Leo hace unos años.

El exsacerdote Leo Theuwissen arribó a la República Dominicana desde Texas, EUA, en septiembre de 1964, país, el nuestro, donde trabajó hasta junio de 1968, si se quiere, en una primera etapa, en vista de que prosiguió trabajando tiempos después a su regreso de Bélgica, su tierra natal.

Como presbítero de la Congregación Inmaculado Corazón de María, C. I. C. M., ofició misa en la parroquia San Bartolomé de Neiba y en otras unidades pastorales menores de la provincia Baoruco, como la de Villa Jaragua, Los Ríos, El Estero y en la ermita de Las Clavellinas.  El entonces cura llegó al país imbuido de las ideas del Concilio Vaticano II y de la renovación de la iglesia latinoamericana y del Caribe orientada por el CELAM.

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Leo cuando cura en 1968.

Como es bien sabido, eran tiempos, aquellos, de efervescencia social y política en la República Dominicana post Trujillo y en otras latitudes, donde aún no se respiraba paz del todo, sino muertes, tensiones, represión, odios y persecuciones, sobre todo en épocas del estallido de la guerra de Abril de 1965; y no mucho tiempo después de la Iglesia haber abandonado la celebración de la misa en latín con el sacerdote de espaldas a la feligresía, para oficializarla en las lenguas vernáculas, con los curas de cara a sus fieles.

Pensamos que Leo, aun habiendo colgado los hábitos, no ha dejado de ser el sacerdote que lleva por dentro.  Es pintor, escultor, dibujante, en una palabra, artista, con muy buen dominio de su oficio.

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Pie de Amigo, de Leo Theuwissen, escultura en terracota.

De gran sentido crítico, creativo, sensible, honesto a toda prueba, a lo sumo inteligente, con aguda conciencia del entorno en que se mueve, a cuya mirada escrutadora nada o muy poco escapa, penetrante observador de las diferencias culturales de los fieles y sus pueblos que tuvo a su cargo, con los que entró en contacto en su labor misionera.

Lejos de resistirlas como el europeo que es, habitante, este, como se sabe, por su etnocentrismo, con tendencia a aplastar la noción del Otro cuando se relaciona con él, Leo fue comprensivo y tolerante en la inculturación que sufrió, un excura con un claro concepto en aquellos entonces de lo que tenía o no que hacer, tal cual se adivina en sus anécdotas.  Antes que haberse colocado a la defensiva y ofensiva frente a la idea de la otredad, ante las variedades y diversidades culturales representadas en sus fieles, se dejaba abrazar por ellas.

El haber optado por ser uno con sus feligreses, probablemente como parte de los votos de pobreza de su congregación, dentro del espíritu del Concilio Vaticano II y de los aires renovadores de otros cónclaves de igual jaez de la iglesia de América Latina, habría llevado al excura Theuwissen a sufrir privaciones, grandes limitaciones a las que se refiere en sus anécdotas con eufemismos por su discreción.  Su gran sensibilidad social y espíritu abierto hizo que gozara y sufriera con ellos cuando le tocó, siendo esto último, la parte del león, cual expresión de su estado de extrema pobreza.

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Leo en la boda de unos de sus hijos.

Leo en su trabajo pastoral fue capaz de ejercer crítica y autocrítica, a las que no escapaban sus compañeros y superiores de la misma congregación, de desarrollar sentimientos de empatía hacia sus semejantes; y por el gran sentido ético de su oficio y de la vida, cuando de condenar las prácticas corruptas de las gentes de entonces se trataba, no transigió; por lo que tuvo contradicciones con ellas, como fue el caso que observó en la repartidera poco transparente y honesta de alimentos de Caritas.

El artista en Leo, con conocimientos de antropología social, dueño de un circuito de humor, de un uso de la ironía, a veces no sin tintes de morbo, le prestó el concurso de verse en sí mismo en los ojos de los demás, en los de sus fieles y los de otras gentes de los pueblos, pobres criaturas del denominado Tercer Mundo, una síntesis de sus modos mentales, sus precariedades, sus gustos, sus creencias, sus hábitos y sus valores, inmortalizados en su arte.

