Vaya mi respeto a todos los que laboran largas horas en los colmados, siempre listos para servir, desde la aurora hasta bien entrada la noche. ¡Cuántos problemas han resuelto los colmados de los vecindarios! Pero desde hace años, y para responder a nuestra proverbial improvisación, los colmados se han inventado un servicio a domicilio. Basta una llamada, a la hora que sea, y usted verá salir del colmado en cuestión, impelido por energías sobrenaturales, a un joven motorizado en un artefacto invariablemente sin muffler y dotado de una amplia caja para cargar las necesidades de clientes descuidados.

La cabeza sin casco del joven delivery relojea para todas partes, el tiempo vale el oro de la propina, directamente proporcional a la celeridad con la que lleguen las frías, la libra de queso, los diez panes, el hielo, tres refrescos y una funda de café que olvidaron adquirir en la gran compra del Super. El delivery cree que su motor le transporta a otra dimensión en la que no puede ser chocado por ninguno de los vehículos que torea magistralmente con una pericia que enrojecería de envidia las mejillas del mismísimo Manolete. Los chirridos de los frenazos se mezclan con los improperios de los airados choferes. Nuestro Quijote delivery no se inmuta: avanza, zigzaguea, se cuela, ahora dobla en dirección contraria y cuando todos los caminos se le cierran, ¡se sube a la acera y circula por ella como si tuviera una patente de corzo firmada por Su Majestad, la Reina Isabel de Inglaterra o alguna organización clandestina del Medio Oriente!

La tarde esta cayendo. Usted camina por la acera, mal iluminada, casi se le salen los ojos de la cara examinando las aceras que George levantó, sorteando raíces, o las reliquias de la última conexión creativa de algún vecino, cuidando de no pisar nada inconfesablemente canino, ni de tener un encuentro cercano con alguna funda errática de la cariñosa basura. Usted escucha un creciente runruneo y de pronto, cual león de la jungla y engendro del averno, se le abalanza encima, sin luces y a velocidad de propina, ¡el delivery! 

Con simpatía e inventiva tropical, el delivery parece tener potestad para subirse a la acera, pitarle para que usted se quite, y poner en peligro su vida peatonal, que todos los regidores, agentes grises, verdes y gobiernos de esta Insula silvestre están por empezar a tomar en cuenta. Consejo de peatón empedernido: no piense que por haber escapado la rueda delantera del delivery usted ya está a salvo, ¡la peligrosa es la rueda trasera, la de la bendita caja!

Los peatones de este país joven celebrarán jubilosos el día que se prohíba y se castigue a quien transite en motor por las aceras, así mal lleve un uniforme de las fuerzas armadas; la hora en que los meritorios señores dueños de colmados amonesten severamente a sus deliveries y el momento glorioso en que el Ayuntamiento o las fuerzas del orden les claven una salutífera multa cada vez que sus muchachos transiten por las aceras irresponsablemente.

Mientras tanto, y ante tantos y graves asuntos nacionales y la fauna marina de los pulpos, calamares y medusas pendientes de aclaración, añado esta invocación al rezar las letanías: ¡líbrame del delivery!

 

Publicado en El Caribe en enero del 2005, lo he actualizado con 4 palabras.