Nací siendo liceísta. Es más, cuando aprendí a hablar decía “yo soy liceísta de papá”. Así ha sido mi gran identificación con el “glorioso Licey”.
Recuerdo ver a mi papá pegado a un radio escuchando la narración de los juegos del Licey, ya que no eran trasmitidos por la televisión. Cuando su equipo perdía era una amargura total, pero si ganaba la algarabía en mi casa era inmensa.
Entre las premisas de mi papá estaban: “después del error siempre viene la carrera”, “hasta el out 27 nada está definido” o “luego de tres bolas, viene el automático”. Cada vez que veo los juegos, sobre todo por televisión, necesariamente tengo que recordar a mi papá.
Recuerdo ir a Santiago desde La Vega, con papá y mamá, cuando jugaban las Águilas contra el Licey en el estadio Cibao.
Mis hijos son liceístas y mis nietos también, el pequeño nada sabe de eso, pero el grande participa en la liga infantil del Licey en el Estadio Quisqueya.
Cuando lo veo con su uniforme de los Tigres se me llena el corazón, más que con apenas trece años tiene una gran estatura, parece un jugador de grandes ligas. Tengo una anécdota de él. Yo acostumbro a preguntarle cómo le ha ido cuando regresa de la práctica, un día le pregunté si robó bases y él con una cara muy especial me miró y me dijo: “¿y yo tengo cuerpo para robar bases?”.
Tenía dos años que no seguía la pelota de invierno, ya que mi mamá estaba en cama y aunque ella antes de postrarse veía todos los juegos, esos últimos años no lo disfrutamos, pero antes de la pandemia, mi hijo mayor y yo recorríamos todos los domingos los estadios del interior en los que jugaba el Licey; al único que nunca fuimos fue al de La Romana.
Procurábamos ir a los juegos que más pudiéramos aquí en la capital. Hubo días en que iba a comprar las taquillas y hacía su fila desde las nueve de la mañana, a las dos me iba a buscar a mi trabajo dejaba cuidando su turno y regresábamos a la fila. Cuando quedaban dos personas, le habían vendido muchísimas a una sola y nos quedábamos sin taquilla. No había a quien reclamar.
Crecí escuchando que los eternos rivales eran los Tigres del Licey y los Leones del Escogido. De un día para otro amanecí escuchando que los grandes rivales eran las Águilas Cibaeñas y los Tigres del Licey. ¿Quiénes serán verdaderamente los eternos rivales?
Rara vez escuchaba las trasmisiones del equipo azul, porque yo era fanática presencial. Este año es diferente, veo todos los juegos por televisión en que los tigres juegan, pero no escucho todas las trasmisiones porque no todos los narradores me gustan. Sin embargo, he descubierto a Franklin Mirabal y me ha fascinado, aunque he escuchado por ahí que él narra como fanático, no como locutor, mas yo creo que eso lo acerca más a los fanáticos, porque narra el juego como una simple conversación y me encanta cuando dice “ ay nooo, así no” o “Billy, pero ya este hombre tiene dos strikes en su cuenta” también “Billy, aconséjalo” si abanica o “no batees de faul”. Para cada jugada tiene su forma característica de narrar con una entonación especial que me gusta.
Mi papá me transmitió el amor al béisbol. Escuchábamos los juegos de las grandes ligas que transmitían por radio. Fui fanática de los Blue Jays de Toronto, aunque en honor a la verdad el equipo de mi preferencia era en el que jugara Jorge Bell quien me gustaba tanto que, siendo mis hijos adolescentes, luego de haber pasado muchos años y de su retiro, en un intercambio de regalos de mi trabajo, en los famosos “angelitos”, pedí que me regalaran un póster suyo, pero ¡Qué va! No lo encontraron.
¿Alguien me consigue uno?