Uno de los defectos del sistema educativo dominicano radica en la incapacidad de crear un hábito lector en los alumnos desde temprana edad; la atención educativa se centra en el entrenamiento memorístico, con una baja comprensión en aspectos como la comprensión de un texto o la correcta interpretación de una notación matemática. El niño, en consecuencia, aprende a repetir sin ningún tipo de dificultad a un costo muy elevado: frena su capacidad de razonamiento para comprender la utilidad práctica de lo aprendido en diferentes circunstancias de su vida futura. Esta realidad deriva en una baja capacidad creativa y de innovación puesto que el acervo de lenguaje es muy pobre y eso genera una barrera en términos de pensamiento divergente y observar la realidad desde otra perspectiva. En el presente artículo se aborda la importancia del hábito por la lectura y su efecto negativo en el acervo cognitivo.

En la actualidad, el centro de la educación consiste en entrenar a los individuos para ser más productivos desde cualquier posición de trabajo u ocupación productiva; desde el aula se promueve la competencia al tiempo que se promueve el logro de la competitividad como mecanismo efectivo de ascenso social; en ese sentido, se dejan de lados aspectos centrales de la vida como son los focos atencionales hacia la comunidad y la felicidad como parte del vector de preferencia de los individuos. Obviamente, sobre el hábito de ser más competitivo, se construye una personalidad enfocada hacia afuera de su interior: el mercado; en consecuencia, la educación inicial anula por completo la idea de hurgar hacia el interior de la persona y enfrentarse a su propia inteligencia interpersonal como el elemento clave de un estado de conciencia enfocado hacia la felicidad que produce el desarrollo de su propia inteligencia.

Con el advenimiento del Internet y la fascinación que genera, el hábito hacia la lectura ha sido sustituido por la afición y hábito hacia la pantalla, con un éxtasis y veneración jamás visto en la historia humana; y, como consecuencia, en las sociedades más desarrolladas ya se vislumbra el tránsito de la ciudadanía (en donde la cooperación se veía como un evento de mejora del bienestar colectivo) hacia un tipo de  zombidianía, entendida como un estado de inmersión en la pantalla como elemento descriptivo preponderante de la sociedad digital. Y, en ese tipo de comportamiento social del individuo, conducido socialmente en sus actos por la pantalla, el hábito de la lectura queda sepultado y relegado a unos pocos ciudadanos del pasado cercano. Hasta la convivencia en el aula está siendo poco a poco sustituida por la pantalla como intermediario supuestamente más eficiente en la educación en adolescentes y adultos.

 

Por tanto, el libro y sus imágenes ficticias que provocaban nuestra curiosidad está siendo desplazado por la virtualidad, cuyo poder seductor se sigue imponiendo desde muy temprana edad en los hogares; el libro, pues, tiene en los dispositivos electrónicos un rival de cuidado en cuanto atención y preferencia se refiere, pues la cercanía de las imágenes y sus movimientos generan un poder que seduce el cerebro de los niños en pleno apogeo de maduración neuroanatómica y de mayor nivel de plasticidad. El riesgo inminente al que nos enfrentamos hoy es el temor expresado ya una vez por Dostoievski: “dejar de leer libros es dejar de pensar”.

Debemos recordar que, antes de la tecnología digital, la infancia de los niños estaba matizada por la curiosidad y el hábito escuchar cuentos que posteriormente refrendaban mediante la imitación de comportamientos de sus personajes favoritos; ese tipo de evento motivaba el hábito de la lectura que, con el paso del tiempo, se convertía en instrumento clave para un mejor aprendizaje de la lengua, mejor capacidad de memoria y de comprensión de instrucciones recibida en el aula, mediado por un mayor acervo de lenguaje y poder cognitivo. Evidentemente, Desmurget (2021)[1], muestra que cómo el uso frecuente de la pantalla,

socaban los tres pilares fundamentales del desarrollo intelectual (la primera víctima de las pantallas) de todo niño, provocando efectos negativos e indeseables sobre las interacciones humanas, el desarrollo del lenguaje y la concentración

La razón de lo anterior estriba en la comprobación fáctica de que un recién nacido, no es una ¨tabula rasa” cuando llega al mundo, sino que trae consigo un conjunto de capacidades o programa genético que debe seguir un proceso acorde con la maduración de las funciones cerebrales; y, ese desarrollo natural es el que construye un perfil emocional único que define a la persona a lo largo de su vida. Pero, ese proceso de maduración cerebral se nutre de las interacciones humanas como soporte esencial, sobre todo en el ámbito de la familia como centro social primario de la vida, y se refuerza sustancialmente con la interacción social en el aula y una correcta estimulación durante la infancia.

