Todo comenzó en 1992, cuando Hugo Chávez, un militar con ideas de izquierda populista, intentó un golpe de Estado contra el presidente de la época, Carlos Andrés Pérez. La intentona fracasó, pero finalmente el carismático político y militar accedió al poder en 1999, tras ganar las elecciones de diciembre de 1998.

Tan pronto alcanzó el poder, ejerció su liderazgo para realizar dos referendos y una elección legislativa para hacer aprobar una nueva constitución, con la intención de hacer de Venezuela una democracia popular y participativa.

Puso en marche una serie de reformas de izquierda que bautizó con el nombre de revolución bolivariana, en alusión al libertador Simón Bolívar.

Hay que reconocerle que logró una cierta reducción de la pobreza y un aumento de la escolarización y del PIB. Hasta aquí, las cosas van más o menos bien, con la reserva de que el hombre se comporta cada vez más como un dictador, en la medida que asume el control de las instituciones venezolanas (poder judicial, ejecutivo y legislativo) y estrecha sus lazos con otros dictadores.

Tras la muerte de Chávez, el 5 de marzo de 2013, Nicolás Maduro le sucede en el cargo, hasta el día de hoy, contra la voluntad del pueblo venezolano, como muestra el penoso espectáculo que acabamos de presenciar en las elecciones del pasado domingo (28-07-24).

La era de Nicolás Maduro

A Maduro no le ha acompañado la suerte de su predecesor, lo que comenzó tranquilamente al final del reinado de Chávez, desplome del precio del petróleo y reducción de la producción, se ha ido acentuando con el paso de los años hasta alcanzar el nivel crítico de hoy.

La producción de 3,000.000 de barriles diarios de 2013 se redujo a un promedio de 500.000 barriles en 2021.

Detrás de este desastre con el petróleo, de lo que depende casi totalmente el país, vino la agravación de los desequilibrios macroeconómicos, la penuria generalizada de productos básicos y una hiperinflación de 130 000%, que le otorga a Venezuela el deshonroso título del país con mayor inflación del mundo.

Según el Fondo Monetario Internacional, la inflación alcanzó en 2019 el inimaginable porcentaje de 10 000%, lo que coloca a Venezuela en una situación peor que la de Alemania en la década de 1920, cuando un pan se pagaba con gruesos fardos de billetes.

La moneda local se ha devaluado hasta el punto que ya la mayoría de las transacciones de la vida corriente se realizan en dólares, reduciendo el salario mínimo a 1.8 dólares por mes, que no alcanza para comprar ni siquiera media libra de carne.

¿Cómo se ha llegado hasta ahí?

Para una rancia izquierda, contemporánea de los dinosaurios, todo ha sido obra del imperialismo, de años de asedio a la revolución bolivariana.

Ciertamente esta ha sido castigada con sanciones financieras, comerciales y diplomáticas, tanto por parte de Estados Unidos como de la Unión Europea. También ha sido víctima de amenazas, sabotajes, intentos de golpes de Estado y otras muchas diabluras del imperialismo.

¿Pero acaso pretendía el chavismo realizar una revolución antiimperialista y anticapitalistas y recibir flores del imperialismo y capitalismo mundial?

Tremenda ingenuidad. Todo aquel que asume el compromiso de poner en marcha una revolución socialista, tiene que estar preparado para enfrentar, de la manera más inteligente posible, fuerzas adversas. Tener muy claro que puede o no puede hacer para no terminar hundiendo a su pueblo en la miseria. ¡Gigantesca tarea!

Errores del chavismo

Comencemos con Chávez, dormido en sus laureles. Perdón, era festivo, danzando sobre sus millones. Pensó que los altos precios del petróleo serían eternos, que la infraestructura para la explotación de este recurso no devendría obsoleta, que le daba tres pitos que le cerraran las puertas del financiamiento externo y que los mecanismos de comercialización del petróleo siguieran en manos de las compañías que estaba nacionalizando (con poder suficiente para fijar los precios de este producto), que el modelo económico, basado en una redistribución de los ingresos del petróleo orientada al consumo interno y al gasto público, no necesitaba ajustes, que podía contar eternamente con los altos ingresos generados por el petróleo para sus programas asistencialistas, incluso cuasi regalar petróleo intercambiándolo por frijoles para ganar apoyos entre los países de la región.

Olvidó que Venezuela, además de mucho petróleo y gas (la primera reserva de petróleo probada del mundo, unos 270.000 millones de barriles, la quinta parte de las reservas mundiales, y la cuarta parte de las reservas mundiales de gas natural), tenía también abundancia de muchos otros minerales, oro, bauxita, hierro, níquel, carbón, diamante, entre otros.

Pasó por alto que el país también poseía grandes recursos hídricos y un potencial agrícola inmenso, que de haber sido explotado hubiera evitado una buena parte del desabastecimiento de los últimos años.

Pero era más fácil tomar los recursos del petróleo para poner al pueblo a bailar un poco la danza de los millones y así ganar adeptos para la revolución, que renovar la ya vieja infraestructura petrolera, explotar otros recursos, desarrollar la agricultura, apoyar al sector industrial (en vez de espantarlo), crear las condiciones para que el país produjera cada vez más productos de gran valor agregado y la gente tuviera empleos de calidad, invertir en innovación, ciencia y tecnología. En fin, aprovechar la bonanza para edificar una economía más diversificada y de bases más sólidas. Pero el populismo revolucionario no ve más allá de sus narices.

En el plano político y diplomático, pensó que podía responder a cada amenaza del imperio con bravuconería, que no necesitaba moderar su discurso, ser más discreto en la exhibición de sus amores con los Castro. En fin, que no necesitaba evadir confrontaciones innecesarias para abrirse paso en nuevos mercados, conquistar nuevos aliados (otros que los de la cháchara revolucionaria), cosa posible en un mundo ya multipolar.

Admito que, de proceder así, no hubiera podido llamar a su régimen socialista, pero que carajo. ¿Acaso los venezolanos necesitaban eso? Ya el socialismo se había derrumbado en Rusia y demás países del Este y Cuba lo conservaba navegando en múltiples problemas y sin pretender ser una “democracia popular y participativa”, como se autoproclamaba el chavismo.

Lo que necesitaban y querían los venezolanos (al igual que todos los pueblos) era tener una economía próspera, que generara empleos de calidad, que les permitiera acceder al crédito para comprar una vivienda digna, la posibilidad de comprar un auto, darse de vez en cuando unas vacaciones. En fin, vivir dignamente.

Palabras finales

El resultado de este tollo que inició Chávez y continúo Mauro es que el otrora país más rico de América Latina vive hoy la crisis humanitaria más grande del planeta, el éxodo de más de siete millones de venezolanos (25% de su población), y más del 50% hundida en la pobreza.

¿Culpa del imperialismo? Digamos que, solo en parte, porque es absurdo pensar que el diablo es el único culpable de todos nuestros fracasos y no detenernos que detenernos a pasar revista de nuestros errores. Y la lista de los errores del chavismo es larga, muy larga.

Soy de los que piensa que, cuando no cometemos errores o los reducimos al mínimo, el diablo pierde parte de su poder destructor y, con frecuencia, terminamos doblegándolo. Pero cuando vamos de metida de pata en metida de pata, este, más viejo y sabio que nosotros, termina devorándonos.