Llamamos “literatura apocalíptica” a las narraciones terroríficas de lo que ha ocurrido o se presume que ocurrirá, en espacio y tiempo, en este convulsionado mundo. Esta literatura comprende un conjunto de expresiones orales o escritas, surgidas de la cultura hebrea y cristiana, que algunos difunden como ineludibles; como seguros sucesos que acontecen o acontecerán en períodos venideros.
Actualmente, en la Tierra se ha desencadenado una serie de acontecimientos catastróficos que nos llevan a considerar que Cristo viene ya o que es el fin de la historia. Algunos profetizan o pronostican; otros anuncian el advenimiento de inusuales y calamitosos eventos. En la Biblia, el libro de Daniel en el Antiguo Testamento y el Apocalipsis en el Nuevo Testamento, son los más claros ejemplos de este tipo de literatura.
Siempre han abundado las profecías, especulaciones e interrogantes, respecto a cuándo Jesús vendrá de nuevo a la tierra, y/o cuándo se acabará el mundo. Los apóstoles le preguntaron a Jesús acerca de este tema, y el Maestro Nazareno respondió lo siguiente: “De cierto os digo que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas acontecen (la destrucción del templo) en Jerusalén, y la venida del Mesías. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras (de Jesús) no pasarán. Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre (Dios)” (Mateo 24:36).
Las incertidumbres, conjeturas, sospechas e inquietantes acontecimientos, son evidentes señales del cambio de una época o del final del mundo; esto es así, por lo que está pasando en todas las sociedades y naciones: conflictos personales, malestares grupales, confusión en comunidades religiosas, desobediencia a las autoridades eclesiásticas y gubernamentales, guerras entre naciones, desenlace de antiguos nudos de mafiosos en instituciones eclesiásticas, inclusive en las estructuras más impenetrables.
Una de las indicaciones más relevantes de problemas desastrosos, se evidencia en las estructuras milenarias de la religión cristiana. Tal vez sea porque la religión cristiana ha madurado, ahora se concibe que ha comenzado a decaer como movimiento e institución, esa fe cúltica que surgió en la órbita del Mar Mediterráneo y el norte de África, después de la muerte de Jesús de Nazaret (30 dC).
La religión cristiana fue aceptada, impuesta y promulgada como oficial por el emperador Constantino, en el año 313, mediante la publicación del Edicto de Milán. Es la más numerosa y divulgada, a pesar de sus múltiples divisiones, reformas, desviaciones dogmáticas, modos litúrgicos, tendencias espirituales, énfasis culticos, devociones particulares. Se desarrolló de manera extraordinaria durante 2000 años, y ha tenido un rol preponderante de influencia moral, espiritual, filantrópica, ideológica, educativa, moralizante, dominio económico, y mucho más, en todo el mundo habitado.
Hoy día, el cristianismo se reconoce como la religión con el mayor número de adeptos, aproximadamente 2,400 millones de fieles, presentes en diferentes países, culturas y etnicidades, con alrededor de 4,200 subdivisiones en iglesias y comunidades autónomas. Esto puede ser considerado admirable, pero el Profeta de Nazaret tiene otro concepto (ver Mateo: 24ss).
Como sucede naturalmente con lo que existe en el globo terráqueo, todos tienen las mismas características: las frutas, los árboles y bosques, animales de todas las especies, incluyendo los seres humanos, los pueblos, las instituciones, las comunidades cívicas, las naciones, los partidos políticos, los imperios.
Conforme a las reglas de la naturaleza, parece que ha llegado el tiempo apocalíptico de la transformación visible del movimiento cristiano porque, como todo en el mundo, nace, crece, se multiplica y desaparece o muere. Lo que está pasando en contados lugares con los cristianos, puede ser el caso; aunque Dios siempre será Dios; Jesucristo, la Palabra Divina, no pasará, y el Espíritu Santo estará presente con poder para santificar a los fieles creyentes.