diferentes se abrieron espacios de llamado a donaciones y la colecta destinada a apoyar al policía recibió mucho más dinero mucho más rápidamente que la creada para la familia de la víctima. La desconfianza existe y la solidaridad se puede manifestar de manera negativa o, en todo caso, no conducente a la solución del problema. Cuando estuvimos todos encerrados por la pandemia, en el planeta entero se sintió la oleada de manifestaciones a favor de George Floyd, cuando claramente, muchas de ellas ni siquiera llegaron a oídos de los sistemas judicial y policial de los Estados Unidos. Sospecho que muchas personas en territorio francés están actuando bajo las mismas premisas.
El costo, definitivamente es alto. La rentabilidad habrá que buscarla en el uso que podamos hacer de estas informaciones que nos está comunicando tan fehacientemente la sociedad francesa. Afortunadamente, hay el talento para ello.