Un político comienza a formarse desde su juventud. Puede iniciar su preparación dedicándose a actividades estudiantiles que desarrollan su liderazgo y ponen en práctica su vocación de servicio. Desde muy joven puede integrarse también a las actividades de cualquier organización política y, en el curso de su vida, estudiar profesiones afines, participar en campañas electorales, desempeñar cargos públicos y emplearse en múltiples actividades que le acercan a la población y sientan las bases de su preparación política.
Un político no tiene necesidad de retirarse, aun mermadas su fuerza física, ejerce su profesión hasta que su calidad mental se lo permite. Esta condición suele permitirle una vida útil en la carrera política que puede extenderse hasta los últimos momentos de su existencia. En el trayecto se formó criterios y un modo de comportamiento que no cambiará en toda su vida. Tuvimos hasta las décadas recién pasadas a Juan Bosch, quien ejerció activamente la política hasta que ya nonagenario, un mal que afectaba su lucidez mental se lo permitió y Joaquín Balaguer, quien, también nonagenario y prácticamente inválido, pero en plenitud mental, mantuvo un papel determinante en las decisiones políticas hasta los últimos momentos de su vida.
Un militar también se forma desde sus primeros años de juventud. Ingresa a una academia como cadete o a un centro de reclutamiento como conscripto. Al pasar esta etapa de formación, puede permanecer hasta cuarenta o más años en el cuerpo armado que escogió. Finalmente, el militar se retira cuando ya ha pasado gran parte de su vida moldeando un pensamiento y forma de proceder atado a la rigidez militar y, a veces, marcado por el distanciamiento social al que se ve inducido por el papel coercitivo que desempeñó ante la población como militar activo.
Ambos, políticos y militares, ejercen profesiones, aunque, intrínsicamente relacionadas, irreconciliables por su naturaleza. Es inusual que un individuo ya formado y moldeado por la experiencia del ejercicio político durante años, abandone esta actividad para ingresar en un cuerpo militar. La edad no sería el único inconveniente, su formación primaria en otra actividad tan diferente, determinaría su desadaptación y poca asimilación del quehacer militar. Afortunadamente, nuestros políticos, han tenido la suficiente inteligencia para no incurrir en este error. Uno y otro, no pueden dejar su dedicación por años para integrarse exitosamente a la otra.
Aunque pecó de sincero, dejó al descubierto una parte oscura que siempre ocultan los políticos de formación.
Aunque parecería que la actividad política ejerce un dulce atractivo para los ex miembros de las Fuerzas Armadas dominicanas, estos no resultan muy afortunados en ese menester. El ejercicio del mando y la obediencia ciega, importan más en la carrera militar que la vocación de servicio social que se demanda en la formación política. Los militares que hacen el tránsito a la política después de su retiro a veces nos desfasamos y podemos llegar a pensar que conseguir la obediencia y dirigir una institución militar con unos cuantos miles de hombres es lo mismo que constituirse en un líder político, ganarse el voto popular y dirigir una nación de 11 millones de habitantes.
Se podría explicar que, con todo el derecho que le asiste, un exgeneral puede involucrarse en una actividad ciudadana que le estuvo vedada constitucionalmente por las tantas décadas que permaneció en un cuerpo militar, pero más allá de ese derecho existe el inconveniente insalvable de una preparación primaria que no se tuvo y, posiblemente, de una vocación que no se tiene.
Un militar puede ser retirado aún con fuerza física y lucidez mental para seguir aportando una labor positiva en cualquier área productiva. Y la política es vista como una de ellas. Algunos piensan en desaconsejables reintegros o en cargos públicos (mayormente, no electivos). Con estas intenciones siguen a un líder político reconocido con la esperanza de conseguir sus propósitos con un eventual triunfo electoral. Pero los de más iniciativas y pretensiones, crean sus propias organizaciones políticas. Estas resultan siempre minúsculos grupos con escasas posibilidades electorales.
Por las fisuras que adolecen nuestros sistemas político y electoral, estas pequeñas organizaciones logran insertarse en el sistema de partido y alcanzar alguna parte en la repartición del presupuesto nacional que se asigna y reparte entre los partidos políticos dominicanos. Es este el gran atractivo.
Los pequeños partidos formados por políticos de poco arrastre y los creados por exgenerales, evitan acudir solos a unas elecciones. No corren el riesgo de que les cuenten las exiguas votaciones que alcanzan. A toda costa buscan alianzas con las organizaciones mayoritarias, y como aliados, se garantizan una porción del pastel y que algunos votos del partido grande se desvíen a su poca atractiva casilla en la boleta. Adheridos como sanguijuelas, transitan entre los partidos mayoritarios, a cuyos líderes juran lealtades transitorias que solo se mantienen mientras están en el poder o tienen posibilidades para alcanzarlo.
Con insustanciales ideales patrióticos y promesas sociales manidas, tratan de sustentar entelequias de partidos condenados a la mediocridad. Los exgenerales que dirigen estas débiles organizaciones quizás fueron excelentes oficiales y pueden ser buenos profesionales o intelectuales (historiadores, poetas o escritores de cualquier género). Y pueden complementar su cultura personal con una fina oratoria y otras expresiones de su calidad intelectual. Sin embargo, arrastran siempre un estigma que afecta a los militares dominicanos y casi de cualquier parte. No “cuajan” como políticos.
Aunque ocasionalmente podrían desempeñar eficientemente cualquier cargo público, en el menester político cometen pifias imperdonables que evidencian sus carencias formativas en esa actividad o profundas debilidades éticas en el proceder.
Cae en este contexto de traspiés de exmilitares que incursionan en política el caso de un ex general, dirigente de un pequeño partido, quien, al concertar una alianza con el presidente de la República y candidato del partido oficial, aunque realmente sea su único propósito, le pidiera públicamente al mandatario jurar por Dios y por la patria “ser parte del tren gubernamental desde ahora y también después”. Aunque pecó de sincero, dejó al descubierto una parte oscura que siempre ocultan los políticos de formación.
El general Antonio Duvergé, fue quizás al más importante combatiente por nuestra Independencia nacional. Participó en múltiples batallas para consolidar nuestra Republica, sin embargo, no participo en cargos públicos ni tuvo aspiraciones de gobernar. Finalmente murió fusilado, victima de un general ambicioso y celoso por sus éxitos militares. El general Gregorio Luperón, reconocido como el adalid de la Restauración, ejerció la política al frente de su partido “Azul”, pero a pesar del gran apoyo popular, no ambicionó el poder ni posiciones, solo fue presidente provisional por menos de un año, y hasta delegó en otro sus funciones. Se constituyó en un permanente vigilante de la soberanía nacional, que el país contara con gobernantes honestos y que respetaran los derechos ciudadanos.
Aunque algunos políticos y militares los tomen de estandarte, es obvio que los principios de estos dos grandes generales dominicanos han sido difícil de encontrar en más de un siglo de historia republicana.