La esfera de lo conocido se muestra sombría por la carga de angustia y depresión que se siente en los diferentes medios de comunicación. Se oyen rumores de una posible guerra nuclear. Se  escuchan las amenazas y se observan los objetos de destrucción (misiles) que se llevan la vida de muchas personas en los territorios en guerra. Recordé los años sesenta y la lucha pacifista en contra de las amenazas continuas entre el Este y el Oeste. A mis años pensé que esto, ya formaría parte de los relatos para contar a mis estudiantes de historia.

Sin embargo, lo que vemos y escuchamos por dichos medios es un proyecto repetitivo de amenaza y violencia. ¿Y cómo responder a esta situación en nuestra vida ordinaria? Pensé en algo común y corriente para nosotros los dominicanos y se resume en un relato sencillo: “para el mal tiempo, buena cara”. Y por supuesto esa carita es una tremenda sonrisa de esperanza y fuerza psíquica descomunal que el pueblo muestra, día a día, frente a los grandes problemas de la vida.

Y al igual que mi gente isleña, pensé en la fantástica propuesta de Francois Rabelais sobre la risa como principio que legaliza una defensa exterior. En la cultura medieval, la que le tocó sentir y vivir fue él que impulsó el proyecto de la cultura de la risa para superar la censura del alma interior y de la experiencia exterior. A decir de Rabelais era el arma de liberación de las manos del pueblo. La risa es una materialidad que se hace corpórea anunciando un buen tiempo o estación.  

La risa es universal, como la seriedad y el dolor. Está envuelta con las sabanas de los deleites, lo festivo, lo alegre y todos los ritos cómicos que nos atraviesan en la cultura. Como expresa David Le Bretón, “la risa aporta una palabra que de otro modo sería imposible, ya que siempre es una forma que se sostiene en el contacto con el otro, por eso es aglutinante”.

En el fondo de su pensamiento estaba la idea de que en la cultura clásica, la seriedad es oficial y autoritaria. Y cuando miro los señores de la guerra de cualquier bando, no solo veo autoritarismo, también releo en sus miradas y acciones la violencia y las restricciones que imponen a sus pueblos y al mundo. En ellos, la imagen de lo cómico, lo festivo, la risa no se muestra, pues se impone lo que lo devora y no procrea, y es la jerarquía del dolor y de la proclama de la potencia de un poder que da náusea.  

En la antropología evolucionista se sostiene que la risa se deriva del llanto y del miedo, pues nuestros primos los primates muestran los dientes para mostrar fuerza, pero sostenida en el miedo, por tal razón algunos de estos pensadores refiere al miedo  con un principio de frustración que se ampara en una aprehensión que se muestra por medio de los instintos, ante una persona, animal o situación desconocida. La expresión de la cara mostrando los dientes, según ellos, es una conducta instintiva que evolucionó en los seres humanos.

En el psicoanálisis se trató en Psicopatología de la vida cotidiana (1904) y en un texto que llamó “El Chiste y su relación con el inconsciente” (1905) en ambos textos trata la risa como parte de la estructura psíquica que está sostenida en el juego de los significantes por su valor de inhibir las hostilidades y manejar lo violento como si fuera una cafetera con un buen filtro. Tanto el chiste como la risa proporcionan una energía de placer que ayuda a soportar lo reprimido. La risa es una metáfora del espíritu.

En la psiquis la risa es el dispositivo que pertenece al mundo de lo simbólico y de lo imaginario. Por igual, regula y permite el vínculo con el otro.  Porque en sí mismo anida lo social, ya que asalta el cuerpo, lo trastorna con la endorfina provocando ese torrente de emociones que impactan en los otros. La risa es esa parte humana que anida lazos sociales, da el primer empuje para la cooperación y cuando no es una risa patológica se abre, a toda posibilidad para el encuentro entre las personas. 

La sonrisa es ese todo al que aspiro, como parte de tener una complicidad, con los conmovidos de la tierra. Una clara consciencia es abierta a sonreír, porque abre la memoria de los tiempos y avanza para construir una cultura de paz. Una buena carcajada refresca, los tonos agresivos y abre la posibilidad a nuevos diálogos.