Sin embargo, no estamos seguros de si logró formarse un cuadro mental de lo que se imaginaban de él los lomeros como cura joven que los había visitado después de nueve años sin haber visto sacerdotes, acostumbrados a ver a curas de la Orden Franciscana ya entrados en años, algunos de ellos, sin escrúpulos en su método recaudatorio del dinero de las ofrendas, de “barba larga y sotanas marrones y chancletas [. . .] que fingía totalmente de insolvente”, escribe Leo, de quien habían pensado que era un “un Fidel Castro disfrazado”, presumiblemente condicionados por la propaganda anticastrista heredada del trujillato.

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Dibujo de una casa de Villa Jaragua a finales de la década de los años sesenta de Leo Theuwissen.

Escribimos y nos conducimos en general a partir de nuestras realidades culturales, de nuestros contextos sociológicos y desde las ideologías que nos han condicionado.  Es lo que explica que Leo haya tenido en mente, sea consciente o inconscientemente, la figura del dios hebreo con su voz de trueno en una epifanía en el Sinaí, el Horeb o en otro monte veterotestamentario mientras estuvo internado en las montañas de Neiba.  Relata que un señor neibero de nombre Carmito Gómez [Montero], entre otras ocupaciones, exbombero y voraz lector de Dostoievski, con un altoparlante se dirigía a los padres lomeros para que llevaran a bautizar a sus “hijos moros” a escuelitas de la comunidad. “Con su voz de barítono y el altoparlante”, escribe Leo en sus anécdotas, “resonaban con el eco de las montañas y valles [. . .] de tal manera que retumbaban como trueno en todos esos entornos montañosos”.

En su proceso de inculturación, uno de los rasgos culturales que más le impresionaron al exsacerdote de la Villa Jaragua de entonces era la rara costumbre en los padres del lugar de bautizar a sus hijos con nombres y sobrenombres para él creativos. Es justamente lo que sucede con los de Julio César, Aurelio, Apolo, Churchill, Mussolini, Lincoln, Homero, Kennedy, Suiza y Austria, probablemente, vistas sus condiciones de pobreza, para comprometer a sus hijos como mecanismo de compensación psicológica a que emularan la grandeza de héroes reales y míticos, de deidades griegas y romanas, de gobernantes y de países en dichos nombres y apodos representados.

Sin embargo, el nombre que descaminó a Leo, y que llevó a desbordar el limitado espacio de los registros de bautismo en la parroquia San Bartolomé de Neiba fue el “genial y pintoresco” de Julio César de la Mata de Palma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Méndez Cuevas, tanto por lo largo del referido nombre cuanto por la curiosa forma de la criatura haber sido concebida al pie de una mata de palma, nos dice el ahora artista, experto en programas de desarrollo y asesor de alto nivel.

En su faceta de artista, por más que no se lo haya propuesto quizás, por aquello de que, para decirlo con Marcel Duchamp, pintor surrealista francés, el inconsciente vence al consciente en la tensión que se libra en la creación de una obra de arte –a lo que él llama el coeficiente artístico–, predomina el concepto del noble salvaje en el arte de Leo.  A nuestro juicio, más que la pobreza como fardo de la suerte que les tocó vivir a los moradores de las comunidades y de sitios marginales que conoció, sin duda le atrajo al exsacerdote y artista el elemento de lo exótico; esto es, no se identifica con la realidad que representa en dicho arte sino por razones estéticas, si bien él afirma que sus “dibujos reflejan su aprecio de lo vernáculo [. . .] como resultado de [su] exitosa inculturación”.

Leo, como buen lector de la personalidad de sus feligreses, anticipaba y se imaginaba las respuestas que ellos darían a las más variadas experiencias como cura y de vida que tuvo.  Sus conocimientos prácticos de psicología, antropología social y del ambiente en que se desenvolvió – ¿Acaso una versión simplificada de un Malinowski mirón en el fondo de la conciencia de sus “nobles salvajes”? –, le hizo desarrollar sentimientos de empatía y estéticos, estos últimos, como se entrevé en no pocos de sus dibujos y artesanía en terracota.  Por la indiscutible calidad de sus trabajos artísticos, a raíz de una exposición auspiciada por el Ministerio de Cultura en 2010 bajo el título de “Una figura, una postura, una cultura”, llamaron la atención de un crítico de arte local, quien escribió sobre ellos: “El arte del Sr. Leo refleja de manera original escenas de la cultura dominicana”.

