Las pandillas de Puerto Príncipe son un gobierno paralelo. Ellas desafían el "Orden" oficial e imponen el suyo. No tan paralelo, pues las mismas no podrían existir sin la connivencia del poder y su velada complicidad. Ese poder de la sombra alimentado por manos extranjeras. De otra manera, no podría explicarse cómo entran clandestinamente en Haití cientos de miles de arma de fuego de todos los calibres o la ejecución de un magnicidio con mercenarios traídos de otro país.
El "Orden" estimuló las pandillas para desarticular la movilización del pueblo haitiano en su reclamo de castigo a los corruptos, y el desorden asumió rango de institucionalidad ensanchando la desgracia y dolor de los desheredados de esa nación heroica.
Solo en el barrio Tabarre, en la plaza Hugo Chávez, más de 3 mil desplazados por la violencia entre bandas subsisten en condiciones infrahumanas, a la intemperie, sin agua, sin comida y con la indiferencia de las autoridades. Huyeron de la muerte que acechaba en “Cité Soleil” para lanzarse a la aventura de la conmiseración de algunas manos caritativas.
Pero no son las bandas el problema central de Haití. Antes de su irrupción en el escenario de violencia, ya Haití era un país invivible. Entre 2019 y 2022 la inflación creció más del 72 %. De los 196 países, el ingreso per cápita ocupa el puesto 162. Están entre los que peor calidad de vida tienen en el mundo. Su posición en el índice de desarrollo humano antes de las bandas era el 170 sobre 188 países, hoy debe estar en el último lugar. El 59% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. La esperanza de vida es de 64 años.
De acuerdo a la facilidad que ofrecen los negocios, Haití se encontraba en el puesto 182 entre los 190 que conforman el ranking, hoy debe ser el último. Está entre los países con mayor corrupción del sector público del mundo.
Este cuadro del infierno dantesco no es producto de las bandas, sino de una élite económico- social insensible, indiferente, acaparadora, a la cual no le importa el destino de Haití, así como de las grandes potencias que no terminan de cobrar la osadía de la epopeya del único pueblo negro y esclavo que rompió por sí mismo sus cadenas y fundó una república libre derrotando, nada menos que, a Napoleón Bonaparte.
El magnicidio junto a las bandas ha procreado un monstruo: un limbo institucional y político, los cuales han sumido al país vecino en el caos total. Sin: Ejecutivo, Congreso, Policía, Seguridad, Autoridad, Control ciudadano, institucionalidad…
En medio de ese vacío, se han agravado al extremo las condiciones materiales de existencia aumentando la violencia, el hambre, los desplazados, la desesperación, la vocación de huida. Romper el cerco que amenaza la supervivencia los obliga a desafiar todos los peligros.
Al mismo tiempo huyen las inversiones, se reduce la ya baja recaudación de impuestos, las mínimas atenciones públicas. En Haití, el hambre azota, arrecia, afrenta, acorrala. Las bandas asolan, atemorizan, amenazan..
La dialéctica de la sobrevivencia establece que por cada 1% de aumento del hambre hay un 2% de migración. La migración haitiana no cesará, si no cesan las causas estructurales que la originan. Y esa emigración ya no es solo de los hambreados, sino de los mismos empresarios víctimas del desorden y la inseguridad. Por tanto, la única mitigación posible a mediano y largo plazo es restituir la condición de estabilidad política, institucional, económica y social propias de una nación democrática.
Algunas tesis.
- La situación haitiana solo puede ser resuelta por la voluntad, la decisión y la participación del pueblo haitiano. Ninguna intervención extranjera ha terminado estabilizando ese país. Hay en Haití suficientes líderes sociales y comunales, intelectuales e instituciones, los cuales, puestos en común, pueden sacar ese país del pantano. Esa voluntad auto determinante es esencial para la futura gobernabilidad. Para ello se precisa una gran unidad de base, un programa común de desarrollo y un acuerdo para que un conjunto de líderes emergentes conduzca una ruta de esperanza.
- La migración haitiana establecida en otro país, en especial la de República Dominicana, tiene un gran compromiso y una gran responsabilidad en el destino de su país. En Haití no existe voto del exterior, una demanda urgente para una nueva constitución en esa nación; consecuentemente, no existen parlamentarios del exterior. Sin embargo, su peso poblacional y económico pueden ser determinante para las decisiones políticas y el porvenir de su nación.
- Cansados de la desesperanza y la frustración, el pueblo haitiano no acude a votar. Cada político que llega al poder se envuelve en la esterilidad del humo de sus promesas. Haití tiene la más baja tasa de participación electoral del hemisferio. En las elecciones del 2015 acudió a votar el 28.63 % de los electores inscritos. Los evidentes fraudes obligaron a posponerla. En noviembre del 2016, cuando fue electo Juvenel Moise, participó, apenas, el 21.06%. Es decir, 7.7 % menos que el año anterior. Qué legitimidad pueden tener unas elecciones en la que no vota el 79% de los convocados? Para esas elecciones el padrón electoral era de 6,189,253 votantes. Por tanto, los votos válidos (21.06 %) fueron1,303,456. Juvenel Moise obtuvo, con fraude, el 55.06%. Es decir: 717,682 electores. Un 11.5 % del padrón electoral. Eso quiere decir que, si los emigrantes haitianos en República Dominicana se deciden por intervenir en Haití, ellos solos pueden determinar el futuro de esa nación. Hablo de los emigrantes en nuestro país porque, así como cientos de miles de inmigrantes regresan a su país en las fiestas navideñas también pueden hacerlo cuando está en juego el porvenir de su patria. Solo he hablado de los residentes o transitorios en R.D. pero éstos tienen familia en su país y, en su conjunto, envían mil millones de dólares anuales en remesas. Su peso y su influjo, por tanto, es mucho mayor. La República Dominicana no es un país de tránsito, es un país de destino de la inmigración, sobre todo haitiana. Ellos tienen aquí un gran peso en la economía. Como sembradores, recolectores de cosechas, jornaleros, trabajadores de servicios y, sobre todo, constructores. Pero es indudable que nuestra economía no puede absorber toda esa mano de obra, y, además, la amplitud de la mano de obra ociosa tiende desvalorizar los salarios dominicanos. Pero la emigración continuará a despecho de los muros, la repatriación y la protesta de los ultranacionalistas.
Mi tesis es que nuestro gobierno, la dirigencia de los partidos políticos, las organizaciones sociales, el liderazgo nacional, debemos contribuir al proceso de estabilización político-social en Haití. Pugnar por la institucionalidad de ese país. Actuar en unidad con las instituciones y organizaciones garantes del derecho internacional. Al mismo tiempo, desarrollar acciones que mitiguen la crisis profunda de esa nación a través de:
- Instalaciones de empresas fronterizas para mano de obra haitiana; construcción de hospitales fronterizos para atención de haitianos y dominicanos, construcciones de presas, parte de cuyas aguas puedan ayudar al pueblo haitiano, entre otras. Estas últimas acciones de mitigación podrían extenderse a otros países y para otras áreas.
El destino de Haití nos concierne a todos. A todos los que seamos capaces de sensibilizarnos ante su drama. Drama que no merece una nación heroica y con un enorme rasgo de identidad. No esperemos nada de los imperios. América latina siempre será más generosa que sus colonizadores.