La apuesta de nuestra lectura de Tantas razones para odiar a Emilia es que en gran medida esta obra es la reescritura de una porción de la vida de Pequeño, tal como la vivió y la narra desde que se radicó en Santo Domingo: “con mis 45 años y un currículo bajo el brazo a desandar Santo Domingo en busca de trabajo… en lo que fuera. Bueno, han pasado 14 años y aquí estoy.”

La novela trata de otras muchas cosas, pero, innegablemente, su mayor recarga es producto de ese vivir. Esa situación es narrada por Pequeño en 2012 en una entrevista de la cual robamos algunos pasajes para que, como quería Alfonso Reyes, veamos qué hay detrás del texto de una obra literaria.

“¿De qué manera salió de Cuba?

JFP: En noviembre de 1997 vine a organizar un seminario sobre la cultura del Caribe para la Secretaría de Estado de Educación. Cuando regresé a Cuba, dos semanas después, ya había preparado las condiciones para quedarme luego de la celebración del evento, en marzo de 1998. Llegué a la Casa del Caribe, se lo hice saber al escritor Joel James, su director y mi compañero (hoy fallecido), pedí la baja y solicité un permiso de salida a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Formo parte, pues, del exilio que los cubanos de fuera llaman “dorado” o “de terciopelo”. Para evaluar el brillo o la suavidad de ese exilio sería bueno que me hubieran observado sobrevivir durante un tiempo que no deseo recordar, sin un peso, gracias a la solidaridad de mi exalumno y amigo Hugo Pérez, o salir con mis 45 años y un currículo bajo el brazo a desandar Santo Domingo en busca de trabajo… en lo que fuera. Bueno, han pasado 14 años y aquí estoy. Te juro que nunca he sentido nostalgia (palabra que etimológicamente significa algo así como “dolor del alma”) porque el día en que partí estaba segurísimo de que se lo debía a mi familia y porque, si algo sé ahora, es que la patria está donde yo esté.

¿Le ha resultado muy difícil adaptarse al sitio en donde reside hoy?

JFP: Como a todo el que deja su país. Cualquier sociedad es, a fin de cuentas, un conjunto de códigos que el migrante debe aprender a manejar, y a veces de manera muy cruel. Convivir en ese caso significa dialogar con otra cultura, a contrapelo de las dificultades que presuponen la ausencia de una experiencia común, el manejo de distintos valores simbólicos al momento de juzgar, sin dejar de lado la exclusión, el recelo y la discriminación que siempre amenazan al que llega de fuera. Se oye decir todo el tiempo que Cuba y la República Dominicana son países muy parecidos. Eso es falso”.

“¿Qué ha sido lo más difícil? Bueno, primero la desprotección social; el temor a los riesgos que asume quien no tiene traspatio. Si le pasa algo a tu familia, no hay adónde acudir. Eres un extraño que vino por su voluntad, al que nadie mandó a buscar, y se necesitan años para encontrar un hueco en la no muy amable seguridad social dominicana.”

“Fue difícil, pero me enseñó a tener paciencia y me reafirmó que quien trabaja con honestidad siempre encuentra. Hoy el panorama de la institucionalidad cultural es otro en la República Dominicana. Si no fuera así o si en 1998 hubiera sido peor, igual habría tomado la decisión de venir porque, cuando prendí los motores, mi empeño no tenía reversa (o “marchatrás”, como dicen los cubanos).”(cubaencuentro.com cuba encuentro , entrevistas a José M. Fernández pequeño, Santiago de los caballeros)

El despiste y la desorientación inician la novela de Pequeño, quien tiene pendiente aclarar la M de su nombre. Es suya esta expresión: “la patria no es un sitio anclado en el mar, sino una parte de mí que nadie puede arrebatarme, y menos que nadie la nostalgia.”

No es casual que ese texto, anclado en el ambiente de Santo Domingo donde residía Pequeño como exiliado cubano, comience con la palabra soledad y que el protagonista se sienta solo y como un observador de los demás viajeros hacia y desde el Caribe.

Conozco es sentimiento nostálgico y esa postura de permanente espera de un suceso, que muestra el protagonista en ese viaje. Yo también fui exiliado y viví el dépaysement durante años . No se escribe una obra desligada del entramado vivencial y cultural de su autor.

Bajo el monótono y estridente sonido(“Trac-trac-trac-trac”) de las ruedas de la maleta, el protagonista llega “frente al caunter de Air Caraïbes”. “El sonido y yo (o el yo-sonido) nos detenemos al final de la fila” (p.23).

La llegada a ese lugar es la primera situación narrada en Tantas razones para odiar a Emilia, de José M. Fernández Pequeño. Ese es el texto, la escritura. Es de donde tenemos que partir. En ese instante, la novela sugiere que nos preguntemos: ¿Quién es el viajero? ¿Desde dónde y hacia dónde viaja?

Sin todas las respuestas aun, podemos decir que el viajero es un escritor, pues viaja con su laptop y va escribiendo durante el viaje; un escritor que se presenta a sí mismo como artista: “este soy yo, Osvaldo Bretonnes, artista (es decir, ciudadano del perpetuo presente), que vive su día más podido…”(p.25).Y es alguien que a todas luces que va a un evento cultural, un seminario donde participan pares de diversos países.