Por tal motivo, se entiende que la integración de los padres es el eje primordial de la educación orientada hacia la creación de una disciplina lectora y, al tiempo que se concibe al aula educativa como la unidad de apoyo en dicho propósito y el campo experimental ideal para la identificación de los patrones emocionales que motivan la curiosidad de los niños en sus actividades de socialización.

Obviamente, las sesiones de clases en el aula no deben mantenerse alrededor los 15 minutos como máximo, con el objetivo de mantener la debida atención y el interés particular de los alumnos. El respeto de los tiempos atencionales de los niños resulta una estrategia eficaz para no cansarlos y mantener activada la curiosidad necesaria para el aprendizaje; y, de igual manera, resulta sumamente valioso la práctica de la lectura en el hogar en compañía de los padres, pero con la salvedad que se trata de una actividad de disfrute del ocio en el hogar y nunca un evento representativo de una tarea impuesta por el docente.

La idea consiste en aprovechar experiencias adecuada a la edad, como un factor clave en la formación del hábito lector, disfrute de la lectura y el aprendizaje en comprensión lectora; en tal sentido, la generación de un hábito lector en los alumnos se nutrirá de la ejecución de un conjunto de actividades a partir de los siguientes pilares claves:

  • Utilizar la emoción y la curiosidad natural de los niños como eventos motivadores y facilitadores del hábito de la lectura;
  • Aprovechar el ambiente familiar como fábrica única de emociones y ejemplos cercanos como habilitadores de conductas;
  • Entrenar en la aceptación del error como un evento normal que conduce a la utilización de la experiencia como medio de aprendizaje; y,
  • La utilización del juego como mecanismo o disfraz del aprendizaje en valores, normas, costumbres y hábitos éticos como el reto de la educación escolar en la infancia.

Se entiende que la educación en la lectura representa un acto de configuración del desarrollo neuronal que resulta indispensable para un correcto uso del código emocional con que nacemos; en consecuencia, la imitación del ejemplo fortalece la habilidad de aprender, dado que la realidad constituye su sustrato fundacional; en tal sentido, la habilidad y destreza que se obtiene en base a imitación como medio de aprendizaje, resulta un efecto anterior a cualquier otro evento de la vida humana; por tanto, el hábito de lectura que surge a partir de la imitación en el hogar tiene una trascendencia crucial en el futuro de la persona, en lo relativo a: (i) el desarrollo y modelación del carácter, (ii) la formación de una mente divergente, con capacidad de resiliencia y generación de atributos orientados hacia el crecimiento personal y, (iii) acelera el proceso de poda neuronal para dar paso a la formación de nuevas sinapsis.

De lo anterior se desprende que, mediante el hábito de la lectura, la memoria declarativa consciente del individuo queda fijada para siempre en la base de nuestro cerebro; y eso permite más y nuevas conexiones neuronales que tienden a consolidar todo el cableado, nutrido ya por ese imaginario mundo creado por la lectura, puesto que el cerebro humano no distingue entre la realidad y la ficción para reconfigurarse, siempre motivado por su necesidad de supervivencia. En palabras del distinguido profesor Mora (2014)[2]:

Se ha propuesto que cada vez que se recuerda una cosa, sea esto un paisaje, la cara de un familiar o un amigo o nuestra comida favorita, hay un tráfico de información que va desde estas áreas del lóbulo temporal medial a la corteza cerebral, creando nuevas conexiones en esta última

Entonces, queda bien entendido que el hábito de la lectura es una instrucción para que nuestro cerebro aprenda; un leer para aprender que se perfecciona a través de una mayor acumulación lingüística y que mantiene su poder sin restricciones específica de edad, puesto que lectura resulta la principal fuente de acceso a información y que para Zapata (2017):

“…el sexto grado de primaria constituye un año escolar importante por tratarse de la transición entre el nivel primario y secundario[3]”.

