La destilación de ron en alambiques entró en franco declive a partir de 1905, con el incremento de los impuestos por el Congreso Nacional, como se puede apreciar en las patentes otorgadas por el Ayuntamiento en los años subsiguientes, y solo algunos productores de alcohol como la familia Bermúdez, los Hijos de Beltrán y la poderosa comercial de Manuel de Js. Tavares Susc., empresa que no obstante haber anunciado el cierre temporalmente sus alambiques en 1905, luego optó por continuar destilando alcohol en sus dos alambiques de tres puntos cada uno.  

El Ayuntamiento de Santiago también adoptó medidas para hacer más eficiente el cobro de los impuestos y para lograr tal cometido en 1907 colocó un medidor en cada alambique que operaban tanto en la ciudad como en las áreas circunvecinas. A la par con la elevación de los impuestos, los destiladores no solo se limitaban a producir ron, sino que también le adicionaron un valor agregado a su producto mediante el empleo de colorantes, sabores artificiales y otras sustancias, algunas de ellas consideradas nocivas para la salud.   

Al mismo tiempo, desde la inauguración del Ferrocarril Central Dominicano en 1897 se incrementaron sustancialmente las importaciones de las más finas y elaboradas bebidas alcohólicas. En 1906, los principales importadores de bebidas fueron Julio Simón, 30 cajas de cervezas y Brugal, Sobrino & Cia., 40 cuarterolas de vino tinto. Otros comerciantes, solo identificados por sus iniciales, como JT, importó un barril de coñac, MA, 1 barrica de vino blanco, 2 cajas de vino dulce, 1 caja de ginebra, 3 cajas de vino blanco, 1 caja de coñac. MA de A 1 barrica de vino blanco, 2 cajas de vino dulce, 1 caja de ginebra, 3 cajas de vino blanco y 1 caja de coñac. (1) 

Mientras aumentaban las importaciones de bebidas alcohólicas, disminuía sensiblemente el número de quienes se dedicaban a la destilación en alambiques. En octubre de 1906 apenas se le otorgaron patentes para operar alambiqueros a Teodoro Gómez, V. Morel, P. Pérez y Francisco Pereyra.  

En abril de 1910 solo se le expidió patente a Leopoldo Ramírez; en 1911, en tanto los comerciantes Carlos Grau y Agustín Malagón se unieron para instalar un alambique. Al año siguiente, además de los Bermúdez y Tavares Sucs., poseían alambiques, mientras N. P. Haché y Brugal, Sobrino & Cia., se dedicaban a la venta de licores al por mayor. Esta última empresa la había fundado en Cuba, en 1888, el señor Andrés Brugal Montaner. El 22 de marzo de 1911 se dictó una ley que autorizaba al Ayuntamiento a cobrar un impuesto de 1 a 10 centavos el galón a las bebidas alcohólicas producidas en la provincia y a las introducidas en ella para su consumo. 

En un directorio comercial publicado por el periódico El Diario, el 19 de abril de 1912, Manuel Tavares Sucs., que también incursionaba en la importación de bebidas alcohólicas, anunciaba su gran depósito de ron, garantizado de varios años.  

En 1913 solo se concedieron patentes para destilar alcohol y las demás a quienes se dedicaban a la comercialización de bebidas alcohólicas importadas y ya en marzo de 1915 solo operaban entre 7 y 10 alambiques; hasta Manuel Beltrán anunció este año que abandonaba la actividad. En esta época la economía de Santiago prácticamente se paralizaron todas las actividades productivas a consecuencia de los enfrentamientos entre diversas fracciones caudillistas que provocaron enormes estropicios en toda la ciudad. Consultado el abogado Furcy Castellanos sobre el pago a los jefes revolucionarios del impuesto sobre alcoholes, este respondió que los consideraba correctos, lo cual, naturalmente, mellaba las finanzas del Ayuntamiento. 

Calle Duarte de Santiago a inicios del siglo XX. Revista Renacimiento.

