A los dominicanos ciertos sicofantes nos imputan racismo, porque defendemos el derecho a vivir en este pequeño territorio y tratamos de protegernos con disposiciones migratorias legales contra la injusta consigna establecida por la clase gobernante vecina, alegando todo el territorio insular les pertenece, verdadera actitud racista que insisten en difundir con intenciones tóxicas entre sus conciudadanos. Si usted señor lector no lo cree, pregúntele a cualquier haitiano. No obstante, Dominicana tradicionalmente ha estado abierta a la inmigración no prejuiciada sin diferencias de clases y colores. Esta sana actitud nos ha dejado muchos resultados positivos, desde que precisamente el presidente haitiano Boyer colocó en Samaná y Puerto Plata negros norteamericanos de la iglesia metodista hasta la llegada de los cocolos. Todos no solo han terminado dominicanizados, sino realizando dignos aportes para el desarrollo social y por ello son dominicanos de pura cepa.
El párrafo precedente viene a propósito del interés de comentar el magnífico estudio de investigación que recientemente ha sido puesto a circular, intitulado: Inmigrantes de las Antillas británicas en la Republica Dominicana. Cocolos en San Pedro de Macorís y la Romana 1870-1950, de la autoría de uno de nuestros más valiosos historiadores contemporáneos Rafael Jarvis Luis.
Este consagrado estudioso de las ciencias sociales cuenta con un currículo excelente, no es solo un fino historiador, sino un denodado investigador y maestro. Jarvis ha dedicado más de una década a esta investigación, que es todo un minucioso tratado de la inmigración de los cocolos al país. No ha quedado un lugar por destacar con acuciosidad, sobre este importante tema.
¿Porque es importante? Los cocolos han realizado indudables aportes a la sociedad dominicana no solo en la etapa laboral, sino cultural. Gentes de barrios como el suscrito, desde hace muchos años sabemos que son los guloyas, que han constituido parte esencial de los carnavales contemporáneos. Pero Jarvis nos explica, que ellos han aportado mucho más de ahí, con la sana dedicación al trabajo que les caracteriza.
Provenientes de varias islas inglesas como St. Kitts-Nevis, Antigua-Barbuda y Anguilla, empezaron a llegar a partir de 1880 de modo paulatino, hasta incrementarse su presencia con factores geopolíticos como la crisis mundial de 1929 y el estallido de las dos guerras mundiales. Esto obligó a muchos habitantes de esas islas inglesas a emigrar, nuestro país fue de los territorios escogidos. La región Este se caracterizó por ser su principal zona de asentamiento, el área presentaba un buen auge económico con el desarrollo de la industria azucarera. Entre ellos se contaban muchos técnicos en la industria del azúcar, otros se integraron como labradores.
Jarvis establece de acuerdo al censo de 1920 fue ubicada una población de antillanos británicos residentes en el país de 5,763 ciudadanos, que de modo proporcional era muy significativa en la población dominicana.
Llegaron muchos trabajadores, entre ellos calificados técnicos en la producción en general, carpinteros, herreros, mecánicos de molinos, maquinistas, fondistas, electricistas, carreteros, agricultores, braceros, peones de bodega. Además, cocineros, pescadores, sastres, profesores, panaderos, fogoneros, bomberos, marinos, oficinistas, linnero, planchadoras, cocineras, dulceras, costureras y otros trabajos. Jarvis resalta para junio de 1916 había llegado un elevado número de antillanos británicos.
Se recogen comentarios como el emitido por William L. Bass, propietario del Ingenio Consuelo quien resaltó sus conocimientos para el manejo de máquinas, calderas, locomotoras o remolcadores.
Se explican sus actividades de organización social, con la creación de logias odfélicas, sociedades de socorro mutuo e iglesias anglicanas. Esas sociedades de socorro mutuo empezaron su labor previo a la creación del Instituto Dominicanos de Seguro Social, para ofrecerle asistencia económica a los trabajadores azucareros en general, se pueden definir como precursora de esa entidad de servicio social a los trabajadores criollos.
Su integración a la sociedad pese a la diferencias de cultura e idioma fue factible por la receptividad de los dominicanos y la fuerza de voluntad de los migrantes, como establece Jarvis:
“Esta investigación dirigió el interés hacia quienes arribaron en la primera oleada y no en la segunda generación nacida en suelo dominicano. El hecho de que los migrantes de primera generación procedieran de diversas islas del Caribe angloparlante, con idioma diferente al de los habitantes del lugar de llegada, dificultó su absorción social. No obstante, superaron esta situación en la medida en que se integraban a la sociedad de llegada”.
La obra esta prologada por Humberto García Muñiz, historiador puertorriqueño y estudioso del tema, quien tras un análisis exhaustivo, nos dice:
“La obra del doctor Jarvis Luis es el primer estudio sociohistórico minucioso y ambicioso del proceso migratorio cocolo entre las Antillas Menores y la República Dominicana para laborar en la industria azucarera, que cubre de 1870 a 1950. Comprende sus tres etapas: una primera, en los años 1880, fomentada por el Estado dominicano, una segunda ola por iniciativa de los propios hacendados y corporaciones azucareras y una tercera cuando los migrantes se trasladan por decisión propia, la cual concluye en los años 1950 […]
Cabe señalar la llegada de los cocolos en su primera etapa de 1880 fue durante el periodo de Gobierno avanzado de la banderìa patriótica Azul, liderada por Gregorio Luperón.
La obra Inmigrantes de las Antillas británicas en la República Dominicana. Cocolos en San Pedro de Macorís y la Romana 1870-1950, de Rafael Jarvis, fue puesta en circulación en un emocionante acto que contó con una presentación magistral del tema, a cargo del muy prestigioso historiador José del Castillo. Enhorabuena este valioso aporte a la bibliografía vernácula.