Evidentemente, lo anterior requiere que la información que se accede, a través de la lectura, despierte la emoción y sea comprendida para poner en marcha los procesos mentales que tal actividad implica; lo cual culmina, según De Vega (1990)[4], con un proceso de interpretación del texto en consistencia con el conocimiento particular que el lector posea del mundo.

No se puede obviar que la curiosidad sigue a la emoción, y esa transición facilita la atención; en tal sentido, la primera tarea u objetivo del docente consiste en lograr niveles de atención del alumno que permitan captar la esencia de la información que se le provee en el aula; por tanto, los tiempos atencionales representan la magnitud de interés expresado por los alumnos en un determinado el tema. Eso simplifica la tarea de la actividad educativa: desde la infancia misma, debe concebirse como un estado de flujo, lo cual requiere de la aplicación práctica de las actividades generadoras de fluidez; según Csikszentmihalyi (1998)[5],

“El fluir tiende a suceder cuando una persona tiene por delante una serie clara de metas que exigen respuestas apropiadas”.

Pues bien, en el caso del docente, esa necesidad clara de metas es mantener la curiosidad del alumno durante los tiempos atencionales previstos; y, ciertamente, el valor de esas actividades de flujo permite a los alumnos mantener elevados niveles de concentración sin perder la curiosidad. Provocar ese tipo de ensimismamiento y que, el alumno desee que ese momento dure para siempre sin interrupción alguna, constituye el momento de máxima atención hábil para el aprendizaje y que, debe ser aprovechado por el docente; y, siguiendo con Csikszentmihalyi (1998), ese estado de fluidez emocional se alcanza cuando las personas están practicando alguna de sus actividades favoritas.

En función de lo anterior, debe tenerse en cuenta que el hábito de la lectura no puede ser una imposición,  sino como una rutina agradable y placentera que provee una mayor habilidad de lenguaje y potencial creativo, en tanto se trata de un juguete de entrenamiento para nuestro cerebro, que le facilita seguir produciendo nuevas ideas a partir de los abstracto que provee la adquisición de nuevo lenguaje a través de los universos ficticios que reproduce la lectura. El hábito de lectura, por tanto, tiene como propósito ulterior que se convierta en una actividad favorita de los niños, en tanto que se trata también de una actividad placentera y provocadora de la emoción, la curiosidad y la motivación. Y a partir de ese hábito de lectura provocador de emociones sale a flote el autoconocimiento que adquiere la persona, puesto que, según Csikszentmihalyi: “Las emociones son en cierto grado los elementos más subjetivos de la conciencia, puesto que sólo uno mismo puede decir si realmente está experimentando amor, vergüenza, gratitud o felicidad” Obviamente, el valor de la lectura no reside solamente en el hábito, sino también en la variedad; debe tomarse en consideración el momento del instante decreciente del placer de la actividad como una necesidad para agregar nuevos elementos emotivos en otros tipos de lectura, pues la diversidad y variedad incrementan el valor de dicho hábito. Además, no se puede obviar que la lectura hace referencia a un proceso activo de interacción entre el lector y el texto (que, de alguna manera vincula al primero con el autor), aun cuando se sabe que es el lector quien le imprime significado al texto, al integrarlo con sus otras fuentes de información 10 almacenadas en su memoria. En cuyo caso, cuando se amplía la variedad de la lectura, se amplía también ese vínculo con más autores y, de alguna manera, sus recreaciones de mundos ficticios bien diferenciados reconstruyen la riqueza emocional de nuestro cerebro; en cuyo caso, el cerebro dispone de más insumos abstractos para crear nuevas ideas y seguir así ampliando su reserva cognitiva. Y, en ese sentido, las ideas representan esas piezas básicas en la construcción de nuevos conocimientos.

[1] Desmurget, M. “Développement: l’intelligence, première victime”) de su ensayo “La fabrique du crétin digital”. 2021.

[2] Mora Teruel, F. “Cómo Funciona el Cerebro”; Alianza Editorial: 2014

[3] Zapata Perusquia, D. “Actitudes hacia la lectura y niveles de comprensión lectora”; 2017, UNID, Unidad Editorial.

[4] Citado por Zapata Perusquia, D. “Actitudes hacia la lectura y niveles de comprensión lectora”; 2017.

[5]Csikszentmihalyi, M. “Aprender a Fluir”; Traductor: Colodrón, Alfonso; 1998 by Editorial Kairós.