Nina Likke es autora del libro homónimo a que hago referencia el título -Estado del Malestar-, es una novela que aborda desde la sátira la realidad de una sociedad materialmente satisfecha -Noruega- pero hundida en una situación de perturbación sicológica colectiva desprendida de la rutina que crea el estado bienestar, aquel concepto antónimo creado en el calor del debate de las teorías económicas en la Inglaterra de los años 40 cuando los laboristas defendieron, partiendo de las ideas de Jhon Keynes, de que el Estado debía ir en auxilio de los ciudadanos para protegerlos de la voracidad del mercado, todo en el marco de sociedades capitalistas de economías abiertas, fundamentadas en las llamadas democracias representativas que Occidente ha intentado imponar como modelo al resto de mundo, en muchos casos con métodos antidemocráticos que han incluido golpes de Estado, agrasiones militares, asesinato de líderes desafectos y fraudes electorales.
El estado de malestar a que nos referiremos tiene una orientación diferente a la que describe Nina en su relato de ficción que, sin embargo, pudiera guardar relación con la realidad, pues a decir de algunas investigaciones, como la difundida por BBC News Mundo el 27 de agosto de 2018, dan cuenta de que los países nórdicos no son tan felices como se suele pensar. Ahora bien, en esos estudios podemos ver que la infelicidad se expresa, por lo menos en países con carencias materiales como la falta de empleo, en un drama asociado al desmonte del estado de bienestar como ocurre, por ejemplo, en los Estados Unidos y a lo que se refieren autores como Ramón García Cotarelo y Jordi Bosch Meda que describen de crisis económica y social – la de los años 70 y la actual- como una deriva de la avaricia de las élites que con habilidad se incrustan en los estamentos del poder político para impulsar directivas centrada en la defensa de sus intereses y en contra de las necesidades, expectativas y demandas colectivas con lo que se ha creado un estado de malestar que ha descompuesto la cohesión social y amenaza con arrastrar hacia el caos político a los países donde la expresión de esta realidad es más acentuada.
Algunos políticos e intelectuales, incluso activistas sociales y entidades que agrupan a trabajadores atribuyen el malestar más a la globalización que a las políticas internas desreguladoras que han desmontado las conquistas sociales. El presidente Dolnald Trump, es uno de los actores que se decantaron por atribuir la situación a la forma en que se diseñó la apertura y Estados Unidos manejó las negociaciones; señala que su país no tuvo las habilidades que otros para sacar ventajas, lo que se tradujo en la desindustrialización que impactó de manera catastrófica en el mercado laboral. Este es un juicio que Joseph Stiglitz, en su libro “Capitalismo progresista”, desmonta aduciendo que todos los acuerdos sobre los que se construyó la apertura global favorecían de forma abierta a las grandes potencias, específicamente a EE.UU. y Europa: “Desde mi punto de vista como jefe de economía del Banco Mundial, era obvio que las reglas de juego global estaban sesgadas a favor de Estados Unidos y otros países avanzados, a expensa de aquellos en desarrollo. Los acuerdos comerciales eran injustos en beneficio de Estados Unidos y Europa, y en detrimento de los países en vía de desarrollo”, afirma sin ambages el Nobel de economía en el capítulo 4 del texto mencionado.
Queda claro, a la luz de lo que expresa Stiglitz, que la globalización no ha sido la responsable de las fracturas sociales estadounidenses, pues en su diseño estaba la intención de favorecer al país norteamericano y a pequeñas y medianas potencias aliadas. Lo que ocurrió, a mi juicio, fue desatado por las políticas internas como insisto a lo largo de este trabajo, pues todo este asunto se comenzó a fraguar con la implementación del modelo económico neoliberal asumido desde la administración republicana de Reagan y continuada por las demás, sin importar quien fuera el Presidente -Bill Clinton o Barack Obama del Partido Demócrata; los Bush y el propio Donald Trump-. Con desmonte de las políticas implementadas por el presidente Franklin Delano Roosevelt y su New Deal, una versión del estado de bienestar que impulsó la economía y la orientó hacia una distribución del ingreso más equitativa que ayudó a agrandar la clase media, curar las grandes desigualdades y darle al país ocho lustros de crecimiento económico con cohesión social, fue un desmonte con el que se fue construyendo el estado de malestar que heredó el presidente Trump y que quiso encarar profundizando las políticas “reaganianas” como si tratara de apagar un fuego alimentándolo con combustible.
