Todo modelo educativo, sea positivista o escolástico, tiene algo de relación. Esta correlación filosófico-pedagógica no es algo reciente, procede de la antigüedad. Hay dos concepciones opuestas, unilaterales, del hombre: concepción positivista y concepción espiritualista. Estas engendraron dos formas de pedagogía, la científico-naturalista y la filosofía idealista. La tendencia antropológica, tan acentuada en nuestros días, se manifiesta también al final del siglo XIX: la metafísica del idealismo escolástico; después, particularmente el positivismo, plantearon dos modelos opuestos al problema de la educación.
El trabajo realizado por Hostos en la educación, encuentra un amplio respaldo de diferentes sectores intelectuales, también encuentra una militante oposición de la iglesia católica, destacándose Fernando Arturo de Meriño.
La educación clerical, fue la primera en enfrentársele, cuando sacudió los moldes pedagógicos y vació sus métodos, el edificio intelectual que la Iglesia había levantado, desde primitivos tiempos, en suelo dominicano.[1]
Para los años 1861-1865, la educación dominicana empieza a recobrar un nuevo auge, gracias a los distinguidos maestros y moralistas Fernando Arturo de Meriño, Francisco Javier Billini, entre otros. El maestro Hostos se contrapondrá al sistema educativo establecido y orientará el sistema positivista.
Meriño se convierte en el gran defensor de la ideológica educativa cristiana en su oposición al sistema hostosiano. El fundamento de esta oposición reside en el carácter laico de la reforma de Hostos, que excluía la enseñanza religiosa, sobre la base del criterio de que no podía pertenecer a un modelo educativo, y que debía utilizarse como una orientación para el hogar, las buenas costumbres y no tenerla como instrumento pedagógico.[2]
En esa etapa donde los debates entre la fe y la razón se habían actualizado, algunos criticaban fuertemente los principios católicos y llegaron a cuestionarlos por su educación. Por tal motivo, Hostos intenta suprimir en las escuelas el método de enseñanza enciclopédico que, en vez de formar racional y científicamente las conciencias de los hombres, las deformaba y embrutecía.
Hostos proclamaba que no sólo bastaba enseñar al hombre a conocer, sino que era necesario enseñarlo a razonar, mientras que el escolasticismo se basaba en un método metafísico y teológico, en el cual predominaba la fe sobre la razón.[3]
Meriño fue un tenaz enemigo del modelo educativo positivista, el cual condenó enérgicamente en algunas cartas circulares sobre las enseñanzas de la Iglesia.[4] Predicó siempre contra del mencionado modelo educativo, como desfigurador de la identidad y las costumbres del pueblo dominicano.[5]
El ilustre Meriño se mostró como correspondía a un defensor de las ideas del espíritu cristiano, adversario de muchas de las teorías constitucionales de las cuales Hostos se hizo apóstol y difusor en la República Dominicana.
En su maravilloso estudio sobre la encíclica Inmortale Dei Refuta, se refiere al principio de la soberanía popular, teoría que falsea la base de la constitución de los estados, depositando en ella el germen disolvente de su organización, de su paz y bienestar.[6]
En su carta pastoral sobre el espíritu de impiedad, se pronuncia a su vez contra la libertad de cultos y contra la división de la Iglesia y la nación.
“No se quiere religión ni en las escuelas ni en el Estado”, insiste en una de sus cartas, no se comprende formar una generación sin fe y separar a Dios de la vida pública para facilitarle desahogada medra a las elucubraciones de un materialismo brutal, de libres pensadores apóstatas de las sanas y enaltecedoras tradiciones de sus mayores”.[7]
Las ideas de Hostos parten del supuesto que existía un abismo entre la educación impartida y las necesidades básicas de los educandos nacionales. Por tal razón, enfrenta las ideas de la educación tradicional. El aporte de Hostos al pensamiento filosófico dominicano se caracterizó por un modelo de educación laica y el reconocimiento del progreso de la ciencia.
De esta forma, entre la Iglesia y Hostos se entabló una batalla, cuyas armas fueron la pluma y el verbo elocuente; sus municiones, las ideas argumentadas, y el escenario fue la prensa, el púlpito y la cátedra.
[1] Hostos, Eugenio María de. La peregrinación de Bayoán. La Habana, Editorial Cultural, 1988, pp. 35-36.
[2] Morrison, Ramón. Ob. cit., p. 176.
[3] García G., Federico. “Literatura Dominicana”. Revista Hispánica de la Cultura. Santo Domingo, no. 37, 1969, pp. 25-43; véase p. 87.
[4] Boletín eclesiástico del 1 de octubre de 1888. [Meriño, Fernando Arturo de. “Sermón del 27 de febrero de 1860”. En José Manuel Machado. Obras completas. Ciudad Trujillo, Editorial La Nación, 1906, pp. 477-489; véase p. 482].
[5] Meriño, Fernando Arturo de. “Sermón del 27 de febrero de 1860”. En José Manuel Machado. Obras completas. Ciudad Trujillo, Editorial La Nación, 1906, pp. 2-23; véase p. 19.
[6] Meriño, Fernando Arturo de. “Sermón del 27 de febrero de 1860”. En José Manuel Machado. Obras completas. Ciudad Trujillo, Editorial La Nación, 1906, pp. 53-61; véase p. 54.
[7] Ibíd., p. 52.