Las Humanidades en el entorno actual debe implicar que ellas han sido importantes desde que se originaron en el periodo de la antigüedad clásica. Ahora, en Grecia y Roma se desarrollaban áreas de estudios que antecedían a las Humanidades tal como las conocemos hoy como reacción a las cuestiones teológicas o teocéntricas, con su esplendor en el Renacimiento, hasta nuestros días. Esto, para precisar mejor los conceptos, si partimos de la premisa que es en la cultura occidental, puesto que también hay un legado de estudios humanísticos en la cultura oriental.
Noam Chomsky en varias ocasiones ha expresado la opinión de que el libro impreso y frecuentar las bibliotecas, es lo que hace el conocimiento, y que la tecnología es y debería ser solo un soporte para esa actividad. Además, ningún medio tecnológico, por más avanzado que sea, puede brindar a la persona y al investigador el sentimiento de placer que proporciona abrir un libro, hojearlo, tocarlo, o el sentimiento de maravilla que se apodera de nosotros cuando entramos a una biblioteca y recorremos sus largos anaqueles. La tecnología, al final, siempre reduce la experiencia de la cultura a cantidad, no a calidad. De ahí los límites de una enciclopedia como Wikipedia.
Las Humanidades no pueden perder el sentido del calor humano, que es lo que ocurre cuando aplicamos la tecnología a ellas. Hay una gran diferencia entre leer un poema en un libro, preferiblemente viejo y mustio, y leerlo por computadora. En el segundo caso, falta el contacto humano, que es el tiempo pasado, el esfuerzo que se hizo para confeccionar el libro.
La tecnología está bien en los laboratorios y en las fábricas, donde se originó; no ocurre así con las Humanidades, que requieren aire libre. Sócrates hacía filosofía bajo el sol, en las calles de Atenas, o en los banquetes, claro está, no en un sótano frente a la pantalla de una computadora o ante la pantallita de una tableta. Ahora bien ¿cuáles son los filósofos modernos que han superado su pensamiento? San Agustín escribió La ciudad de Dios con la luz de una vela. Lo mismo hizo Santo Tomas de Aquino que escribió su Suma teológica en iguales condiciones. ¿Y qué filósofo con toda y la superherramienta tecnológica de que dispone hoy los ha superado? El carro superó la carreta, sin duda, pero quienes lo controlamos somos siempre nosotros como tales.
Decimos como tales porque ahora la tecnología está invadiendo el perímetro de la persona humana y lo hace proyectando la quimera del transhumanismo, esto es, un mundo donde el hombre y la máquina se fusionan el uno con el otro. Quizás eso se realice en el futuro, pero no perdamos de vista el mito de Frankenstein, en el que esa creación híbrida termina destruyendo a su creador. Un buen ejemplo de lo que decimos es también la película El Golem de Praga.
Ha habido en los últimos años un fuerte intento de desprestigiar a las Humanidades, tildándolas de anacrónicas y de escasa utilidad. Este ataque no provino del área de las ciencias, pues sus intereses se encuentran en el ámbito teórico y experimental, sino de las que se llaman las ciencias sociales, esencialmente del área de la sociología, interesadas desde siempre en manipular al ser humano y su ambiente, supuestamente para mejorarlos. Se ha despreciado la filosofía, la historia, la teología y la literatura. Para el científico social, el cual es siempre un materialista empedernido, estas materias carecerían de validez práctica. A su juicio, sirven muy poco o para nada porque no impactan la sociedad de manera práctica. Nada más absurdo que tamaña visión de las cosas. Un libro, un poema, un cuadro, cierto concepto del más allá, cambian la vida de las personas, y, por ende, su sociedad.
En el pasado estas disciplinas eran esenciales en la formación del ser interior, y el propósito de una institución educativa era formar ese ser interno de la persona. A las ciencias sociales esto importa poco. Fundadas en el materialismo, entienden que no existe nuestro yo interior. La persona se hace por sí misma manipulando a la Sociedad y al ambiente. Pero si la persona es deficiente en sus adentros, ¿no significa esto que la sociedad y el ambiente que va creando serán también deficientes? Las Humanidades no aseguran un paraíso en este mundo, es cierto, pero por lo menos lo teorizan y lo proponen como ideal. Y ese paraíso se fundamenta en el concepto de la libertad del individuo, no en su manipulación. Leer un poema no me hace mejor persona; quizás; sin embargo, establece la premisa que debería serlo.
La función de las Humanidades es ponernos a pensar de forma racional y crítica. En el ambiente de la corrección política, ya esa manera de pensar ha quedado un tanto suspendida. La han despachado. Las personas actúan según sus emociones primarias. No piensan ni analizan. No deducen. No son capaces de separar sus emociones de una visión objetiva de lo que ocurre. Entienden que su reacción emotiva está por encima de cualquier reacción sopesada. No puede haber cultura sin pensamiento crítico y creativo. Entonces, la corrección política no es cultura; es una contracultura.
