Con Gaza en el corazón

Llevo unos días releyendo Apuntes, uno de los libros que mi padre, el doctor Antonio Zaglul Elmudesi, escribió y que publicó en 1972. Escrita con un lenguaje sencillo, es una obra breve, llena de veracidad y cuyas tesis, medio siglo después, conservan una vigencia que impresiona. En sus páginas encontramos un análisis caracterológico de los rasgos de personalidad colectivos, basado en la evidencia histórica y en la larga experiencia clínica de un psiquiatra que siempre miró más allá de la consulta.

Fue pionero de la psiquiatría social dominicana, en la que lo particular tiene una repercusión en lo social, un binomio que trabajó y estudió hasta dar forma a una de sus más interesantes hipótesis. En esta aborda la transmisión de patrones de comportamiento generacional que da forma a los rasgos de carácter de un colectivo.

El sello caracterológico del dominicano surge de la mezcla de culturas con un fuerte trauma histórico. Al entender estos procesos podemos aproximarnos a los problemas de convivencia social actuales, la resistencia a los cambios y muchas reacciones sociales vinculadas al comportamiento.

La ciencia no es lo que uno quiere, sino lo que se puede demostrar. En el momento de la formulación de las hipótesis el doctor Zaglul reconocía que no tenía una metodología formal para demostrar sus ideas y que se basaba en la observación de casos. Una de sus principales fuentes fue “El 28”, la unidad más grande de acogida y prácticamente el centro de referencia de la época. En la actualidad, los levantamientos y diagnósticos sociales siguen basándose en la observación y la incidencia.

Los rasgos de personalidad colectivos del dominicano incluyen un perfil receloso, resistente a los cambios, con una desconfianza hacia todo lo diferente. Hoy en día aún se escucha la frase “nadie cae en gancho”, una respuesta aprendida por generaciones reprimidas de las formas más crueles que se puedan imaginar. Este modo particular de ser y relacionarnos, siempre marcado por el recelo y la precaución de no “caer en gancho”, es consecuencia de los maltratos históricos: atropellos, humillaciones, delaciones y muertes. Esta transmisión social se ha perpetuado de generación en generación, dejando una huella en forma de conductas de protección.

La represión histórica está documentada en los libros de historia dominicana. Cada dictador desfalcó, manipuló y humilló a su manera, con su propio sello de crueldad, a un grupo humano mestizo y heterogéneo, pero con un denominador común: el miedo. Ese miedo, transmitido de generación en generación, se convirtió en una forma de protección, en una forma se “ser” en un carácter esquivo, referencial.

Con el paso de los años estoy cada vez más convencida de las tesis e hipótesis de trabajo de mi padre: el maltrato histórico hacia una ciudadanía es parte consustancial de nuestra forma de ser. Cuando él cita al poeta Franklin Mieses Burgos, exponente de la lírica nacional en el siglo XX, todo cobra sentido: “Desde tu noche solitaria de un llanto de cuatrocientos años…”

Hoy vivimos en democracia, con libertad, pero en una democracia que presenta una insoportable exclusión social y económica. Este es el nuevo maltrato: la miseria profunda, crónica e irresoluble que arrastra a la mayor parte de la población, a esa masa ignorante que sigue siendo maltratada sin acceso a la protección social más básica. La única solución parece ser emigrar… Es triste, pero dramáticamente real. Apagones, tapones, falta de servicios sociales… pero no te preocupes, que yo no caigo en “gancho”…