El que logre una debe ponerse en las manos de un agente para la competencia de ser un laureado en literatura.
Sentir orgullo porque llegan como divino maná es admitir el fracaso de tener un clima de inversión, crecimiento, empleo y desarrollo económico donde emigrar sea una opción secundaria.
Eso es equivalente a mostrar como un logro ser un país que está entre los primeros receptores de donaciones de ayuda externa del mundo. El país que recibe ayuda a esos niveles lo que está demostrando es que no tiene perspectivas positivas a corto plazo de contar con indicadores económicos le permitan tomar prestado.
A diferencia de República Dominicana, que ha sido exitoso en la inserción en los mercados de capitales para colocar bonos soberanos, Haití no es capaz de vender un activo financiero a nadie sin importar que el plazo sea a tres meses y la tasa de interés de cuatro dígitos con decimales significativos. Por eso lo que le llega son donaciones, reciben fondos con simples acuerdos de contraprestaciones para cumplir unas cuantas métricas sociales.
En lo que sí nos parecemos es en la recepción de remesas como parte importante de los flujos de divisas, una prueba incontrovertible del “éxito” en expulsar del suelo patrio a sus nacionales. Los nuestros guiados por “el pasto es más verde en el patio del vecino”, los haitianos por “en este patio ya no queda pasto verde, salgan todos.”
Las remesas, en ambos casos también, llegan para satisfacer necesidades inmediatas de consumo. El año pasado se recibieron aquí más de 35 millones de transacciones. ¿Creen que la mayor proporción llega para cumplir con el plan de pago de la compra en plano de una vivienda, aprovechar las mejores tasas pasivas de la banca local para cumplir con la meta de ahorro a mediano plazo permita comprar un terrenito, entregar a la doña lleva el san que le tocará para Navidad?
La realidad es otra. Las remesas vienen a completar el presupuesto familiar para comprar alimentos, cubrir alquiler, recargar la tarjeta del Metro o el celular, llenar el tanque de gas, comprar medicinas o dar mantenimiento a la vivienda.
La mejor contraprestación a esta solidaridad de la diáspora que puede hacer el gobierno es permitir que esos flujos sigan llegando en libertad respetando la legitimidad de los participantes en elegir los términos que permiten una transferencia instantánea. También en mantener el compromiso con una tasa de cambio refleje condiciones de mercado y donde se respete la propiedad privada de los dólares se transfieren.
Somos un país afortunado de realizar hace mucho tiempo un exorcismo exitoso de los demonios del control de cambio y monopolio gubernamental de las divisas a los políticos más populares y a los técnicos de nivel.
Por supuesto, no menos importante, de contar con un consenso en no permitir una volatilidad inflacionaria que destruya la posibilidad de cálculo económico. La fuente de ese mal sigue en el mismo sitio pero contenida por un celoso y longevo guardián de una imprenta que ha tenido por décadas una vida sosegada.
Esas son las cosas que más agradece el dominicano reside en el exterior. Claro, no dejan de estar contentos con los premios a personas destacadas de la diáspora, que por allá tengamos algunos servicios bancarios presenciales, las facilidades navideñas en las aduanas, una que otra incorporación en planes sociales gubernamentales y que la blasfemia de Volvió Juanita en bolero fue cosa de un solo diciembre.
Ahora bien, lo máximo para ellos sería que cada vez sean menos los nuevos migrantes y menor la necesidad de enviar remesas para apoyar familiares. Esas sí son dos variables que los decidirían a tener un retorno feliz a su Patria. Un voto de reversa con los pies al suelo patrio, eso sí que es algo de sentirse orgulloso.