Las Humanidades llevan a desarrollar en la persona el pensamiento crítico y creativo porque ellas tratan de la interioridad en nosotros, de nuestros sentimientos, del concepto del bien y del mal. Las ciencias se interesan en lo que es exterior a nosotros. Para ellas el bien y el concepto del bien y el mal no tiene validez. Hay escuelas de la siquiatría que teorizan que actuar bien o mal no depende de nuestras decisiones, sino de una combinación fortuita de sustancias químicas en nuestro cuerpo. Desde esa perspectiva, no somos libres; somos solo máquinas mal programadas y entre el que actúa bien y el asesino no hay diferencia. El asesino sufre de un desbalance químico. O sea, a esa máquina lo que le hace falta es aceite.
Las Humanidades, ya que se fundamentan en el pensamiento crítico, en el análisis, nos dicen que no es así; que somos libres y, en consecuencia, somos responsables de nuestras acciones, por buenas o malas que sean.
El científico hace el experimento y ya está; el humanista se encuentra con la tarea de establecer si los resultados valieron o no la pena en términos éticos.
Las Humanidades nunca dejarán de ser valiosas, hermosas e imprescindibles para el desarrollo de las culturas y las sociedades. Y siempre lo serán. Sin estas, con el estudio de todas sus áreas, es decir, la Filosofía, la Literatura, las Artes, la Mitología, la Teología y la Cultura, perdemos el sentido y la perspectiva de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos, pero a partir de nosotros como hombres y mujeres nuevos, no siguiendo ningún tipo de ideología, llámese esta religiosa, política, de redención social o de cualquier otra índole, en el sentido de que ninguna ideología no nos permite sentir ni pensar por nosotros mismos, sino a través de fantasmas, como son las ideologías mismas.
Un filósofo que empleó mucho tiempo pensando en estas cuestiones filosóficas del hombre nuevo, en un mundo que siempre está inevitablemente en evolución, fue José Ortega y Gasset, un hombre nuevo, que como concepto, se lo han atribuido erróneamente a Lenin y al Che, pero que es de San Pablo, el del viejo hombre, Adán, y el nuevo, Cristo, una nueva noción del hombre que vive el presente, esta vez, decimos nosotros, en esta postmodernidad líquida.
Si bien Ortega y Gasset fue un pensador moderno, sorprende la lucidez, actualidad y coherencia de su pensamiento, tan coherente, que hasta algunos compatriotas suyos no se lo perdonan. (Ciertamente, conocimos a un profesor español en un doctorado que dijo, “¿Ortega y Gasset? Ese es un pensador moderno, y franquista por demás”. O sea, terminó encasillando al filósofo, en lugar de estimular sin prejuicio la diversidad de ideas a un nivel doctoral. Con una actitud así, se podría entender mejor el porqué al filósofo se lee y se estudia más fuera que en su propio país. Algo similar pasó, guardando las distancias, con escritores dominicanos de fuste como Ramón Lacay Polanco, Miguel Sanz Lajara y Rafael Damirón, por mencionar solo unos pocos, que, porque fueron intelectuales trujillistas, sus obras fueron echadas al olvido al calor de las luchas democráticas que se vivieron en el país una vez descabezado el régimen de Trujillo.
Los Estudios Clásicos, y como hemos visto anteriormente, los de la filosofía, la mitología, las artes y la literatura, están en el centro de las Humanidades. No por nada nuestro Pedro Henríquez Ureña hizo énfasis en los primeros, para contribuir con la reconstrucción de la cultura mexicana en épocas del dictador Porfirio Díaz, en la que, junto con José de Vasconcelos, Alfonso Reyes, Justo Sierra y otros mexicanos influyentes de la época, desterraron la filosofía positivista de los currículos escolares de México. Vale aclarar que Pedro y su familia recibieron el pensamiento de Hostos, que abrazaba el positivismo de Krause, el cual promovía principios democráticos, en contraposición al enfoque tiránico y racista de Comte y Spencer, que fue favorecido durante el porfiriato en México.
Así las cosas, la gran pregunta es: en un estudio de Humanidades, ¿qué áreas de ellas deben figurar como asignaturas en la variedad de sus programas? Se trata de un área de estudios de la enseñanza universitaria, para decirlo con Luis Miguel Pino Campos en “Ortega y Gasset y las Humanidades: una propuesta de formación del hombre”, “dinámica y plural frente a la tendencia actual de formar solo superespecialistas en el engranaje de la producción social y cultural” (Véase artículo en línea), un individuo, a ser formado, para quien la técnica está, básicamente, para satisfacer sus necesidades, al perder la perspectiva del todo en sus estudios de las Humanidades, por estar concentrado, y atomizado, como está, en su área de especialización, y no en abordar su objeto de estudio como el uso de métodos desde una óptica inter y multidisciplinaria. En otras palabras, parejo individuo queda corto en ver su campo de investigación desde una perspectiva histórica, con altura, amplitud y profundidad.
