Como un “dislate” denomina Jimenes Grullón el supuesto de la naturaleza española de la República Dominicana y más procedente de un intelectual avezado en disciplinas históricas como Peña Batlle. El hecho de que el imperio español conquistara la isla y estableciera núcleos poblacionales, luego de aniquilar a los aborígenes, no autoriza la tesis hispanista del autor de la Isla de la Tortuga, pues dichos núcleos se mezclaron con restos de las poblaciones indígenas dando origen a un nuevo tipo étnico que se mezcló con los esclavos introducidos por los españoles. De donde concluye que la República Dominicana no nació “pura y homogénea” sino de “una gran diversidad de fuentes étnicas”.
Para Jimenes Grullón es nazifascista el criterio racial de Peña Batlle según el cual el tronco prístino hispánico de los dominicanos había sido “inficionado” por un grupo étnico inferior como los haitianos. Ve una identidad de pensamiento entre Peña Batlle y Hitler ya que este último planteó en su libro Mi lucha que los soldados negros llevados por Francia al Rhin tendían a ”contaminar” la pura sangre germánica. De modo que se daban coincidencias entre las características del estado trujillista y el estado nazi, así como en sus fundamentos filosóficos. Y la matanza de haitianos fue una demostración de la esencia racista del estado trujillista. (10)
En una carta dirigida a numerosas personalidades de Colombia, el 9 de octubre de 1945, el Lic. Joaquín Balaguer, embajador dominicano en ese país, falsea los datos cuando afirma que en 1935 en el territorio dominicano había más de 400,000 haitianos cuando el censo de ese año solo registró 52,657, 8,442 de los cuales residían en la región fronteriza. Luego de esto expone los mismos argumentos planteados por Peña Batlle en su discurso de 1942.
A saber, que la República Dominicana se estaba haitianizando y el sentimiento de solidaridad nacional se estaba corrompiendo. El vudú se había generalizado en todas las poblaciones fronterizas, la moneda haitiana, el gourde, había reemplazado a la moneda nacional, aun en los mercados del centro del país, lo cual era falso pues era el dólar el que circulaba.
Por el contacto con “lo peor del pueblo haitiano” la población campesina había ido adquiriendo “costumbres anticristianas” como las uniones incestuosas. Y que las poblaciones dominicanas próximas a la frontera, expuestas a las “influencias desnacionalizantes”, habían ido perdiendo la conciencia de la identidad nacional, por lo cual la República Dominicana estaba condenada a desaparecer absorbida por Haití.
Asimismo, expone que la dominicanización de la frontera ejecutada por Trujillo impidió la ruina de la cultura hispánica y salvó al país de las horrendas taras físicas y morales que […] caracterizan los bajos fondos de la población haitiana”.
Y, por último, repite el socorrido argumento de que los acontecimientos de 1937 fueron “el estallido en el alma de nuestro campesino, de un sentimiento de defensa y de protesta contra cuatro siglos de depredaciones en las provincias del norte del país por grandes bandas de merodeadores haitianos”. (11)
El epítome de los planteamientos racistas de Balaguer en su libro La realidad dominicana son los siguientes. El exceso de población de Haití constituía una amenaza creciente para la República Dominicana pues “el haitiano era excesivamente prolífico”. La práctica del merodeo provocó la ruina de las provincias de Azua, Barahona y Montecristi que eran “bandas de cuatreros que penetraban clandestinamente en territorio dominicano para adueñarse del ganado y cometer toda clase de depredaciones y de actos delictuosos”.
Planteaba la “efusión de sangre” como un recurso imprescindible para lograr la eliminación del merodeo en las poblaciones fronterizas, pues con “providencias de orden legal no era posible detener una costumbre dos veces secular en los instintos de la masa haitiana”. De ahí que el Gobierno se viera precisado a crear una policía montada que vigilaba permanentemente las fronteras y contaba con el apoyo de los campesinos que también defendían sus propiedades. (12)
El jurista Carlos Sánchez y Sánchez ubica el origen del genocidio de 1937 en el momento en que los habitantes fronterizos de la parte haitiana, luego de saldada la cuestión de los límites fronterizos, retomaron los “viejos procedimientos” de los primeros pobladores, las bandas de merodeadores de la Tortuga del siglo XVII, que desencadenaron enfrentamientos sangrientos.
