Sin ánimo de profanar la sensibilidad de los poetas, han llovido muchos crepúsculos desde la primera vez que escuché acerca de la teoría filosófica de Thomas Hobbes, un ideólogo inglés del siglo XVIII, precursor de la propuesta social contractualista que redimensionó la base de sustentación del poder político y que, fruto de su imaginación, describe al hombre “como un lobo para el hombre”, como “un ser humano malo por naturaleza”, que para convivir en sociedad requiere de un Leviatán, una especie de monarca absoluto con capacidad imperativa para apaciguar a como dé lugar los supuestos instintos salvajes que carcomen de egoísmo a las personas en estado de naturaleza.
Aunque fueron valiosos sus aportes en la consecución posterior del Contrato Social, es innegable que supeditar el gobierno a la voluntad del absolutismo, a la centralización del poder político, terminó siendo una tesis incitadora de prácticas autoritarias, odiosas y reprochables, que zahirieron la paz social.
Cuando hago referencia a las tantas lloviznas crepusculares transcurridas desde que tuve la primera noticia de la “teoría del hombre malo por naturaleza”, es con la intención de evidenciar que para discrepar de ese criterio, subjetivamente extremista, del filósofo Hobbes, he tenido que nutrirme de las circunstancias vividas, sobre todo, de la interacción que como juez he desarrollado con mis congéneres, asumiendo las posiciones de los contendientes en procura de desentrañar la realidad, entenderla, y lograr la más justa y armoniosa solución de la discordia, siempre tratando de que la humanización de las reglas del derecho facilite el alcance de los propósitos que motivan su creación: perpetuar la convivencia pacífica en el seno de la comunidad, al amparo de la concreción eficaz del contenido de la norma.
No puede el primitivismo ser el fundamento científico de determinación de la naturaleza salvaje y depredadora del hombre, en cualquier estado el género humano tiene un cerebro altamente organizado con particulares rasgos de raciocinio y una conciencia que le informa de sus conocimientos, sus sentimientos y sus actos y, a la vez, lo distancia de ese lobo salvaje que Hobbes asemejaba al hombre por las reacciones conductuales de este, porque a contrapeso de esa utopía el ser humano fue concebido para el bien, para la bondad, con libre albedrío para escoger las sendas por donde quiera enrutar sus pasos, si por el camino de lo justo, o el despeñadero de la perversidad.
Es, por lo que, en ese tenor, si la aseveración del filósofo de que la “guerra de todos contra todos” es postura propia del estado de la naturaleza humana, entonces, ¿por qué siguen sucediendo las confrontaciones bélicas en un mundo ya organizado, descontaminado de la ferocidad de las conductas primitivas? No obstante, en beneficio del pensador cabe resaltar que sus conclusiones respecto de la teoría del hombre malo carecen de rigores científicos y obedecen a una presunción a priori, concebida a partir del análisis de las pasiones humanas, y de la lógica particular del autor que buscaba en la esencia humana la necesaria justificación del llamado pacto social o pacto de la unión.
Sin embargo, para Jean-Jacques Rousseau autor de la obra “El Contrato Social, el hombre está orientado para el bien, es bueno por naturaleza y nace libre, dotado de los caracteres para ser esencialmente social, aun en ese estado donde es gobernado por la ley natural, y del que Kant sostiene que, si bien es un ámbito de absoluta libertad, expone al hombre al peligro del imperio de la ley del más fuerte, desafío que también tiene que enfrentar la comunidad políticamente organizada en forma de Estado, con lo que se evidencia que el orden social no depende de la naturaleza del hombre, sino de la forma de gobierno que se adopte para garantizar la convivencia pacífica, porque a fin de cuentas el hombre es bueno en todas las etapas y en sus fueros tan solo ansía una existencia sosegada.
El hombre no fue creado para el mal, convino en asociarse políticamente en un pacto social, con la finalidad de que su vida, su libertad y sus bienes fueran resguardados de las agresiones y conflictos que se generan en el seno de la comunidad, por ello concierta un contrato social en que el Estado se obliga a proveer la protección que garantice la convivencia entre todos, reconociendo, en primer término, la preeminencia de unos derechos fundamentales que son inherentes al ser humano y que solo pueden ser restringidos cuando se torne absolutamente necesario para avalar la paz, y bajo las reglas legítimamente acordadas.
Cuando aquellos que forman parte del contrato social dejan de cumplir sus obligaciones, e ignoran que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 estableció en su artículo 2, que “La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre”, y que, “Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”, entonces surgen las reacciones conductuales que llevaron a Hobbes a deducir subjetivamente que el hombre era malo por naturaleza, cuando en realidad ese comportamiento resulta cuando la persona demanda que sus derechos fundamentales sean respetados y no encuentra respuesta efectiva por parte del Estado.