De no haberse causado a tiempo por la vía diplomática, de los muchos frentes de lucha en que ha discurrido el mandato del presidente Gustavo Petro, el recién abierto con su posición de exigirle al presidente Trump que las deportaciones de sus compatriotas, ordenada por éste, se hagan en el marco del debido proceso, se hubiese convertido en el de mayor calado. Y es que durante todo el discurrir de su mandado, Petro ha tenido que batirse en diversos frentes, casi todos de profunda hondura y de carácter estructural y en sus desenlaces se juega el legado que quisiera dejar, por eso optó por buscar una salida a la crisis en ciernes  con sentido de responsabilidad con la cual evitase una situación económica que por su carácter imprevisto llevaba hacia la incertidumbre a diversos agentes sociales y productivos claves.

La crisis que se veía venir por la justa reacción de Petro ante una degradante e intolerable calificativo de delincuentes a los deportados y la reacción del presidente estadunidense tomó el cause diplomático al despejarse momentáneamente por intervención de diversos funcionarios los dos gobiernos y sectores de la economía de ambos países. Es la vía en la que ha insistido de manera reiterada, racional y bien fundada la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum para enfrentar las amenazas de Trump. A breve plazo, de hacerse efectiva las amenazantes medidas de este la situación de la economía colombiana se hubiese resentido insosteniblemente, porque las perspectivas eran de desempleo, pérdidas de mercancías ya producida y en programación.

Y, en términos políticos, para Petro y lo que él representa para los sectores progresista y de izquierda de la región y en mayor medida para Colombia, era paralizar irremediablemente una gestión de gobierno que le resta menos de la mitad. Hay que considerar que el mundo vive una situación de vértigo por el hecho de que al frente de la primera potencia económica y militar del mundo está un personaje imprevisible, sin el más elemental sentido de lo que dice o hace frente al cual se requiere firmeza. Pero evitando caer en su lógica, en su juego. Para eso se requiere serenidad y sopesar cada paso, como predica con sus hechos la Sheinbaum, al tiempo de poner al centro la defensa de la dignidad del país y de las personas potencialmente deportarles.

Trump no es ni será omnipotente ni tampoco será eterno, la historia no registra a nadie que lo haya sido. No podrá imponer su voluntad en todo y a todos, empezando por su propio país donde la resistencia está en marcha y se mantendrá. ¿Qué cometerá tropelías dentro y fuera de su país?, sin duda, pero no caer en el pánico. Petro, como dije al inicio, tiene ante sí algunos problemas estructurales de la sociedad colombiana que no ha resuelto y que han limitado significativamente los alcances de su gestión. Entre otros, la existencia de un sector conservador y unas derechas tradicional y extrema que de manera resuelta han boicoteado proyectos de reformas indispensables para sacar el país del inmovilismo y las profundas y ancestrales desigualdades sociales y territoriales.

Para esos sectores la violencia, en sus diversas formas, ha sido su principal recurso para mantener sus privilegios y el inmovilismo político y social a lo largo de la historia política del país y es un factor importante para la existencia de la violencia política endémica de las guerrillas. En la búsqueda del fin de la violencia, a través de lo que denomina la paz total, Petro ha consumido gran parte del tiempo de su gestión con resultados esencialmente adversos. Actualmente, los grupos guerrilleros Ejército de Liberación Nacional, ELN, y los disidentes de la FARC se han enzarzados en una guerra total de mutuo exterminio en la frontera con Venezuela por control de una zona que se considera la mayor productora de hoja de coca.

Esa circunstancia no solamente lastra una de las principales apuestas de Petro, sino que contribuye a tensar sus relaciones con la suerte de junta cívico/militar que gobierna en Venezuela, una situación que se ha convertido en uno de sus más delicados frentes de lucha. Petro vive el drama de ser combatido por gente de extrema derecha, otros que se reclaman de izquierda, como la guerrilla y en gran medida, ahora, por el núcleo duro del madurismo con el que tiene profundas diferencias, agudizada por su postura de no reconocer su gobierno. Aguijoneado por esos problemas, poco margen tenía ante a la bestial ofensiva de brutalidad trumpista. Es comprensible su justa indignación, la cual muchos aplauden con justificada razón, pero cuando se es jefe de Estado a veces hay que tomar decisiones amargas.

Es lo que ha hecho Lula ante una situación como la de Petro, ha recibido los deportados, pero ha protestado sin morderse la lengua en la defensa de sus compatriotas y de su país. Estos atropellos lo vivirán otros países, incluyendo el nuestro. Serán cada vez más humillante si estos no son enfrentados con la firmeza de la dignidad. Y expresando indignación  sin medias tintas.