En la segunda parte del presente artículo nos referimos a la permanencia del Dr. Joaquín Balaguer como colaborador del régimen trujillista, quien, a pesar de los excesos de la dictadura, procuró servir al gobierno como quien orbita en rededor del sol, sin quemarse ni manchar su atmosfera. Frente a ese hecho, podemos afirmar que la decisión de Balaguer está estrechamente relacionada a su formación integral y humana, quien producto de sus convicciones, demostró una adaptabilidad extremadamente refinada, capaz de interpretar cada acontecimiento y moldearse a ellos. Como ejemplo de lo que en este escrito se afirma fue la participación que tuvo ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en octubre del 1961. En aquel momento histórico, cuando la dictadura había sido recientemente decapitada, Joaquín Balaguer pronunció un discurso sentenciando el régimen, proscribiendo sus fundamentos y estableciendo la necesidad de forjar un estado de derechos en el país, sujeto a los moldes provistos por los antiguos fundadores de los países latinoamericanos.
Lo que llama la atención del comportamiento de Balaguer en aquel año de turbulencia es la facilidad con la que se sobrepuso al sistema de gobierno con el que colaboró por algo más de 3 décadas, para disponer ahora de una fachada de hombre democrático y de convicciones libertarias. Naturalmente, el análisis que pudiera hacerse de su peculiar personalidad no satisface la reflexión necesaria en torno a lo que debió llevarse a cabo justo al momento del ajusticiamiento de Trujillo. La República Dominicana se encontraba en una posición muy delicada en el ámbito internacional, el modelo de gobierno estaba desacreditado y había mermado su respaldo regional, agravado aún más después del atentado a Rómulo Betancourt en junio del año 1960. En medio de aquella escabrosa situación, el Dr. Balaguer supo adaptarse y mostrar un comportamiento consecuente a los acontecimientos.
Otra de las cualidades del presidente Balaguer al margen de su flexibilidad era la de su carácter extrañamente enigmático. Nadie podía decir con seguridad lo que pensaba o se proponía hacer, ni mucho menos imaginar sus motivaciones personales. Por los hechos, y por las obvias evidencias históricas, podríamos afirmar que a Joaquín Balaguer lo inspiraba el poder y el arte, muy especialmente la literatura, pero en su desempeño como hombre de Estado era meticulosamente cauto.
Aquel rasgo característico del cual hizo gala desde sus días como funcionario era evidente tanto para sus compañeros de partido, sus adversarios y aun para los EEUU, que se mostraba interesado en los acontecimientos regionales y muy especialmente los de la República Dominicana; escenario de múltiples intereses estadounidenses. De aquella peculiaridad se percató el gobierno del presidente Kennedy a principios del mes de septiembre del 1961, cuando fuera enviado el Sr. John Bartlow Martin a evaluar la situación dominicana y reportar los acontecimientos. El enviado describió con detalles la realidad de la nación dominicana e hizo ciertas precisiones con respecto a sus principales líderes.
Sobre el país, Bartlow Martin describió una nación de infortunios, detallando la total pérdida de confianza del pueblo en su gobierno y recreando las condiciones heredadas tras el saqueo de Trujillo; y sobre Balaguer afirmó: “De todas las personas con las que conversé, Balaguer es la única que sigue siendo un enigma para mí. Su pose es la de un poeta, escritor, intelectual, que favorece las libertades y la democracia y que no le gusta el autoritarismo. En cuanto a él solo desea retirarse de la vida pública y terminar sus días entre sus libros, pero contrario a esto está su historial… francamente, no sé qué pensar de Balaguer”.