Ahora bien, estas políticas internas condujeron a los Estados Unidos a buscar la maximización de sus ganancias en otros países, cuestión que éstos aprovecharon para recibir a las industrias estadounidenses como huéspedes que, con el tiempo, se fueron convirtiendo en ciudadanas y a pesar del diseño favorable de las políticas comerciales globales, se industrializaron a costa de la desindustrialización del país norteamericano que se concentró en una economía financiera basada en orgías especulativas que se alejaban cada día de la economía real, lo que fue, de a poco, creando las condiciones para la recomposición del mercado y comercio mundial, al punto de convertir a EE.UU. en un país importador y a China en la gran fábrica del mundo, capaz de procesar el 50 por ciento de toda la materia prima del mundo.
El proceso de intercambio comercial entre China y Estados Unidos, el preceso de desindustrialización, precarización del empleo, incremento de la pobreza y profundización de las desigualdades, se fue dando a la par y como consecuencia del diseño de las políticas internas estadounidense, mientras, también, de manera simultánea, el pueblo chino se abría paso hacia el mejoramiento de las condiciones materiales de vida, pues en lo que el país americano apostaba al desamparo de su población poniendo a la gente al servicio de la economía y codicia de la élites fiancieras, la dirigencia china se concentraba – y concentra- en la implementación de políticas públicas enfocadas en planificar su crecimiento económico poniendo como centro a los ciudadanos, esto es, la economía al servicio de la gente; así la economía crecía rebasando el crecimiento del resto de los países y la sociedad superaba la pobreza al ritmo del desempeño económico; de ahí que el portal Política Exterior, en una nota publicada el 21 de enero del 2021, refiriéndose al tema, señaló que “la magnitud de los logros obtenidos en la lucha por aliviar la miseria en el país es notable” indicando que “más de 850 millones de personas han dejado atrás la pobreza extrema en cuatro décadas”. Refirió que en el 1981, alrededor del 90% de la población se encontraba por debajo de la línea de “la pobreza absoluta fijado por el Banco Mundial”, que “para el 2019 la cifra no llegaba al 1% “, y ya para finales del año 2020 el Gobierno chino anunciaba haberla erradicación del país.
En efecto, para finales de los años 70 cuando inició el proceso de la Reforma y la Apertura en China de la mano de Deng Xiaoping, el gigante asiático era uno de los países más pobres del mundo mientras Estados Unidos dominaba la economía mundial. Desde entonces China comenzó a crecer sin parar al punto de alcanzar el PIB más alto en términos de paridad de poder adquisitivo, y segundo después del país norteamericano en lo relativo al PIB nominal. Este último dato es cuestionado por algunos analistas que expresan que ese PIB nominal no representa riqueza real, sino que es , más bien, el producto de la impresión de papel moneda sin respaldo en la generación de bienes reales. Para algunos en este modelo, que envuelve la democracia con farsas electorales que legitiman al poder de las élites al punto de crear una plutocracia que gobierna -sin importar partido- para sus intereses, está es la razón por lo que EE.UU. es uno de los países desarrollados con mayores niveles de pobreza y fractura social que lo coloca incluso con indicadores de pobreza que se colocan por debajo de países en vías de desarrollo.