La quiebra de los propietarios de alambiques, dio lugar al auge del contrabando, como se aprecia en el siguiente fragmento de una las actas del Ayuntamiento: 

“Del señor Carlos Grau, comunicando que en su calidad de licorista apatentado, se viene perjudicando, como sus demás colegas del ramo, por los fraudes que cometen tanto las pulperías de la localidad como las de los campos. Dice, además: “He podido ver en estos días algunas botellas con etiquetas de licores que no indican quiénes son los fabricantes, lo que deja dicho que con ese procedimiento se viene burlando la disposición de la Ley comunal, con perjuicio de los que venimos cumpliendo religiosamente esa disposición. (2) 

Idéntica preocupación expresó el síndico José Antonio Hungría, quien se desempeñó como síndico en unas diez ocasiones, expuso haber recibido: 

“[…] muchas denuncias a ese respecto y que a fin de que fueran evitados esos fraudes, proponía a la Corporación se vote una resolución por la cual se prohíba a los detallistas de alcoholes vender cualquier clase de licor, bien sea ron, ginebra, anís, etc., que no esté embotellado y con la etiqueta de la casa productora. Para los licores depositados en damesanas y barricas se exigirá como comprobante de que ha sido comprado a una de las casas licoristas la presentación de la factura expedida por la casa”. (3) 

Durante el período de la Ocupación militar norteamericana (1916-1924) los ingresos del Ayuntamiento por concepto de impuestos a las bebidas alcohólicas se vieron mermados debido a que en el mes de diciembre de 1917 otorgaron preferencia al transporte de alimentos. Al realizar un sondeo por los almacenes de aduana de Puerto Plata, J. P. Perelló, rematista de ese provento, pudo constatar la existencia de 1,173 barriles de cerveza, 1,302 cajas de esta y 72 cajas de licores destinados a comerciantes de Santiago. Solo logró trasladar a la estación del ferrocarril la cantidad de 519 barriles de cerveza, 489 cajas de la misma y 42 cajas de licores. (4) 

En la sesión del Ayuntamiento del 20 de junio de 1917 se informaba que por derecho de alcohol solo se había percibido $191.17 porque la única destilería que existía no había trabajado ese año y en el año anterior “trabajó muy poco”. De nuevo la problemática de los impuestos. A finales de 1916, el Ayuntamiento decidió aumentar de 5 a 10 centavos por cada galón producido. Para hacer más eficiente el cobro de los impuestos a los productores de ron, el Ayuntamiento decidió entregar el cobro de estos bajo la modalidad de remate.  

Los rematistas, a su vez, realizaban contratos para el trabajo mensual con los productores de ron, lo cual provocó distorsiones pues quedaba vedada la posibilidad de que estos últimos pudieran hacer cualquier reclamo de devolución del impuesto cobrado cuando se demostrara que las mercancías habían sido despachadas a otras localidades, como se procedía cuando se hallaban al frente de ese servicio los señores J. P. Perelló y Armando Ponce, y que continuaban las autoridades municipales de Puerto Plata. 

La industria del ron de Santiago fue estremecida nuevamente cuando en agosto de 1917 la secretaría de Hacienda del Gobierno de Ocupación militar procedió a subir los impuestos al ron. Esto provocó la renuncia de Ramón Asencio, rematista del impuesto de bebidas alcohólicas y del señor J. Rafael Malagón, administrador del provento municipal del derecho de alcohol, por estimar que “al ser puesta en vigor pondrá por el suelo la producción de la industria, toda vez que los requisitos establecidos en ella imposibilitarán el trabajo por un lado y por otro lo ponen en manos de los inspectores del ramo, quienes tienen facultades amplias para resolver lo que crean conveniente, y que como todo ello perjudica notablemente sus intereses como rematistas”. (5) 

Publicado en La Información, 20 de noviembre de 1918.

