Cabilando como aquel Quijote de la Mancha, evaluando a prima facie el desempeño eficiente y
de tan estricta organización de la actual XXV Feria del Libro, que pone el alto el espíritu del
Gobierno en una gerencia de calidad, y por demás creativa, del hacer humano del dominicano,
no queda otra opción que felicitar a los actores que intervinieron para su exitosa misión
cumplida.
El evento cultural ubicado en la Plaza de la Cultura evidentemente que ha roto todos los
estándares de las ferias anteriores en enfocarse como concepto fundamental en el libro;
rodeándolo de talleres, conferencias magistrales, charlas, exposiciones y presentaciones
moderadas de artes, que no ahoguen la presencia vital del libro para los estudiantes y adultos
en un ambiente seguro, limpio, ordenado, fresco y de placentero caminar para la familia
dominicana. Nunca observé ese magnífico espectáculo en una feria.
Los libros han estado accesibles en precio para los interesados. Y no debemos obviar reconocer
la grata presencia del rico patrimonio del pabellón de la nación israelí; con sus paneles
ilustrando la historia, arte, creencias, arquitectura y la tecnología asociada al quehacer
científico de Israel. Su recogimiento en la tierra sagrada que soñaron para plantar su sabiduría
y costumbres.
Por último, aspiro a que continuemos diseñando e instalando una feria con esos valores que
disfrutamos para adornar el espíritu humano de los dominicanos con la siembra de cultura,
arte e intelecto como forma valiosa de engrandecer nuestra sociedad.
Sugiero, que se traslade la próxima feria a la Ciudad Universitaria, (UASD), hito enardecido del
nacimiento de la academia en suelo americano, la oratoria, el derecho de gente, la
jurisprudencia originaria, la medicina y las artes.
Esa Universidad Primada, nacida por Bula Papal en 1538, que en apenas 15 años celebrará 500 años de fundada. Loor a ese patrimonio con la firme contribución del Estado a ese distinguido Centro Académico de los antiguos dominicos. Esa Ciudad Universitaria se presta como galardón histórico en su primacía americana, “donde arte vertió sus fantasías”, en palabras poéticas de Salomé Ureña.