Y así, por ejemplo, la esperanza de vida al nacer -que es un importante indicador para medir la pobreza- en Estados Unidos para el 2019, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), era de 78,5, por debajo de 39 países; el primero de los cuales es Japón con 84,3; Suiza con 83,4; Corea del Sur con 83,3. Y así, incluso países en vías de desarrollo como los latinoamericanos Costa Rica 80,8; Chile 80,7; Perú 79,9; Panamá 79,3 y Colombia 79,3. En China es de 77,4, 11 años más que en 1979 cuando la esperanza de vida al nacer era de 67,8. Para el mismo año, esto es en 1979 en Estados Unidos era de 73,8, que al día de hoy representa un poco más de 5 años de avance; Japón 76,3, para un avance de 8 años; Suiza 75,7, para avanzar poco más de 8 años; Corea del Sur 65,7, para un avance de 17,6 años; Costa Rica 71,5, para un avance de poco más de 9 años; Chile 68,3 para un avance de 12,4 años; Perú 59,6 para un avance de 20 años; Panamá 69,8 para un avance de 9,5 años y Colombia 66,4 para 12,9 años de avance. Es necesario precisar que en el caso de los Estados Unidos el dato dado “se refiere a un promedio nacional y que varía de forma notable cuando es analizado desde el punto de vista de la raza y la educación; así por ejemplo, mientras la esperanza de vida de un hombre blanco con estudios universitarios es de 80 años, la de un hombre afroestadounidense con poca formación es de 66 años, según datos de una investigación publicada por el Centro Nacional sobre Pobreza de Estados Unidos, de acuerdo a informaciones ofrecidas por BBC News Mundo en 20 de noviembre de 2017, por lo que hay alguna variación poco importante entre esto números y los de 2019 de la OMS que me sirvieron de base.
Un dato que llama la atención y que podemos considerar como un un indicador del deterioro del estado de bienestar en Estados Unidos y la consolidación del estado de malestar, es que desde inicios de este siglo este país ha venido registrando “un aumento en las cifras de mortalidad materna, cuya tasa pasó de 17,5 muertes por cada 1.000 nacimientos en el año 2000 a 26,5 en el año 2015, de acuerdo con una investigación publicada por la revista The Lancet en enero de 2017”, da cuenta la nota de BBC News Mundo a que nos hemos referido en la que se comenta que “se trata de un fenómeno que va a contracorriente de las tendencias en el resto del mundo industrializado donde se produjo un descenso en el mismo periodo. Así ocurrió, por ejemplo, en Japón ( de 8,8 a 6,4), Dinamarca (de 5,8 a 4,2), Canadá (de 7,7 a 7,3) o Francia (de 11,7 a 7,8)”. En lo relativo a China el descenso ha representado un 75 por ciento según un cable de la agencia de noticias Xinhua despachado en Beijing el 10 junio de 2015 en el que se da cuenta de que la tasa de mortalidad materna de China bajó en ese porcentaje en los últimos 25 años. Los datos ofrecidos por el medio noticioso tuvieron como fuente a la Comisión Nacional de Salud y Planificación Familiar (CNSPF), y añade la información que “la tasa de mortalidad materna fue de 21,7 por cada 100.000 en el 2014, en comparación con el nivel de 88,8 por cada 100.000 de 1990, un descenso de 75,6 por ciento”. Agregada esa información, comenta que “con esto se cumple un Objetivo de Desarrollo del Milenio un año antes del plazo. De conformidad con los objetivos adoptados por Naciones Unidas en el 2000, se espera que las naciones reduzcan la mortalidad materna en tres cuartas partes para el 2015”.
