La sociedad colonial en las islas caribeñas bajo el dominio español era rígida, represiva, de ocupación, discriminatoria, racista, estrictamente vertical, ideologizada, con una visión religiosa, católica medieval, legitimadora, a imagen y semejanza con el Estado militarizado de ocupación.
Una moral hipócrita regía el comportamiento de la vida pública y privada en base de las clases sociales y el poder existente. El control ético del comportamiento individual era controlado y censurado aun en las relaciones sexuales por la iglesia católica y la policía. La prostitución estaba prohibida. No había cabaret, pero si casas de citas.
Aún el comportamiento de niños y jóvenes estaba censurado. En 1813, el nuevo gobernador de la colonia, Carlos de Urrutia y Montoya, por ejemplo, dictó un Bando de Buen Gobierno, en donde contenía un artículo que expresaba: “De ninguna manera se podía permitir que los muchachos tuvieran diversiones al juego de pájaros o papalotes, o cualquier objeto cortante en la cola por las desgracias que varias veces se han experimentado, por igual si fueran aprehendidos muchachos blancos en este juego, se le quitará el papalote haciéndose pedazos, entregándose a sus padres o mayores para que los sujeten y prohíban un juego tan peligroso y si fueren negros, mulatos o esclavos ya de edad de quince años, se pondrán en la cárcel.” ¡Nada de discriminación!
Aun así, había actividades recreativas, que por la represión se convertían en catarsis social y hasta en espacios de resistencia. En casi su totalidad eran regulados como los juegos de naipes, barajas, dados, prohibiendo los juegos de gallos y de embique en la ciudad.
Pero en una sociedad donde el caballo era trascendente, sus cualidades y las habilidades y destrezas de los jinetes, centralizaban las atenciones de los adultos y la admiración de las damas y pequeños. Se organizaban torneos, eventos, exhibiciones, carreras, competencias de caballos y de jinetes, así como “corría de sortijas”.
Como herencia de estas actividades, todavía se preservan las “carreras de macutos” en Paya, Bani, para las fiestas patronales, las corridas de sortijas en San Juan de la Maguana, las exhibiciones de caballos en Bayaguana para las festividades del Cristo y en Monte Plata para la Altagracia.
A nivel colectivo estaban los juegos de Moros y Cristianos, de las Cañas y sobre todo, las Corridas de Toros, cuyas reminiscencias y herencia española hoy solo queda en el Seíbo para las festividades de la Santísima Cruz y las mascaradas, representaciones alegóricas de acontecimientos históricos, bíblicos, recreación de leyendas, relatos mitológicos, etc., que se escenificaban en las calles en cualquier época del año, por diversos motivos, los cuales eran presentados con argumentos y actores, en teatralizaciones, con vestimentas acordes con las obras, con participaciones de diversos grupos y sectores sociales.
Aunque el teatro era una actividad privilegiada, con música eran celebradas las alboradas, vigentes en algunos lugares del país hoy en día, como es el caso de la famosa alborada con la Banda Municipal en La Vega y antes en Baní para las fiestas patronales.
A nivel romántico, se impuso la tradición de las serenatas enfrente de la casa de las pretendientes y amadas en las madrugadas, con cantos y poesías. Aunque se quiso regularizar, el Bando de Buen Gobierno de Urrutia el cual “no se permitiría música, ni serenata al son de guitarra después de las diez de la noche”. ¡El romo podía más!
En términos de diversión, la música y los bailes eran una verdadera pasión colonial, los cuales se ponían en vigencia bajo cualquier pretexto que apareciera, aunque la discriminación consignaba una cierta libertad para la población blanca y regularizaciones específicas para los negros libres y sobre todo los esclavos. El famoso Bando del arbitrario y terco de Urrutia consignaba que “no podían los negros de una casta celebrar sus fiestas con atabales o tambores, ni celebrar sus velorios al ritmo de ellos por considerarse como ritos de barbarie”.
Se hizo popular, desde que llegó a la ciudad de Santo Domingo, el bolero español, pero el baile que fascinaba a la población era La Calenda, de etiqueta africana, por su ritmo sensual, que aun así era bailado en las iglesias católicas en fiestas patronales. Era un baile que hoy se puede identificar con el Gagá.
De igual manera, resultado de una creatividad de los africanos, surgió el baile del fandango, que impactó a toda la sociedad colonial, a tal punto que alcanzó popularidad en España y varias colonias en América, aunque el mismo era rechazado y discriminado por las elites, expositoras de los bailes de las minorías rancias de las metrópolis.
Pero la actividad masiva más importante era el carnaval, traído de España antes de 1520, convirtiéndose en el Primer Carnaval de América. En estas actividades carnavalescas se realizaba un baile para las elites en el hoy Museo de las Casas Reales, el cual, al ser por invitación oficial se convertía en exclusivo y excluyente.
En ambas colonias, se permitía que los negros participaran en las procesiones, como la de Corpus Chisti, con sus trajes originales, sus músicas y sus cantos en lo que el antropólogo y maestro cubano, Joel James bautizó como manifestaciones de un “proto carnaval”.
Era importante la literatura oral, donde se recreaban y se trasmitían los refranes, las leyendas, las tradiciones de la poesía popular. De todos los cantores populares, donde predominaba la décima, trascendió Meso Mojica, un zapatero negro del barrio de Santa Clara de la ciudad de Santo Domingo, en palabras de Emilio Rodríguez Demorizi, el más grande repentista popular de esta isla.