A continuación, expone un conjunto de consideraciones sobre los supuestos hábitos de vida del pueblo haitiano cuya única aspiración devenía en vivir con el menor esfuerzo posible que impulsa a sus clases bajas que residen en la frontera a buscar la complicidad de la noche o el favor del asalto, para disfrutar del trabajo de vecino laborioso” que se defiende y entonces surge el choque violento. (13)
La dictadura utilizó a intelectuales mercenarios tanto para combatir a sus adversarios locales como a los haitianos, algunos de ellos con escasos escrúpulos como el intelectual colombiano Osorio Lizarazo, quien escribió las peores guarradas contra los enemigos de Trujillo y los haitianos, para lo cual se basó en la ideología racista asumida por el régimen.
Expone que la población haitiana, con la excepción de algunos grupos, no había sido permeada por la civilización ni la cultura. Representa un rincón de África en su nivel más primitivo sobre la América. “Todas las taras, la psicosis colectiva, la estrechez de visión, el fatalismo que corresponden a un grupo étnico en la más plena decadencia moral, gravitan sobre ellos”. (14)
Para explicar el móvil de la matanza recurre al manido recurso de que la misma se produjo cuando bandas de merodeadores atravesaron la frontera se internaron en territorio dominicano y asaltaron a campesinos dominicanos que repelieron la violación del territorio nacional.
Manuel A. Machado, otro intelectual antihaitiano y apologeta del trujillismo, también atribuye la causa de la matanza a la práctica del merodeo y al abigeato que se desarrollaba entre las sombras. La vida fronteriza estaba cargada de hechos sangrientos debido a la invasión de los negros haitianos tras la ruta del ganado y los dominicanos defendieron sus propiedades contra estos merodeadores o maroteros.
Se requería, pues, de un “esfuerzo tenaz” para impedir las infiltraciones de esta “muchedumbre abigarrada” que se ocultaba en la frontera para apropiarse de la riqueza dominicana. Y en 1930 apareció en el escenario Trujillo quien vio la “enorme gravedad” que representaba para el país la inmigración haitiana. De inmediato se dispuso a resolver el “angustioso problema” y obtuvo “la más resonante victoria diplomática de nuestra historia y ofreció la más grande aportación a la paz jurídica internacional: la solución pacífica del viejo diferendo fronterizo domínico-haitiano”. (15)
Para el escritor español Pedro González Blanco solo con la llegada al poder de un “titán” como Trujillo, conductor de un Estado auténtico, fue capaz de resolver sin subterfugios de resolver el intrincado problema fronterizo y de retornar a la población dominicana a su genuino suelo cristiano e hispánico. Hasta la llegada de Trujillo al poder no había existido entre el pueblo dominicano un “fuerte sentimiento de nacionalidad”.
Pero su empresa no se limitó a una simple “línea demarcativa” sino a instituir un linde de evidente acento cultural. Como era habitual en los intelectuales que asumían la ideología racista del régimen, el autor acentuaba las diferencias entre los haitianos y dominicanos, tales como el supuesto peligro que representaba la superpoblación haitiana, su inferioridad, sus taras físicas y mentales, etc. Mientras el vudú, un legado del animismo africano, constituía la unidad característica de los haitianos, los habitantes de la parte oriental de la isla nunca perdieron su cultura española ni dejaron de considerarse herederos de su civilización.
Sopesaba como un “milagro” que Santo Domingo se mantuviera firme en sus ideas y su cultura española. La matanza, o “grave incidente”, sobrevino a raíz de la solución definitiva de la cuestión fronteriza y el establecimiento de un organizado servicio fronterizo de vigilancia y control. (16)
El genocidio de 1937 se intentó legitimar desde muy diversas perspectivas. En 1957 el periodista español Ismael Herraiz publicó un extenso libro en el cual, basándose en la intrincada historia de la división fronteriza y en las cavilaciones racistas de Peña Batlle y Balaguer, expresa que la influencia era muy difícil de eliminar por reglamentaciones formales dado que “la ola negra” no se realizaba por los caminos normales de las aduanas fronterizas, sino por los “vericuetos y trochas del confín” y establecían sus chamizos en territorio dominicano.
En otros casos se trataba de un “abigeato imparable” que escondía el botín en territorio haitiano y únicamente la línea militar y las severas medidas de policía eran capaz de contener a un pueblo caracteriza por su elevada fecundidad que presionaba de forma amenazadora el vecino. De modo que ante la inutilidad de los convenios la única solución viable era el uso de la fuerza. (17)
En otro texto apócrifo, cuya autoría se atribuye al intelectual español José Almoina, se pergeña un contrapunteo entre República Dominicana y Haití y se afirma que esta última heredó el fetichismo africano con el vudú, el culto a los muertos con fines mágicos nigrománticos, los cuales conservaban los haitianos como legado de sus ascendientes más remotos de las tribus africanas que provocaron en su mentalidad prelógica “auténticas expresiones paranoicas” que se ha articulado en un “monstruoso sincretismo” con ritos de la Iglesia Católica.
