Las estigmatizaciones que acosaban y acorralaban a los hombres y mujeres que levantaban ideas y posiciones de izquierda, revolucionarias y comunistas, han quedado atrás, bien atrás. Hoy, la derecha ha reconocido, fruto de sus desaciertos, aunque no ha perdido la lucha ideológica, su incapacidad para administrar las instituciones pública. Lo descalifica de mala manera.
La izquierda se pasea triunfante como el whisky aquel, por los cuatro vientos, por toda América Latina y el Caribe. Llegando al colmo de pulsear cara a cara con la derecha y ultraderecha chilena, que no es nada fácil. A pesar de su prontuario golpista y criminal, le acaba de doblar el pulso en la última contienda electoral.
Y así ocurre en la gran mayoría de países hermanos de la región. La población se ha cansado de los gobiernos corruptos, incapaces y entreguistas que se han alternado el poder. Claro, todo este proceso se enmarca dentro del capitalismo y su democracia representativa. Ya no es un pecado levantar la bandera roja de hoz y el martillo.
Recientemente, el Partido Comunista de Colombia, PCC, acaba de ser reconocido por el gobierno ultraderechista que preside Iván Duque que es respaldado por el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Además, el Pacto Patriótico, que se apresta a participar en las próximas elecciones con los comunistas, revolucionarios y progresistas, juega un factor determinante.
Mientras esto ocurre en la región, en nuestro país se vive de espalda a lo que acontece en forma tangible en los demás países. Aquí los principales temerosos, al usar el término de izquierda, son ellos mismos. Hasta los cuerpos policiales “conversan”, en actividades realizadas, de manera “amena y familiar” con los simpatizantes, militantes y dirigentes revolucionarios.
Y no me venga con que tenemos una realidad distinta. Si de izquierda hablamos, aquí hubo un momento donde los revolucionarios y comunistas dirigían y tenían influencias en las principales organizaciones sindicales, gremiales, campesinas, estudiantiles, profesionales, sociales y populares. Un control absoluto del movimiento de masas en la sociedad.
Otro argumento, para no levantar la bandera de izquierda, es que tenemos una nueva generación muy diferente a la que teníamos antes. Sí, es verdad. En ese aspecto se dejaron comer los caramelos en la lucha ideológica con los sectores dominantes y su punta de lanza, los “progresistas de la USAID”. Se ha fallado en el enfrentamiento de ideas con el sistema de producción capitalista.
Sin embargo, la izquierda es la abanderada, la más sacrificada por la democracia capitalista representativa que se disfruta hoy. En los últimos gobiernos que han pasado por el Palacio Nacional, muchos votos de izquierda fueron a parar en las urnas de los conservadores, de derecha.
Nada justifica permanecer oculto, con miedo, sin presentar con argumentos las posiciones de izquierda; levantar su bandera en los hombros de hombres y mujeres que honran dar el frente en distintos escenarios. Es posible que el arsenal teórico sufra de incuestionables deficiencias ante una sociedad que exige respuestas objetivas, sin inventos, a sus problemas vitales.