Proyecto por la memoria histórica Raúl Pérez Peña (Bacho), auspiciado por sus hijos Juan Miguel, Amaury y Amín Pérez Vargas.
Limitar la repercusión del Manifiesto de Montecristi a la lucha por la independencia de Cuba sería reducir la significación de la Cumbre de Máximo Gómez y José Martí.
El historiador Emilio Cordero Michel evoca los afanes y viajes de José Martí a tierra dominicana en la coordinación del proyecto libertador de su patria, junto a Máximo Gómez y Antonio Maceo.
En principio, el proyecto fracasó porque el presidente Wenceslado Wos y Gil, que había sustituido a Francisco Billini, confiscó las armas, apresando incluso a Máximo Gómez.
Dentro de los episodios trascendentes, se cita los encuentros Gómez y Martí en la Florida y Nueva York, y en el congreso denominado La Fernandina, por el barco del mismo nombre apresado por los norteamericanos.
Nombrado ya Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez firma con Martí el Manifiesto de Montecristi, en un momento de particular importancia en el Caribe, afirma Cordero Michel. Precisa que, en su fase imperialista, el capitalismo norteamericano expande el capital por el Caribe mediante importantes empresas, en tanto trazan el dominio sobre Cuba y Puerto Rico, entonces, colonias españolas.
La dimensión del Manifiesto de Montecristi, dice Cordero Michel, es que trasciende la lucha por la Independencia de Cuba, para perfilarla como de renovación nacional, al tiempo de plantearse la unidad de los pueblos antillanos, básicamente de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana.
Martí había calificado como una amenaza y un peligro para los pueblos caribeños la penetración y dependencia de Norteamérica.
Apunta Cordero Michel que esta unión de Martí con Máximo Gómez vendría a vigorizar un viejo sueño que se inició con Gregorio Luperón, desarrollado luego por el prócer boricua Ramón Emeterio Betances con el movimiento Panantillano, por la unidad de las Antillas, en busca de una verdadera autonomía e independencia que evitara caer en manos de Estados Unidos.
Tras calificar de contenido revolucionario al Manifiesto de Montecristi, Emilio Cordero Michel dice que el documento es una denuncia ante el mundo de la opresión que sufría el pueblo cubano, que tenía detrás una legendaria tradición de lucha, especialmente escrita con la sangrienta Guerra de los Años (1868-1878).
Apunta que el manifiesto además de definir con claridad la situación de Cuba y la necesidad de profundos cambios sociales que pasaban por la derrota del Ejército español y la expulsión de España, serviría para la instalación de un Estado independiente y soberano.
Dice el profesor de historia que el manifiesto de Montecristi conserva vigencia hoy día en las Antillas, especialmente en el caso de Puerto Rico que aún es una sub-colonia de Estados Unidos.
Cita asimismo Cordero, las ataduras de República Dominicana al capital norteamericano con toda la secuela de injerencia en lo político, social, militar, etc.
Destaca que, pese a ser la diferencia, Cuba ha tenido que librar una férrea resistencia de más de tres décadas a un bloqueo injusto, levantando su derecho a la autodeterminación.
Precisa Cordero que el Manifiesto de Montecristi "plantea de nuevo la unidad antillana, incluyendo Haití, en momentos en que se vierte como una amenaza para el futuro de nuestros pueblos el movimiento de ataduras que tiene su eje en el norte bajo las siglas del TLC.
Palabras de José Martí sobre ‘El último de los Libertadores de América’
…A caballo, por el camino, con el maizal a un lado y las cañas a otro…, como quien lleva clavada al alma un par de espuelas…, como quien no ve en el mundo vacío más que el combate…, como quien no le conoce a la vida pasajera gusto mayor que el de echar los hombres del envilecimiento a la dignidad, y por la tierra de Santo Domingo… un jinete pensativo, caído en su bruto como en su silla natural…, la ropa holgada, el pañuelo al cuello y, de sombra al rostro trigueño, el fieltro veterano… Ese es Máximo Gómez.
Continua Martí:
…Iba la noche cayendo de aquel cielo argentino de Santo Domingo, que parece más alto que otro alguno, acaso porque los hombres han cumplido tres veces, bajo él, el juramento de ser libres, cuando un cubano caminante, sin más compañía fue su corazón…, con el caballo del cabestro, como quien no tiene derecho a andar montado en tierra mayor, se entró lentamente con nueva dignidad, por la vereda que seguía hasta la vivienda obscura. Se abrieron los brazos del viejo General…, el viejo volvió a abrazar, en largo silencio, al caminante que iba a verlo de muy lejos, a decirle la demanda y el cariño de su pueblo infeliz… En los tres días que duró aquella conversación sobre los tanteos del pasado, la certidumbre del porvenir, sobre las causas de la derrota, los elementos actuales de triunfo, la unidad que ha de tener la guerra, abominando de las causas remediables, de castas y de comarcas… En aquella conversación no hubo palabra alguna por la que un hijo tuviera que avergonzarse de su padre…, ni rasgo que desluciera, con odiosa ambición, el amor hondo con que el general Gómez se ha jurado a Cuba.
Prosigue Martí:
Un pueblo entero pasó por aquel desván desmantelado… Con palabras sencillas, en voz baja, mirándose como sí quisieran cambiar el corazón, y no sin cierta sagrada tristeza, aquellos dos hombres, depositarios de la fe de sus compatriotas, acababan de abrir el camino de la libertad de un pueblo… Le caían años sobre el rostro al viejo General: hablaba como después de muerto; como dice él que quiere hablar. Tenía las piernas apretadas, las manos las tuvo quieta, una llama clara e intensa le brillaba en los ojos y el aire de la mar jugaba con un pañuelo blanco…
A paso vivo no le gana ningún joven, ni a cortés, y en lo sentencioso se le igualan muy pocos. Si va por las calles, le dan el paso todos. Si hay baile en casa del Gobernador, los honores son para él. Palabra vana no hay en lo que él dice; otras veces, cuando no es una terneza como de niño, la palabra centellea como el acero arrebatado de un golpe a la vaina… Como en la sala del baile se acogiese con su amigo el caminante a la ventana, a que se apiñaba el gentío descalzo, volvió el General los ojos a una voz de cariño de su amigo y dijo, con voz que no olvidarán los pobres de este mundo: ¡Para éstos trabajo yo!
Manigua… emboscada… trocha… invasión… tea adiaría… son rasgos distintivos del paisaje histórico donde lucha incansablemente, durante treinta años, por la libertad y la independencia de Cuba el extraordinario guerrillero internacionalista Máximo Gómez: El Generalísimo. Nacido en Baní, Santo Domingo, el 11 de noviembre de 1836, llega a Cuba en 1865 y se asienta en El Dátil, jurisdicción de Jiguani. Conoce la degradante y fatídica institución de la esclavitud. Queda espantado en aquella sociedad donde se desvedaba, explotaba el hombre por el hombre de un modo inhumano y brutal. Ve azotar a un negro. No puede dormir. Entonces sabe realmente es capaz de amar a los hombres. Conspira… El 16 de octubre de 1968 se incorpora a las filas del Ejercito Libertador con el grado de sargento. El 4 de noviembre cae sorpresivamente sobre fuerzas al mando del coronel Quirós, en Tienda del Pino.
Es la primen carga al machete. Esta histórica acción militar, rompe otra intentona colonialista de retomar Bayamo, la capital de la Revolución.
“…al ideal cubano, que lo es antillano, me he entregado entero a amarlo y defenderlo, sacrificando todo cuanto los hombres podemos disfrutar…”.