En cambio, en los habitantes de la parte este siempre ha estado profundamente arraigada la cultura española, han estado unidos espiritualmente a España y se consideran genuinos herederos de su civilización. En la segunda parte de la década de 1920 se iban difuminando los lindes fronterizos. Y mediante un procedimiento de endósmosis mecanismo se daba una continua absorción de sangre negra que diluía la frontera espiritual delimitada por creencias y emociones culturales por la de “los miserables jornaleros de color, devotos del vudú, ignorantes, infrahumanos”. (18) Es partir del Convenio fronterizo, entre Trujillo y el presidente Stenio Vincent, firmado en abril de 1936 cuando el dictador dominicano establece un “organizado y regular servicio fronterizo que provocó el llamado “incidente” de 1937.
La matanza de haitianos formó parte del esfuerzo civilizador de la dictadura de Trujillo para reincorporar a la población dominicana a su supuesto genuino origen cristiano e hispánico que se había “desfigurado profundamente durante largo tiempo por el contacto con las desatendidas y mostrencas tierra de contacto”. (19)
“La ideología trujillista revive como mecanismo de dominación social el antihaitianismo, a niveles como nunca se habían conocido ni siquiera durante las guerras posteriores a la independencia. De hecho, el antihaitianismo se había extinguido en lo fundamental dentro de las grandes masas del pueblo dominicano, e incluso dentro de una porción importante. de los intelectuales, fenómeno que se remonta a los días de la Restauración por una serie de razones históricas”. (20) La ideología del antihaitianismo logró, como lo destaca Ernesto Sagás, que hasta el más humilde de los dominicanos se sintiera superior a los haitianos.
El dictador hizo caso omiso de las tres propuestas de la intelectualidad asesora de la Cancillería, para desalojar de manera pacífica a la población asentada en la frontera y adoptó una solución brutal para ejercer el control político de la zona fronteriza, sustentado precisamente en quienes alegaban la desnacionalización creciente de la misma y el robo de ganado por parte los haitianos.
Con esta tesitura, Trujillo se propuso intimidar a los pobladores dominicanos y haitianos de la región fronteriza y, de hecho, lo logró. Durante todo el resto de los años de vida del dictador, esa cruel matanza mantuvo a la población haitiana aterrorizada y alejada de la línea fronteriza, y a la inmigración de braceros estrictamente controlada. También, y más desgraciadamente importante, abrió un profundo abismo entre los dos pueblos que comparten esta isla de Santo Domingo hasta nuestros días.
Referencias
(10) J. I. Jimenes Grullón, ”El contrasentido de una política”, Boletín del Archivo General de la Nación, año LXXI, Vol. XXXIV, No. 124, (mayo-agosto 2009), pp. 433-435.
(11) La carta está contenida en [José Almoina], La frontera de la República Dominicana con Haití, Ciudad Trujillo, 1958, pp. 167-173.
(12) J. Balaguer, La realidad dominicana, Buenos Aires, 1947, pp. 89-90.
(13) Carlos Augusto Sánchez y Sánchez, El caso domínico haitiano. Separata de la segunda edición del Curso Derecho Internacional Americano, Ciudad Trujillo, 1958.
(14) J. A. Osorio Lizarazo, La isla iluminada, Ciudad Trujillo, 1953, p. 127.
(15) Manuel A. Machado Báez, La dominicanización fronteriza, Ciudad Trujillo, 1955, pp. 206 y 210-211. Otro intelectual racista, Ángel S. del Rosario Pérez, también justifica la matanza por la existencia del merodeo, véase La exterminación añorada, Ciudad Trujillo, 1957, pp. 356-357.
(16) Pedro González Blanco, La Era de Trujillo, Ciudad Trujillo, 1955, pp. 166-186.
(17) Ismael Herraiz, Trujillo dentro de la historia, Madrid, 1957, p. 407.
(18) [J. Almoina], La frontera de la República Dominicana con Haití, pp. 18, 19, 20, 65 y 74.
(19) Ibidem, p. 7.
(20) Roberto Cassá, “El racismo en la ideología de la clase dominante dominicana”, Ciencia, año III, No. I, 1976.