Caminar por las calles del Distrito Nacional y de Santo Domingo favorece a entrar en contacto con el contraste entre una ciudad con vehículos y edificios de lujo, y que a su vez tiene una proporción significativa de niñez y personas adultas que se dedican a la venta ambulante y a pedir dinero en la calle.
Muchas de estas personas no tienen un hogar. Son personas indigentes en situación de calle. Esto ocurre no solo en Santo Domingo sino en las distintas provincias del país. Su vida cotidiana está bañada de exclusión, discriminación y negación de todos los derechos humanos. No tienen viviendas, viven y duermen en calles y parques. Su imaginario supone una ruptura con las lógicas sociales de “necesidades básicas” no cuentan con ninguna de ellas. Erróneamente se identifica al indigente como “peligroso” o “demente”, expresiones distorsionadas de su realidad.
“Cuando los carros comienzan a pitar y hacer ruido yo me levanto, eso es a las cinco de la mañana, yo duermo aquí debajo del elevado. Cuando me levanto salgo a buscar que comer. Visito cafeterías, comedores, a ver si alguien me da algo. Me paso el día y la noche pidiendo en las calles. Lo que consigo es para comer, no da para más nada. No tengo ropa. Fíjate lo que tengo puesto, la única ropa que tengo, cuando ya tengo un mes con ella, se ensucia y tengo que votarla. Con lo que tenga a mano voy a la Duarte y compro en una paca por 100 pesos otra ropa. Así vivo”. (Mujer de 45 años).
Estas personas viven en la calle porque no tienen donde residir, han perdido sus viviendas. La pérdida de sus viviendas y sus medios de subsistencia está vinculada a: violencia de género e intrafamiliar, expulsión de sus familias por orientaciones sexuales e identidades de género diversas , desigualdad social, desempleo, abandono del campo, cierre de empresas,. Algunos casos están vinculados a consumo de drogas.
Las personas que son indigentes pueden pasarse varios días sin alimentarse porque dependen de lo que aparezca. Los alimentos que ingieren son los que recogen de los zafacones de la basura, “las sobras” de comedores, de las residencias o lo que le dan en las esquinas. Sufren muchas situaciones de violencia, discriminación, humillación, abusos sexuales y policiales.
“¿Abusos? a cada rato. Me insultan, me empujan, me pegan y me mandan a trabajar, ¿a donde voy a trabajar? Hace dos años perdí el trabajo que tenía. Recojo basura y la vendo. La policía me da golpes por verme”. (Hombre 50 años).
Los relatos de las situaciones de violencia y discriminación forman parte de su cotidianidad. El rechazo y discriminación hacia los/as indigentes se extiende a comercios, cafeterías, vehículos, semáforos, calles y parques.
Los gobiernos municipales han cerrado los parques lo que dificulta que las personas en situación de calle puedan contar con un lugar donde dormir o donde descansar. En distintos parques cuando intentamos conversar con personas en situación de calle aparecen policías con actos represivos y de expulsión. Los agentes policiales se suman a la lista de abusos y se convierten en uno de los principales actores que ejerce cotidianamente violencia hacia las personas indigentes.
La indigencia es el rostro crudo y dramático de la pobreza extrema presente en muchas comunidades rurales y urbano-marginales de distintas provincias del país y el Distrito Nacional. Incluir esta población supone establecer programas focalizados y sostenidos en su realidad, acompañados de conciencia ciudadana sobre su situación y derechos.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY