La casona donde secuestran al comisionado aparece como un símbolo fatídico inquisitorial y oscuro. El escenario y su infraestructura de objetos, techos, puertas y habitaciones remiten necesariamente a la inquisición. Pero todo puede ser una fantasía, un elucubración, un pretexto para la dimensión aparatosa de la institución moral y religiosa.

La escritura de la historia inquisitorial pronuncia las palabras y a la vez presenta, vocaliza, frasea la situación estratégica en la dimensión de un acto penoso y trágico movido por el mecanismo del recuerdo. Los diversos ritmos o narrativas de la cuarta parte de los MANUSCRITOS de Alginatho, empalman como relación técnica y complementaria con los eventos iniciales de la misma, pero sobre todo con ese foco de comienzo del relato que anuncia la confesión desde la escritura y el testimonio. El escritor es también inscriptor de lo que se dice o declara en aquellos papeles para ser publicados o defendidos en el marco editorial pero sobre todo en el movimiento de la conciencia pública contemporánea. A través de noticias halladas en diarios, revistas y publicaciones monográficas actuales se informan sobre los inicios, preguntas, inconductas y desviaciones de todo tipo de cierta tendencia erótica del sacerdocio actual, de cuyos protagonistas hablan las denuncias aparecidas en diferentes medio de comunicación escrita, radial o televisiva.

El espectáculo de la postmodernidad exhibe de una manera crítica la opinión pública al respecto, destacando los puntos clave de la corrupción moral, así como también alegoría profana y diabólica de lo que se ha dado en llamar la furia del anticristo. El desamarre de esa furia de hace visible en los cuerpos de relato fijados en Los manuscritos de Alginatho del escritor Haffe Serulle.

Producto de un trabajo sostenido en el contexto de la ficción novelesca, el autor de la presente obra relata lo que otro le ha narrado mediante una escritura fluida y a la vez compacta. Los ecos reconocidos y a la vez producidos por los personajes de esta novela se justifican en los niveles de orquestación de la trama narrativa y de sus vínculos con el mundo histórico y real. Pero como ya hemos dicho en otro ensayo sobre esta obra, de lo que se trata en la misma es de poner en lugar y en páginas, la ruina moral y social de un mundo roto en sus ejes bordes, (tal y como se puede leer en pp. 626-634).

De ahí que lo que se narra en esta novela es también la descomposición de la razón clerical y por lo tanto las huellas mismas de dicho cuerpo eclesial. Las capas de la descomposición y desarticulación de lo establecido aparecen en esta obra cuando el comisionado es secuestrado y torturado por haber visto una visión sacrílega, una huella de lo erótico en el mundo de la autoridad eclesiástica.

El relato que aparece en la cuarta parte de esta novela y que enlaza con la tercera parte de la misma nos lleva, en el silencio de la lectura, a la narrativa o representación de una estructura social, moral y ética en crisis, pero aún más nos pone frente a una imagen cuya crueldad hace saltar los preceptos de la formación sacerdotal que según el personaje debía ser ejemplo y principio de dirección espiritual. Lo que le reclama el comisionado a su inquisidor y torturador es la vuelta a la moralidad del vivir en Dios y para el bien. Pero el muchacho ha sido enviado a cumplir una misión: cocerle los ojos al comisionado para que no pueda ver lo ya visto, la verdad de un hecho que por su intensidad criminal no debe ser reproducido por memoria alguna, pero tampoco debe ser recordado como un hecho donde la autoridad eclesial aparezca y sea tomada como testigo "…jamás hablarás, le dijo. El comisionado no farfulló ni se empecinó en decir nada, no porque le era difícil hablar, sino como recurso supremo de su protesta contra el oprobio. Fue entonces cuando el joven le explicó la tarea tan dura y difícil que le habían encomendado llevar a cabo, propia de un carnicero y no de un religioso como él educado en la oración desde pequeño." (op. Cit. p. 622)

El trazo, la representación, lo que sería la figura de una exclusión, una condena y por lo mismo una fatídica pesadilla se convierte en una empresa desgarradora de la visión y el cuerpo: "Debo cocerle los ojos reverendo, le dijo, decidido a dejar el tuteo para otra ocasión menos seria. El comisionado impresionado ante la sentencia del joven apretó los parpados de golpe, y así, con ellos apretados, para no ver las tinieblas del miedo, continuó escuchando a quien en los próximos minutos seria su torturado". (ibídem. Loc. cit.).