Un humanista, debe evitar apoyarse ciegamente en las metodologías de la investigación; es más, que no hay reglas metodológicas útiles o libres de refutaciones, que estas tienen sus fallas, como nos aconseja Paul Feyerabend; ciertamente, esa actitud de cuestionar que ahogamos en nuestros niños cuando nos fastidian con tantas preguntas sobre el porqué de todo. O sea, ahogamos de ese modo el filósofo que hay en él en potencia; pero también al científico, cuando nos pregunta sin cesar el cómo de todo. Esto nos trae a la memoria a nuestro padre, que nos contestaba, tras atiborrarlo con un arsenal de preguntas, ¡No seas salvaje, tú!
Ahí donde nuestros padres, claro, sin proponérselo por ignorancia, ahí donde no lograron borrar la figura del filósofo y el científico en sus hijos, entonces el sistema educativo termina dando en una parte importante el tiro de gracia a su formación educativa; pero el que estudia Humanidades debe dudar de todo, como advierte Descartes en el Discurso del método, con el que sometió a escrutinio toda la educación que había recibido. No pocas veces hay que dudar hasta de uno mismo, frente a nuestro objeto de estudio; deberán falsear las hipótesis, los planteamientos, las teorías, como nos recomienda Karl Popper, para llegar a verificar, no todas las veces la falsedad del objeto de estudio, sino su verdad, “para someter a prueba la validez de las teorías científicas”. En otras palabras, debe ensimismarse, como bien dice Ortega y Gasset, aislarse de este mundo, una verdad que tiene mil caras, como las de Isis, la diosa egipcia.
Con la Revolución Francesa se descabezó no solo la realeza, sino la Iglesia, como la depositaria de los valores morales, por cierto, otra de las áreas de estudio de las Humanidades. Ese acontecimiento desembocaría en el tiempo en la tabla rasa que harán las vanguardias de los valores de la cultura occidental; despacharán aquel modelo racional, lógico y cultural que colapsó con las guerras mundiales en un continente que se preciaba como civilizado como el europeo, lo cual llevará a Matei Calinescu, pensador rumano, a calificar esa cultura como la del engaño ideológico y la del autoengaño, es decir, la de la falsa conciencia, en su obra Cinco caras de la modernidad.
Así las cosas, los movimientos de vanguardias europeos en la década de los años veinte hacen tabla rasa de los valores estéticos de Occidente heredados tanto para producir como para interpretar obras artísticas y literarias ajustados al esquema del principio, desarrollo y final que buscamos en ellas. Despachan la cultura europea, esto es, su propia cultura, por ser logocéntrica. Hacen suya la frase romántica francesa de “escandalizar a la burguesía” (épater le bourgeois). Dichos movimientos artísticos, llevarán a esos intelectuales vanguardistas a fomentar en América Latina: la evolución de la narrativa hispanoamericana que aborda temas como la tierra, la identidad negra a través del movimiento de la negritud en el Caribe, y la representación de los pueblos indígenas mediante el indigenismo, los cuales fueron integrados en las expresiones artísticas y literarias de la región.
Esas mismas vanguardias despertarán el sentimiento de la solidaridad entre los intelectuales occidentales frente al fascismo, ganados por la falta de fe y esperanza en su cultura y en sus instituciones. Es el caso de Hemingway, Langston Hughes, Octavio Paz, el César Vallejo de España, aparta de mi este cáliz, Octavio Paz y el Nicolás Guillén de “Poemas en cuatro angustias y una sola esperanza”.
Como vivimos en un contexto global, si todo lo antedicho es cierto, también lo es que estamos metidos de lleno, en estas olas globalizadoras que arropan el mundo. Domina la política neoliberal, y su fetichismo, el postmodernismo, un reto insondable para todo tipo de estudios humanísticos; un postmodernismo, con el mea culpa de los intelectuales liberales de Europa, y una cancel culture o cultura de la anulación en la que se suprimen las historias de las artes en Yale y otras universidades de Estados Unidos y de Europa por ser eurocéntricas, se derriban las estatuas de Colón y otros personajes históricos en varios lugares del mundo, que nos recuerda el vandalismo de la Juventud Roja Maoísta, se implanta el concepto de la corrección política, y se ensalza a las minorías en el mundo.
Para concluir, no podemos prescindir de las Humanidades so pena de perder la visión global de la realidad, de su perspectiva historicocultural, y daría pie al deterioro de las habilidades para el pensamiento crítico y la creatividad de los sujetos, entre otros efectos adversos. Con dar privilegio a la tecnología en desmedro de las ciencias humanas en los currículos universitarios se buscaría, ciertamente, la formación de superespecialistas, de maquinarias intelectuales, no de expertos sensibles, inteligentes, altamente críticos y creativos capaces de cambiar el entorno en que viven en beneficio de un mejor país, una mejor región, y por extensión, para bien de un mundo mejor.