Podemos decir también que viaja hacia “el Caribe”, expresión que, en la novela, como en la vida, los isleños de habla hispana solemos aplicar a las islas no hispánicas: “una fila excesivamente larga para un vuelo hacia “los intestinos del Caribe”, específicamente hacia Terre du Soleil

Finalmente, al parecer, el viajero procede de Santo Domingo. No dice que es dominicano, pero tiene fuerte vínculo con República Dominicana. Se siente cercano a los dominicanos.

Sabemos eso porque en rol de observador, de voyeur, durante el viaje, sus miradas se posan, particularmente hacia los dominicanos, a quienes considera sus compañeros de vuelo:

“Me siento con la laptop sobre las piernas ,espero a que suban los programas y libero los dedos sobre las teclas para que dejen rastro de ese impulso irreprimible en cualquier mortal a punto de subirse a un avión; observar a quienes pudieran ser compa{eros den ese azaroso destino compartido que es un viaje .Y sí que resulta variado el entorno frente a la salida B-4.Abundan los dominicanos de ambos sexos ,denunciados por la tupida mulatez y la necesidad inaguantable de formar coro, no importa si están viendo por primera vez y mañana no recordaran los nombres que ahora pronuncian con afectuoso aspaviento. Se cuentan  vida y milagro, mentiras felices ,dolores reales ,esperanzas más o menos falsas, y mis dedos les van adjudicando argumentos, el del, lunar peludo en la mejilla izquierda, que viaja contratado para realizar  trabajos pocos preciados por los isleños de San Martin, Guadalupe o Terre du Soleil, pero se explaya sobre sus habilidades  como si la salud del planeta dependiera de ellas; el del traje beige  y la corbata amarilla ,que se refiere a su misión ministerial con frases alusivas y miradas  resbalosas  de que ya ustedes saben cómo son estas cosas, argamasa de un ministerio que debe ofrecer cabal impresión de su importancia; el que solo ha decidido vacacionar en la casa de unos parientes para no gastar demasiado, pero dedico el día de ayer a artillarse de cadenas ,anillos y manillas con los prestamistas de joyas”(pp.25-26)

Desde las primeras páginas, a partir de esa amplia descripción de los dominicanos viajeros hacia distintas islas del Caribe por motivos distintos, la novela de Pequeño se afianza como una escritura antropológica y de caracteres mediante la cual, a través de la observación de diversos modos y situaciones del vivir, el autor detalla los rasgos raciales y étnicos, así como la cotidianidad del pueblo dominicano.

Ese pasaje en un retrato de los dominicanos que viajan a esos destinos con sus idiosincrasias a cuestas, sus expectativas, sus ilusiones, sus mentiras, buscando nueva vida. Y el autor lo hace de las palabras, los modismos, los gestos y los lugares comunes de los dominicanos.

Lo significativo de esta novela es que en ella Pequeño el escritor (“y mis dedos les van adjudicando argumentos”) se sumerge en la realidad dominicana explorándola de dentro a través de los elementos simbólicos más característicos; captando y explicando lo problemas sociales de ese medio con sensibilidad, mirada crítica, ironía y humor.

Es una mirada desde dentro, conocedora de ese mundo, y del cual el narrador forma parte, aunque no necesariamente pertenece a este, pues, es de todas maneras un observador lejano.

Luego, otra escena delata la pertenencia cultural del narrador por el habla y la escucha de una expresión idiomática identitaria del cubano, pero con referencia de lo dominicano, de Sammy Sosa:

“Pero es un grito a mis espaldas lo que hace dar un salto:

“—No relaje…Pues vea, ayer yo Sammy Sosa, pero me sacaron de la pelota por la bobería esa del bate con corcho, y más luego perdí todos los cuartos apostando en los gallos. ¿Le parece’?

“— ¡Coñóóóó, ahora sssí hirvió el potaje! Ni sabía que ibas al seminario, assere.

Es Viviana que imita a los habaneros …” (p.31).”

Ese es Pequeño. El autor de Tantas razones para odiar a Emilia fue un exiliado cubano en República Dominicana, que se aplatanó a nuestro medio y adoptó nuestro país como suyo batiendo el cobre de la subsistencia, como cualquier dominicano de a pie. Hoy es cubano, nacionalizado dominicano, residente en Miami.

En cuanto a mí, comparto tantas cosas con ese sujeto llamado Pequeño que, me considero su alter ego. Él es medio dominicano y yo, medio cubano.

Y en ese sentido, ambos añoramos, lo dice Pequeño en su propia voz: “Los colmados; el sonido de las fichas de dominó y la mirada desafiante de los tígueres en torno a la mesa; la botella de cerveza en el piso, al lado de la silla; la música que alguien pone en su carro, no sin antes gritarme: “Oye, Cuba, ¿qué te parece?” Y ahí mismo rompe Benny Moré a cantar. A veces estoy en algún lugar de Miami y me digo: “Si apareciera un colmado…”

Esas imágenes y evocaciones sinceras de lo dominicano sugieren la vinculación de la escritura de Tantas razones para odiar a Emilia a la condición de exiliado de Pequeño con todo lo que eso implica, quien llegó a nuestro país en 1997 y se estableció en 1998.