Era previsible que por lo menos fueran admitidos en el grupo Brics Arabia Saudita e Irán, pues recordemos los esfuerzos de China para reconciliar a estos dos países antes de este encuentro que parecía tener como punto central la ampliación de esta articulación de países, además de los Emiratos Árabes Unidos; era previsible también el anuncio oficial del intercambio comercial en monedas propias ya que de manera oficiosa se conocía que algunos de los integrantes de Los Cinco propondría lo finalmente acordado. El tema petróleo, por lo tanto, fue fundamental, de ahí el ingreso de grandes países productores del crudo, pues con el desmonte del petrodólar se comienza a articular una nueva arquitectura comercial y financiera global distinta a la creada durante los acuerdos de Breton Woods después de la Segunda Guerra Mundial.
Ya los Brics, que en 1991 aportaban al PIB mundial apenas 16 por ciento, hoy aportan el 31, mientras que para ese año el G7 que aportaba más del 45 por ciento, ha descendido ahora al 30 por ciento, con una tendencia a seguir disminuyendo. Estos números, sin embargo, cuentan solo para Los Cinco, ya que luego de la ampliación a once -con Egipto, Etiopía, Argentina, además de los tres mencionados anteriormente- el grupo aportaría al PIB mundial el 40 por ciento que produce el 50 por ciento de la población global agrupada en estos países que vienen a representar la cara opuesta a la desafiante faz de las naciones occidentales replegadas por la realidad económica expresada en una disruptiva recomposición de los mercados.
Un ejemplo palpable es que Alemania, motor económico de la Unión Europea, ha entrado en un proceso recesivo que va más allá de lo coyuntural, pues además de las sanciones a Rusia, que han sido como un disparo en su propio pie o en uno de sus pulmones, tiene su origen, según algunos analistas, en el agotamiento del modelo económico; en problemas estructurales que se vienen incubando desde hace décadas a propósito de los altos costes de producción frente a competidores como el país de la Gran Muralla que comienza a producir para su propio mercado, lo que hace mermar las exportaciones alemanas hacia ese inmenso mercado, agravado por la apertura de su mercado a las mercancías del gigante.
Lo que preocupa para algunos es que Alemania, como centro o motor económico de los 27, “infecte” a toda la Unión Europea, provocando un efecto dominó en los países comunitarios. Pero ese cuadro y crisis de modelo parece extenderse por todo el Norte Global. Esto pone en evidencia que el mundo está cambiando y que nuestro país debe ser consciente de esta situación para definir una política exterior ajustada a esta recomposición de los mercados; a esta recomposición financiera, económica y diplomática que marcará o ya comienza a marcar la dinámica de un mundo multipolar sin una clara hegemonía, porque la multicentralidad será la norma.
En consecuencia, ser pragmáticos en medio de esta realidad en constante cambio es lo aconsejable. El centro de nuestra estrategia en materia de política exterior debe ser la defensa del interés nacional sin sesgo ideológico, aunque asumamos ideas determinadas por nuestra visión del mundo. Por eso, los socios que elijamos deben ser definidos partiendo de nuestras necesidades, siempre ancladas en el beneficio mutuo o el ganar ganar, sin comprometer nuestros intereses y soberanía, pues en política exterior al "amigo" o al "enemigo" lo definen los intereses y beneficios en juego.