 Asimismo, protestaron los dueños de las licorerías La Amistad (C. Bello), La Nacional (Brugal & Cia.) y La Sin Rival (Alfredo Rojas). Expusieron que la nueva ley de impuesto sobre bebidas alcohólicas establecía una nueva tasa de diez centavos por cada galón de bebidas alcohólicas y al alcohol que se introdujera en la común para su consumo, y debido a que sus fábricas despachaban algunas cantidades para otras comunes, ellos esperaban les fueran reintegrados los derechos correspondientes, valores que podían ser controlados por medio de los libros de contabilidad de cada fábrica. (6) 

En los albores de 1918, los principales destiladores de Santiago también protestaron pues entendían que se hallaban en desventaja con otros productores de ron, como los de Puerto Plata, quienes poseían equipos más sofisticados que le permitían producir alcohol de 40 grados, y, por ende, duplicaba el producido en Santiago y representaba una economía de un 50 por ciento, además de que se le exoneraba el pago de impuesto a los alcoholes despachados a otros pueblos.  

En tal sentido, los destiladores santiagueros demandaron la reducción a 5 centavos por galón del aguardiente producido, que se mantenga en 10 centavos por galón la tasa de introducción de alcohol de otra localidad y que al establecerse en forma debida el despacho de alcohol a otra provincia, le sea devuelto el impuesto correspondiente al mismo. (7) 

Todavía en 1918 continuaban operando los llamados alambiques de cabezote cuyos propietarios se hallaban en desventaja frente a otros aparatos más modernos que se instalaron en Santiago, capaces de dar un grado mucho más elevado. Por esta razón proponía que se cobrara solo 5 centavos por cada galón de alcohol destilado por alambique de cabezote y 10 por el destilado por los alambiques modernos. (8) 

La producción de licores 

A los problemas con el pago de impuesto se sumó el de la baja calidad de los licores producidos en Santiago, al igual que en otros pueblos del país. Algunas licorerías preparaban unos “brebajes infernales” y altamente nocivos para la salud de los consumidores pues utilizaban el permanganato, un agente oxidante, para purificar sus alcoholes, una sustancia cuyo uso estaba descontinuado en muchos países.  “Las licorerías producen enormes cantidades de brebajes, preparados, por lo regular empíricamente, sin una verdadera dirección técnica, sin la más mínima atención de higiene, y con casi todos los procedimientos, hoy en desuso, por nocivos, en la fabricación de licores”. (9) 

Ante la denuncia de La Información, la gran licorería La Amistad invitó a comerciantes, periodistas, farmacéuticos, profesores, abogados, médicos y otros para que observaran el procedimiento que la empresa empleaba para destilar el aguardiente, en un artefacto confeccionado por el licorista Ramón Rodríguez Llenas, sin utilizar el permanganato ni ninguna otra sustancia química. Por dicho aparato se hizo pasar una cantidad de aguardiente con tufo, tal como lo producían los alambiques del país, luego de lo cual salió el aguardiente sin tufo y completamente blanco. (10) 

Alambiques clandestinos 

A las autoridades municipales les resultó prácticamente imposible evitar la fabricación clandestina de ron en las áreas rurales. En 1929, por ejemplo, el colector de rentas internas y varios inspectores detectaron un alambique clandestino dentro un cañaveral, en la sección Cruz del Copeyal, propiedad de José Manuel Peña, y también encontraron una gran cantidad de ron en la casa de Regino Tavárez de Las Charcas. En Los Ciruelos, los agentes de rentas internas también desmantelaron un alambique. (11) Los constantes aumentos de los impuestos fueron el principal estímulo para la elaboración clandestina de bebidas alcohólicas.  

Referencias 

(1) Boletín Municipal, No. 470, 10 de febrero de 1906. 

(2) BM, No. 866, 4 de octubre de 1915. 

(3) Ibidem. 

(4) BM, Nos. 936 y 939, 12 de enero, 10 de marzo y 3 de abril de 1917.  

(5) BM, No. 958, 18 de agosto de 1917. 

(6) Ibidem. 

(7) BM, No. 980, 16 de febrero de 1918. 

(8) BM, No. 997, 24 de agosto de 1918. 

(9) La Información, 12 y 16 de enero de 1917. 

(10) Comunicado de La Amistad publicado en La Información, 25 de enero de 1917. 

(11) Listín Diario, 31 de julio de 1929 y 18 de noviembre de 1930.