La invasión haitiana de principios del siglo XIX, y las luchas contra los franceses que ocuparon la isla, no permitieron que se hicieran grandes registros de detalles oftalmológicos. Luego de la guerra de la Reconquista de principios del siglo XIX, quedó más pobre aun nuestra isla y emigraron al extranjero una cantidad importante de personas con elevada preparación académica o profesional. La parte haitiana de la isla vivía un proceso similar, pues tras el triunfo de la revolución haitiana, emigraron todos los profesionales preparados y literalmente Haití se quedó sin médicos.
Tras la invasión haitiana a nuestro país, el presidente haitiano Jean Pierre Boyer procedió a enviar médicos haitianos y a establecer las normas de vida y salud de Haití en la parte española. Durante esta ocupación, que se prolongó desde el 1822 al 1844, se registra un oscuro periodo en el desarrollo de la medicina por la falta de recursos. Se intentó reabrir la Universidad de Santo Tomás, pero luego de unos meses fue ocupada por el ejercito haitiano y clausurada. Sin embargo, existen de este periodo algunas referencias.
El 12 de mayo del 1826 se fija la tarifa que regía el quehacer médico en Santo Domingo. Se cobraba un pago de 0.50 centavos por consulta diurna; en esta tarifa se mencionan cirugías oftalmológicas que no se detallan y a las que no se les pone precio. No sabemos si esto se debe a que nadie las hacía o por lo escasas que eran, pues anteriormente estas cirugías se negociaban directamente entre médico y paciente.
La farmacopea y la legislación médica de esa época eran decididamente francesas por su relación con Haití. En 1830 en el recetario del Médico Jefe del Hospital Militar de Santo Domingo, aparecía el colirio Lanfranc, que debe ser una adaptación francesa del colirio de Lanfranco. Se cree que fue ideado por el célebre cirujano medieval Lanfranco de Milán. Conocemos la fórmula de este colirio: vino blanco: 1 libra, agua de llanten y de rosas: 3 onzas, oropimente (mineral de arsénico y azufre de color alimonado que también se usaba en tintorería): 2 dracmas, cardenillo: 1 dracma, mirra 2 escrúpulos y de aloe, otros 2 escrúpulos. También encontramos referencia al colirio Vitasol y a la tisana de Simaruba, para el tratamiento de afecciones oculares.
En esa época se usaba para las enfermedades de los ojos el “ungüento precioso de Alexandro” y el “agua maravillosa de Vicsana”. Ambos productos gozaban de fama por su eficacia, según una nota aparecida en 1830 que transcribimos: “Mañana y tarde se meten los ojos en el agua maravillosa. Los resultados no se harán esperar. El ungüento se usará en los casos más malos, tales como los que están cubiertos de fuertes excrecencias de carne y pus y masas de humor, como telas, etc. Que se fijan en ese órgano a causa de diversas enfermedades. Estos ojos se curarán colocando en la noche un poco del ungüento de Alexandro y guardándolo toda la noche, y usándolo dos o tres horas en el día. No deben los pacientes inquietarse por la rubicundez que se desarrolla en sus ojos durante el tratamiento de 3 o 4 días”. “El comandante Vicsana recibía continuamente testimonios de la eficacia de sus remedios que estaban a la venta en Puerto Príncipe en 1829. El Coronel Moriste que padecía desde 1812 de una excreción a causa de un balazo, esperaba un feliz resultado por el uso de esta agua maravillosa de Vicsana”.
Solo el Hospital Militar, el Hospital de Bari, estaba activo en esos años y allí se veían todos los pacientes que requerían atenciones oculares.