La misma agencia noticiosa en una escueta nota fechada en agosto de 2022 reseña que “la mortalidad materna en China se redujo de 43,2 por 100.000 en 2002 a 16,9 por 100.000 en 2020, según un libro blanco publicado hoy jueves…el documento lleva por título "Prosperidad moderada en todos los aspectos: otro hito alcanzado en los derechos humanos de China" y fue publicado por la Oficina de Información del Consejo de Estado, el gabinete del país…en reconocimiento de dichos logros, la Organización Mundial de la Salud ha calificado a China como un modelo a seguir para los países en desarrollo y una nación que se encuentra en la vía rápida para mejorar la salud maternoinfantil, resalta el libro blanco”. A estos datos de aumento de la mortalidad maternoinfantil, por un lado -Estados Unidos- y descenso por otro -China- hay que añadir la cuestión de los embarazos en adolescentes, pues como señala BBC en el artículo que hemos citado las “cifras del Banco Mundial correspondientes a 2015, EE.UU. registra una tasa de 21 nacimientos de este tipo por cada 1.000 mujeres entre 15 y 19 años de edad, lo que coloca a ese país en el puesto 68 en todo el mundo, al mismo nivel que Yibuti y Aruba, y muy por encima del promedio en los países de altos ingresos que es de 13”.
Con relación a la educación el descenso ha sido notable de acuerdo a este medio occidental que comenta: “Cuando durante el lanzamiento de su candidatura, Trump dijo que EE.UU. se estaba convirtiendo en un país del tercer mundo, se refería a datos sobre el desempeño en materia educativa. Estados Unidos es la sede de decenas de las mejores universidades del mundo. Pero eso no implica que la formación promedio de los estadounidenses esté a la altura de esas casas de educación superior”, y agrega que “de acuerdo con un estudio realizado en el marco del Programa Internacional para Evaluación de Competencias (PIAAC, por su sigla en inglés), entre países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la primera potencia -¿primera potencia?- tuvo un desempeño que, en el mejor de los casos, resultó mediocre.
Entre tanto de acuerdo al diario La estrella de Panamá, en una nota aparecida en su edición del 15 de marzo de 2018 bajo el título “Sistema educativo de China muestra avance significativo, dice el Banco Mundial”, el organismo financiero multilateral afirma que las “escuelas en China y Vietnam muestran una fuerte evidencia de resultados de enseñanza de alto nivel y equitativos. Lo de equitativo toma significativa relevancia si tomamos en cuenta que en los Estados Unidos la educación es un privilegio de los que más dinero tienen. El portal Humanium hace un breve análisis del sistema educativo de ese país bajo el título: “Educación en Estados Unidos: un acceso desigual” que comienza por afirmar que “la sociedad americana -estadounidense-presenta grandes desigualdades desde un punto de vista social y económico. Un estudio refleja que el 20% de la población más rica del país controla casi el 80% de la riqueza total. Esta brecha económica se refleja en el acceso desigual a la educación, situación que comienza desde temprano, en la escuela primaria” y que tiene como principales víctimas a blancos pobres, inmigrantes latinoamericanos y ciudadanos de origen africanos, los que, debido al difícil acceso a la educación, les espera una sociedad de malestar con empleos precarios que a su vez conducirán a precarios servicio de salud y a la falta de vivienda digna, y así quedan envueltos en un círculo vicioso de pobreza que heredan a sus hijos y nietos.
De 146 universidades que operan en los Estados Unidos, según el portal citado que se publicó el 7 de julio de 2015, solo el 10 por ciento provienen de los sectores de menos ingresos, con el agravante de que el acceso a esos centros de educación superior está mayormente condicionado por un sistema de crédito que endeuda de por vida a los “beneficiados”, pues un estudiante que ingrese a la universidad a los 18 o 20 años con deuda que promedian los 40 o 50 años estaría cancelando su compromiso financiero al final de su vida productiva o años después de haber terminado, lo que le plantearía una situación de impago. Es un estrés que los estudiantes o profesionales endeudados comparten con el resto de la sociedad que sufre la fractura social que Tump quiso enfrentar fracturando más a la sociedad con la consolidación de una plutocracia que empobrece cada vez más a las mayorías y enriquece cada vez más a una minoría de potentados.