Entre los temas que aún suscitan escozor en la República Dominicana se encuentran las vicisitudes que conciernen a la comunidad LGBTI. Cientos de años de dogmas y prejuicios, han empujado a esa parte de la población a vivir en la penumbra, como espectros que transitan entre el olvido y la invisibilidad. Se ven forzados a esconder su verdadera esencia, a guardar en las profundidades de su ser su identidad y orientación sexual, o a pagar el precio de mostrarse como son. ¿La razón? El estigma que acecha como una bestia feroz, listo para arrebatarles la paz, sus empleos, su dignidad e incluso la vida.

Aunque suene dramático, es lo que está ocurriendo en este preciso momento en la sociedad dominicana, donde el miedo a ser expuestos obliga a muchos LGBTI a migrar a un escenario donde los entornos virtuales de diversas plataformas de citas, se convierten en el medio por el que criminales captan a sus víctimas, a aquellos que por temor al escarnio público, se aventuran a encuentros clandestinos, ignorando que estos oscuros lugares pueden transformarse en escenas del crimen o en sus propias tumbas.

Todo esto se ha evidenciado con el tímido acercamiento que hacen estas víctimas a la justicia, donde antes de siquiera contar lo que les ha ocurrido se aseguran de tener la confidencialidad suficiente, así como un fiscal que sin discriminar, cuestionar o juzgar les escuche y oriente sobre todo el devenir de la justicia penal. Al final prefieren irse sin formalizar la denuncia, reflejando en sus miradas la impotencia de saber que recibir justicia implica desnudar su vida ante los tribunales.

Por ello es importante poner en relieve esta cruda verdad que acecha en las sombras: hay criminales que se aprovechan del temor que sofoca a la comunidad LGBTI. Cometen sus fechorías, perpetrando atracos y abusos, conscientes de que sus acciones rara vez serán denunciadas por el temor de las víctimas a ser expuestas.

Esta situación se traduce en un problema de acceso a la justicia, donde las víctimas se ven atrapadas en un dilema desgarrador: La elección entre el silencio que perpetúa la impunidad o la denuncia que, como una tormenta, arroja al escrutinio público sus secretos más profundos. Sabiendo que enfrentarán no solo un proceso legal, sino también el escarnio social de aquellos que, con una supuesta superioridad moral, se erigen como jueces de decisiones ajenas.

Es inevitable pensar que tan solo un poco de comprensión de parte de la sociedad evitaría que los LGBTI tengan que ocultarse o temer acceder a la justicia. Pero la realidad es que aún en pleno siglo XXI, tienen que enfrentar el reproche y el rechazo de su familia y de la sociedad, a veces teniendo que sacrificar oportunidades educativas y laborales, para evitar lacerar sus almas con el dolor que les provoca escuchar el rechazo y la ridiculización de la gente que le rodea.

Naturalmente hay quienes forjaron la capacidad suficiente para soportar todo eso y eligen cada día enfrentar con valor todas esas batallas. Pero ¿qué pasa con los que no tienen la misma fortaleza? ¿no tienen derecho a vivir libres? o ¿deben pasar toda su vida pagando un alto precio por su libertad?

Por insignificante que parezca, el simple acto de recibir el beneplácito de la sociedad encierra el potencial de transformar destinos. Ahí yace la distinción entre aquel LGBTI que renuncia a la educación para autoprotegerse y eludir el vituperio, y el que persiste, labrando su ruta hacia la grandeza profesional; entre quien abandona su trabajo para evadir el aislamiento y el rechazo, y aquel que persevera, edificando con dignidad un proyecto de vida. Y más aún, allí se establece el límite entre una vida consumida por la ocultación, enclaustrada por el miedo, y la que se despliega con la plenitud de la humanidad valiosa que alberga en su interior.

Por eso debemos dejar claro que una sociedad donde un grupo de personas tenga que pagar un alto costo para disfrutar los mismos derechos que otros disfrutan sin inconvenientes debe iniciar un profundo proceso de reflexión, pues el respeto a la dignidad humana como fundamento del Estado no puede estar subyugado a las viejas sombras de un pasado que, aún hoy, sumerge a la sociedad en las penumbras de la desigualdad.