Hace veinte años –como si fuera un juego– entrevisté a un guachimán que contestó a mis preguntas de manera enfática. Aprendí algunas cuestiones en esa entrevista que apenas duró unos minutos, pero que me sirvió para divertirme en ese momento, antes de regresar al Hotel.
En esa noche, entre “eche pallá al perro y casi va a llover”, mi entrevistado me informó que era reformista de capa y espada, de colín y daga, mejor sería decir. Me dijo que también había vivido los doce años. Me dijo que estaba cómodo conmigo y la grabadora y que podía contestarme todo “siempre y cuando no me boten”.
Desde los tiempos de la Antigua Roma y mucho antes, los políticos son seguidos con alta fiebre por sus correligionarios. En todos los lugares –México, Berlín, Helsinki– estos responden con entusiasmo y fanatismo a lo que diga el líder. Como otros, nuestro guachimán admiraba a Balaguer y al trío “Los Panchos”. No sabemos cuántas veces el nonagenario líder reformista fue a Samaná. El dato puede ser hallado en algunos periódicos o en la memoria de los políticos de la provincia.
Alguno sostendrá las siguientes preguntas: ¿Qué pasó con el Montecarlo Criollo? ¿Dónde están los barcos y la gente famosa que viene a la costa para jugar en grandes casinos? ¿Dónde están los millones de dólares en inversiones? Alguno podrá decir que en la próxima campaña electoral se nos prometerá un Dubái en miniatura. Alguien podrá decirlo: hagamos de Pedernales “una mega estrella” en el firmamento del turismo internacional. En estos últimos años, la gente espera el “Boom de Pedernales”. Se esperan grandes inversiones y “un mundo nuevo” en el sur que atraería como un imán a los inversionistas internacionales.
Uno se pregunta cómo el vigilante de Samaná llegaba a dormir con la vigilancia obligada y un juego de ‘Las Aguilas’ puesto en un compañero radito que también recibía onda corta. La trasmisión de la pelota es todos los días. Quise preguntarle sobre Mickey Mantle, pero no lo hice. Aunque era de su época, pensé que no quería teorizar sobre béisbol en ese momento. Preferí circunscribirme a la vida de los turistas que venían a Samaná todos los años. Las memorias que los turistas pueden ofrecer son relevantes para conocer nuestro sistema turístico.
Oía los juegos y luego se dormía sentado en una silla. Aunque yo no era reformista, me contó que vio a Balaguer una vez y que este lo saludó. Me habló de unos refugiados de un ciclón –creo– y también me dijo que era reformista desde siempre. Me dijo que tenía la bandera y que estaba presente en algunos mítines (caravanas). “Eran otros tiempos”, me dijo. Tenía una cantina, un perro y su radio cerca: sus compañeros de la noche.
En la oscuridad del parque, lo que sí me decía era la hora a la que tenía que llegar a su trabajo. Estaba allí a las seis de la tarde. No le pregunté si era amigo del síndico. Momentos después, me dijo que este era “un hombre trabajador y esforzado”. Me dijo que tenía a mucha gente en el pueblo que estaba en contra de sus funciones. “Pero eso es un terreno político, no me meto en eso”, dijo.
“Cuando era momento de enseñar la bandera, lo hice”, me dijo. Afirmó que seguía –en esos años– las noticias de su líder. Estaba “frizado” en el tiempo. Era un hombre que obedecía órdenes. Pero su reino era la noche. Allí, él gobernaba.
Más tarde, me dijo que había mucho movimiento (hablábamos de los turistas). Después de todos estos años, tenía claro que la provincia era un sitio rentable. Su hija e hijo tenían un negocio. Ahora, le iba bien. Me dijo que cuando saludó a Balaguer fue uno de los días más felices de su vida. Por su lado, el síndico tenía claro que él era una persona importante en el pueblo, aunque de noche tuviera que estar solo con ese radito ahí, en vigilancia silenciosa bajo las estrellas. Te saludo, guardián de la noche.