“Por encontrarme sin raíces en mi pueblo de origen, opté por quedarme en la República Dominicana”, dice Theuwissen en una de las anécdotas que escribió, algunas de ellas, a instancias de un íntimo amigo suyo villajaragüense. Había regresado al país desde Bélgica.  Reanudó su labor pastoral por un tiempo al cabo del cual cuelga los hábitos.  Luego, se dedicó en cuerpo y alma a trabajos de promoción social y humana, con un nivel de involucramiento y de compromiso tal en uno de los sectores de la parte alta de la ciudad, que se ganó en buena lid el mote de “Orgullo del Espaillat”, sector, este, donde fundó junto a otros lugareños la comunidad Santo Tomás Apóstol, dedicada a rescatar a jóvenes descarriados. Por sus amplios conocimientos de la realidad y geografía nacionales, lo mismo que de lenguas y culturas extranjeras, Leo llegó a trabajar en instituciones tanto públicas como privadas, así como en oenegés tanto nacionales como foráneas en las que ha hecho grandes aportes a la sociedad dominicana, como el de haber sido uno de los fundadores del Instituto Agronómico y Técnico Salesiano en La Vega en 2005.

El exsacerdote es un hombre de ideas vanguardistas, que acompañaría más tarde, ya como laico, a pobladores de la barriada del Espaillat, y desde luego, a los de otros sectores marginales de la parte alta de la capital dominicana en sus luchas reivindicativas en los Doce Años del balaguerato. Así las cosas, se entiende que, en sus escritos sobre el periodo, lo haya abordado con desparpajo y valentía, en los que condena las muertes y el terror en que incurrió en sus gobiernos “un ilustre Presidente”, como irónicamente se dirige a Balaguer, lo mismo que a la tiranía del status quo que encabezó.  Desde una perspectiva marxista del discurso, Leo acoge la dura crítica global que se le hace a la Iglesia en su conservadurismo por su espíritu intransigente y por la rigidez en sus doctrinas, entre otras razones varias, “a partir del desarrollo industrial y la exagerada explotación del hombre por los dueños de los medios de producción”, y por “poderosos sectores, carentes de piedad, [que] explotaban [a] los humildes pobladores bajo la sombra de la Jerarquía de la Iglesia que ‘ni pío’ decía”, como sostiene en “Telón de fondo”, un largo artículo que publicara en línea. (Cfr. https://espaillat.blogspot.com/2010/06/el-ensanche-espaillat-y-la-iglesia-en.html)

Para concluir, el Sr. Theuwissen formó familia en el país. Casó con una gineco-obstetra de Neiba. Es también escritor, con un libro de cuentos en su haber intelectual ilustrado por él, una obra en la que participaron sus hijos cuando niños, hoy, bien encaminados en la vida, de alto perfil profesional, con formación de PhDs y maestrías, egresados de prestigiosas universidades francesas. El carismático excura, ya octogenario, reside en Santo Domingo y viaja a Amberes, Bélgica, para descansar.  Una exposición de su arte pictórico y de impresiones de sus piezas artesanales de terracota, en sus palabras, “certificado de [su] exitosa inculturación”, fue montada en los salones del Centro Cultural de Neiba, antiguo Casino Unión Neibera, Inc., en el contexto de la recién finalizada Feria internacional del libro Neiba 2023. Sea esta semblanza un tributo a la amistad y la admiración por el trabajo misionero de Leo Theuwissen en la provincia Baoruco en el decenio de los años sesenta, por parte de un otrora niño de algunos tres años de edad, desnudo y descalzo por obra y gracia de la pobreza, con quien nuestro excura jugó canicas en el patio de su casa, según cuenta su hermana mayor, Antonia.