La historia la hacemos todos, no sólo los gobernantes, guerreros, o famosos. En este caso la historia la hicieron sorprendentemente 22 niños olvidados, abandonados, sin nombre ni familia que los reconociera y quisiera. Era habitual que fuera a causa la pobreza, por la concepción fuera del matrimonio, aparecieran niños en las puertas de los horfanatos.
Corría el Siglo XIX por el Reino de España y sus colonias, la viruela era una verdadera pandemia. No existía Organización Mundial de la Salud, ni empresas farmacéuticas profesionales, ni sistema sanitario organizado, ni ninguna de las instituciones a las cuales hemos acudido ante la pandemia del COVID-19.
En Inglaterra un científico apellido Jenner descubrió la vacuna originaria, la que daría el nombre al medicamento preventivo, literalmente a partir del suero de la vaca. En España un rey, Carlos IV, preocupado por la salud pública de su reino y un doctor ambicioso y visionario, Balmis, abanderaron la verdad científica de la eficacia de la vacuna, y organizaron la empresa humana más importante que hasta entonces haya llevado a cabo reino alguno, con el propósito de salvar el mundo.
Así surge la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Zarparon del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, a bordo de la corbeta “María Pita”, con dirección al archipiélago canario. El 9 de diciembre arriba al puerto de Santa Cruz de Tenerife. La María Pita llegó a Puerto Rico el 9 de febrero de 1804.
Inocularon el virus a los brazos de los niños durante el viaje, fueron convertidos en reservorios humanos y garantizar que las pústulas no se les rompieran para contagiar al grupo. No había otro modo de hacerlo, no había cadena de frío, ni se podían embarcar las vacas. La expedición se dividió al llegar a Caracas, Salvany sería nombrado subdirector, y acometería la tarea de vacunar Sudamérica, desde Caracas hasta Chile. Balmis cubre el territorio méxicano y llega hasta las Filipinas.
Julia Álvarez y Javier Moro encuentran alimento para su creatividad en esta increíble historia, y produjeron sendas novelas históricas, “Para salvar el mundo” de Julia Álvarez, editada en el 2006 y Javier Moro “A Flor de Piel” de Javier Moro, editada en 2015. Ambos destacan las dificultades que vivieron los niños durante el viaje, y su tutora Isabel Zendal.
Habiendo vivido los años 2020 y 2021 de cuarentena por la más reciente pandemia del COVID-19, y el recuerdo de la pandemia del SIDA, rescato de ambas novelas el ambiente y emociones que existían en torno a la viruela y la expedición de vacunación y su similitud con lo que hemos vivido tanto en torno al SIDA, como al COVID-19.
Otro rasgo que observo es el terrible rechazo a los enfermos, mientras más vulnerables peor. Imposible olvidar la descripción que hace Moro del descarte a los enfermos de viruela en las ciudades mejicanas. Tan similar a lo ocurrido con el SIDA, y con el COVID-19. Vivimos el horrendo triaje en las emergencias de los hospitales, el aislamiento de los enfermos, la falta de tratamiento. Tantos siglos de diferencia, tanta ciencia y tecnología, y el comportamiento humano es el mismo.
Emergen varias figuras en esta historia, la única mujer de la expedición, Isabel Zendal oriunda de La Coruña, y dos médicos, Francisco Xavier Balmis y Josep Salvany, asistentes y enfermeros. Y sobre todo los niños… los primeros fueron 22 de Galicia. Julia Álvarez los menciona a todos según los registros.
Recordemos los nombres los niños gallegos de la expedición (del Atlántico) como sencillo homenaje. Nadie les preguntó si aceptaban ir, no tenían información sobre la expedición, Álvarez retrata perfecto el temor de los niños al ver el barco. Sus edades testimonian lo extremo de la expedición. Les debemos todo.
Frente a la misma historia los autores utilizan recursos narrativos distintos, mientras Moro se embarca en la novela histórica pura y dura, Álvarez construye dos narraciones que corren en paralelo, alternando los capítulos con una contemporánea de la supuesta autora de la novela, y una novela histórica, que corresponde a la expedición.
En ambas novelas se percibe ese ambiente restrictivo en que vivían las mujeres de la época. Sin Isabel no habría sido posible la expedición. Esta mujer, al parecer madre soltera estigmatizada, decide cambiar su vida y hacer del María Pita su vehículo de redención.
En ambas novelas históricas, Isabel es representada por los autores como una mujer que se siente siempre rechazada, por ejemplo, las marcas de la viruela en su rostro, la negativa del capitán a recibirla, el temor de pasar tantos meses sola entre hombres en medio del océano, la sensación de que su salvación es el romance con Balmis o con Salvany. Al final, nada de finales tipo Disney, Isabel se queda con su hijito Benito, en México, para comenzar una nueva vida.
Ambos novelistas reconocen lo difícil que fue ubicar y construir a Isabel, situación que les dio espacio para crearla como personaje, valiente, no libre de dudas, amorosa y extremadamente responsable.
Fueron generosos elaborando un personaje para cada niño, una historia, un carácter, les dan la vida que el Reino de España les regateó, a pesar de haberlos usado. Hoy le llamaríamos abuso de menores. Salvaron al mundo.