Pero, ¿a qué se debe la decisión de recluirlo, de quitarle la visibilidad y el poder de reproducir un factum, una memoria, una escena sin representación? Mediante el recurso de estrategias de las voces, “el otro, el preceptor, la norma inquisitorial, la voz establecida, la psedomoral, el sujeto inquisitorial, en fin la fuerza de la apariencia produce el efecto de anulación y desaparición de una escena que quiere ocultar, callar el acontecimiento espeluznante: “debes coserle los ojos al reverendo: él acaba de ver parir a una mujer en el sótano de la catedral y esa mujer es una monja, dijo uno de los cinco hombres…” (ibídem.). "Otro de los acompañantes diría que el reverendo también vio cómo mataban a la monja y cómo le cortaron la cabeza a la criatura nacida de su vientre “era el vivo retrato de cierto jefe de la iglesia, comentó el muchacho…” (ibídem. Loc. cit.).

En el contexto de este juego de voces imágenes del comisionado como centro de esta pesadilla, quiere apelar al hilo de una razón que ha sido fracturada. Ante la autoridad de testigos, horrores, amenazas y cuidados, la voz del comisionado quiere llamar la atención sobre esta escena sin juego, sin dramaturgia sólida, ni final verosímil: “El comisionado movió la cabeza de un lado a otro tratando de decirle al joven que todo eso era mentira, pues él nunca habría sido testigo de nada. Pero al joven no le importaba saber la verdad o la mentira de todo esto, y mucho menos si el comisionado le creía o no. No, lo de él era salir lo mejor parado posible del lío en que lo habían metido esos hombres…” (ibídem. Loc. cit.).

La temperatura narrativa de dicho espacio ficcional crea las posibilidades de una especulación, donde lo que está en juego es la protección de cierta autoridad eclesiástica local: “Esos hombres que han dirigido el plan contra el comisionado forman parte del programa, de los bastones, números y palancas de un estado eclesial dictatorial. Pues lo que se quiere ocultar es precisamente, la contraimagen, lo que nos mira desde una conciencia desgarrada de “lo otro”, del vínculo, del escándalo de la representación y sus protagonistas.

Toda la novela quiere ser una revelación y a la vez un llamado de que el amor no ha sido entendido en su extensión teológica y de que algunos padres de la iglesia y místicos cristianos equivocaron el mundo, el significado de Eros y Ágape. La sincronización que por vía confesional incorpora los relatos de Alginatho en sus manuscritos, no impide la interrogación o la búsqueda del lector situado como testigo y a la vez usuario de la información proveniente del relato. Los contrastes del relato, así como los niveles de representación y construcción de los escenarios hacen que la novela se convierta en una suma de focos y mensajes dirigidos a poner en evidencia y descubrimiento los actos de una condición y una figura de autoridad en el ámbito de lo real-imaginario.

La noción de evento quiere traducir, pero a la vez deconstruir la materia discursiva y figural de la narración. Los hilos internos de la novela centúan el plano de significación de los hechos narrados aquellos atributos y fases donde los personajes se manifiestan como co-actuantes y a la vez formaciones imaginarias cuya invención tiene una base en lo verosímil y lo visible de los eventos presentados por Alginatho.

Sin embargo, cuando leemos toda la primera parte del foco de inicio de la novela, ¿qué nos garantiza lo real o lo irreal, lo verdadero o lo falso de esta confesión? ¿Qué es lo que realmente nos quiere ocultar o desocultar la escritura de este personaje, del cual no encontramos un acta cierta o legal de nacimiento ni de muerte, pero ni los mismos manuscritos nos ofrecen pistas verosímiles o visibles de los puntos familiares o biográficos concurrentes?

