«Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura». Roberto Bolaño
He buscado a lo largo de toda la semana un buen arranque, esa excusa perfecta que me permitiera abordar mi próximo artículo. Tuve todo el tiempo una impresión algo confusa, como si el tema se ocultara tras un neblina que no me permitía ver con claridad. Tan solo sabía que el centro del mismo partía de Roberto Bolaño, de su particular visión acerca de la literatura y de esa irreverencia que habitaba en él. Una autenticidad descarnada que siempre percibo y que no dudo en confesar siento muy próxima. Hasta este momento mi labor como arqueólogo con respecto al autor, se reducía a un más que discreto intento por mi parte – que data de unos años atrás – en el que planteo que, de alguna manera, su temprana e infortunada muerte se presentó en pleno dominio de su enorme lucidez, preservando así para siempre toda su fuerza creativa. Siendo un tipo que nadó siempre contra la corriente no debe ser un secreto para nadie el hecho de que yo me interesara desde hace mucho tiempo por él y que haya indagado en su figura. En cierta forma esa rebeldía, su talento y su indudable pasión por la palabra fueron los primeros huesos a los que me aferré una vez centrada mi búsqueda para escribir este artículo que ahora tienen delante. Encontré más tarde otro tipo de hallazgos que me permitieron seguir profundizando en mi propósito, reflexiones de sumo interés del propio Bolaño, así como textos y artículos de escritores y amigos de su entorno como Vila-Mata quien aborda la enorme aportación de su obra a lo largo de las últimas décadas y afirma de Bolaño: “es ese tipo de escritores que jamás olvida que la literatura, por encima de todo, es un ejercicio peligroso; alguien que no solo es valiente y no pacta ni un ápice con la vulgaridad reinante” Lo que realmente me produjo mayor impactó entre tanto material que encontré al alcance de mi mano, lo más trascendente fue, sin embargo, uno de sus escritos en el que expone de modo franco y directo, sin el menor eufemismo y con esa acertada claridad que le caracteriza, su visión acerca de la literatura.
En éste aborda, sin pelos en la lengua, su profundo rechazo a ser considerado un producto de consumo masivo, a verse convertido en objeto de venta sin el menor criterio de diferenciación. Bolaño, enarbolando su filoso bisturí, vuela cabezas sin respetar santo ni altar y lo hace de una manera rotunda y con palabras que no dejan lugar a dudosa interpretación. Sin trucos innecesarios, de frente y citando de memoria al crítico Rafael Conte y al escritor Juan Marsé, pone el dedo en la llaga para formularse y formularnos cuestiones que despejen ciertas dudas de valor acerca de lo que él considera auténticamente literario. Así hace referencia a Arturo Pérez-Reverte y otros autores de su generación, a través de las palabras de Conte de quien este último llega a afirmar, “su gran mérito (…) es su legibilidad. Esa legibilidad le permite ser no solo el más perfecto sino también el más leído”. Esto lo convierte, de igual modo, en uno de los autores que más libros vende y el hecho de lograrlo -argumenta Bolaño- se debe a que sus novelas y cuentos se entienden; en otras palabras, no suponen un reto ni es compleja para el lector su lectura. Y en ese punto introduce la idea del llamado “pensamiento débil” concepto acuñado por el filósofo italiano Gianni Vattimo, entendiendo por tal todo contenido que es fácilmente comprensible sin mucho esfuerzo y formulado a través de mensajes que no nos obligan a profundizar. Para insistir en la posibilidad de acceder a un discurso de escasa complejidad pone como ejemplo, entre otros nombres, a Hitler como representante de esa debilidad de pensamiento. Sus palabras claras y simples, sencillas de recordar y de rápido calado poseen la virtud de ser reconocibles por el ciudadano de a pie y no suponen el menor problema a la hora de ser interpretadas. De igual modo explica el consumo masivo de libros de autoayuda que incluye en la misma categoría.
Ahora bien, Roberto Bolaño no se queda ahí y ampliando el círculo, nos habla de la desesperada búsqueda de muchos escritores por alcanzar determinado estatus en los medios; un lugar que ellos consideran les concederá la anhelada respetabilidad que necesitan para moverse con soltura en el ámbito intelectual. Son a menudo personajes que buscan notoriedad, obtener visibilidad a cualquier precio, que luchan con todas las armas posibles por ser aceptados e incorporados a determinados grupos y círculos que logren elevarles a las alturas desde el anonimato, dejándose ver e imponiendo su presencia en todo evento, sean o no invitados. Gente que se mueve a hurtadillas en las altas esferas sin rechistar y bajando la cerviz ante el poder, haciéndose los graciosos con movimientos serviles y encorsetados, incapaces de tocar llagas, mostrándose cansados por lo prolongado del esfuerzo: … “hay cosas mucho más agotadoras que sonreír incesantemente y decirle sí al poder (…) Y de alguna forma es conmovedor buscar un sitio, aunque sea a codazos, en los pastizales de la respetabilidad “ concluye el escritor.
Es entonces, después de leer este tipo de afirmaciones, cuando uno llega a interpretar con acierto todo desatino que se vende y es premiado -sin criterio ninguno- a través de las redes sociales. Uno es más consciente aún si cabe de esa absurda y estúpida vanidad que las inunda , esa imperdonable banalidad expuesta con la mayor desvergüenza ante lectores incapaces de detectar la impostura o quizás de ese insano deleite por publicar artículos repletos de doctas citas sin que el autor plasme de ningún modo su pensamiento para no evidenciar la falta de contenido propio. Creo que por eso existen tantos malos chistes que se repiten hasta el hartazgo y cuyo único propósito en aquellos que los producen es la posibilidad de ser vistos y llamar la atención a costa de lo que sea. Existe hoy en día una, cada vez más creciente comunidad de escritores cansados y sin el menor brillo, que forman auténticos clanes unidos por una única razón: su indudable mediocridad. Autores o pseudoautores que cuentan sus hazañas en función del número de títulos publicados y galardones obtenidos y que miran con recelo por el rabillo del ojo a aquellos que no han alcanzado la respetabilidad deseada. Y luego están los otros. Los que, como Bolaño, poseen una clara y decidida vocación de vivir -contrariamente a muchos otros escritores de su generación- al margen de esos focos que llegan a quemar.
Lo suyo fue, como dije antes, navegar a contracorriente y beber su vino en soledad. El éxito literario le pareció siempre una amante infiel que mutila el talento cuando te dejas embriagar por ella. De igual modo, tal y como reflejé hace ya un tiempo en una de mis reflexiones y salvando la distancia que nos separa a ambos, considero y coincido con él, en que ésta es la razón por la que cuando las luces del reconocimiento se posan sobre ti sin arrojar sombra, enmudecer por cierto tiempo es la salida más inteligente que puede tomar cualquier escritor. Volver al convento de las meditaciones, escuchar en soledad el rumor de las olas sin perder nunca de vista que en este oficio se cabalga solo y que uno debe salir de su guarida, solo cuando una causa justa lo amerite o bien para rebelarse frente a toda imposición absurda que trate de atar la palabra al pasado, ahogando en el intento la libertad del escritor de decir lo que piensa y cómo lo piensa.