Los tonos muchas veces apocalípticos de la novela surgen de la misma voz del personaje. Siendo el obispo un personaje crucial en el relato de Alginatho, su hablar, sus rumores, su palabra autorizada se expresan y a la vez presentan un determinado modo de aparecer y ocurrir en la misión misteriosa de los fines del hombre, del mundo y sobre todo de la carne. La voz del obispo tal como confiesa Alginatho anuncia y denuncia una amenaza cósmica para el hombre que se aparte de los caminos de Señor: “Entonces recordé al Señor Obispo cuando hablaba desde el púlpito de la capilla del seminario precisamente de animales imaginarios, animales gigantescos dispuestos a tragarnos por mandato del Señor si nos descarriábamos de su camino”. (p.276).

El obispo como personaje de la novela cobra un valor de símbolo y lenguaje que ayuda a definir los principales ejes de la confesión, pero también lo impone Alginatho como fuerza de la autoridad y la presentación eclesial contradictoria. La voz del obispo se reconoce en la cátedra, el púlpito y la homilía y es allí donde aparece el tono destructivo o apocalíptico de su visión junto a la del profeta Daniel, pues aquellos animales fabulosos “Un día vendrán y nos devoraran a todos, exaltado. Y esos animales no están en nuestra imaginación… No, ellos existen como todo lo legado por los pueblos antiguos con sus leyendas y mitologías unas escabrosas otras, impresionantes". Así, al recordar estos pasajes y sentir al mismo tiempo la voz de la muchacha de mi infancia creí oír al profeta Daniel, mientras contaba uno de sus tantos sueños porque si hubo un profeta que soñara en esta vida ese fue él. Escuché su voz serena grave y dulce. Dijo que había visto irrumpir en el mar Grande los cuatro vientos del cielo y vio salir cuatro bestias, diferentes unas de otras. La primera era aleonada con alas de águila, la segunda idéntica a un oso; la tercera parecía un leopardo con cuatro alas de pájaro sobre su dorso y con cuatro cabezas”. (ibídem. Loc. cit.).

Luego: “Cuando vio la cuarta bestia se asustó porque esa frente, con grandes dientes de hierro. Devoraba y trituraba todo lo que encontraba a su paso. “Era muy diferente de todas las bestias anteriores y tenía diez cuernos” (Ibídem.)

La cita, el intertexto como tipo de vocalidad y polivocalidad se reconoce al hablar de los personajes, y como efecto narrativo contribuye a la cohesión interna de la confesión, habida cuenta de que los puntos de conexión complementan las ocurrencias ficcionales y posibles de la novela. Todo lo que como suma de eventos narrativos podemos ver o advertir en Los manuscritos de Aginatho es el orden y el contra-relato de una teología que se inscribe en la fase de visión, iluminación y negatividad de las fuerzas visibles del mundo. Empujada la crisis a los límites más escandalosos en los ejes más importantes de la confesión de Alginatho, su visión ante la vida y la muerte estima aquello que como advertencia, implica la condena o salvación de una vida. Muerto Alginatho sus manuscritos hablan, impugnan, cifran y pronuncian el proceso y los resultados de una existencia y un existir   particularizados en la letra y la escritura en aquella formación de la memoria que le permita el lector establecer la verdad o contingencia que aparecen en dicha confesión.

Más adelante veremos cómo la novela se va convirtiendo también en un pretexto para  contradecir algunas verdades que ya desde las primeras páginas de la primera parte implican una discusión del concepto mismo de autoridad y de creencia. El sentido de una verdad que se oculta para encubrir un acto contranatural y sacrílego acompañado por otros actos que se complementan en una visión del mal, el eje de base que genera estos manuscritos escritos por el cura-párroco Alginatho.