Hace ya muchos años, al poeta y ensayista mexicano, Octavio Paz (1914-1998), tras dictar una conferencia para intelectuales y jóvenes bisoños de la poesía y la narrativa, en el Colegio Nacional de México, donde comentó una obra de Jorge Guillén, titulada Más allá, al final los estudiantes le hicieron dos preguntas: 1) ¿Qué es un poeta? y (2) ¿qué es la poesía?
El Premio Nobel de literatura, Paz (1990), respondió ambas interrogantes con una simpleza fantástica, no como lo hubiese hecho un escritor de la escuela expresionista que ante cuestiones semejantes recurren al diccionario de la subjetividad, sino como lo hacen los verdaderos maestros del ritmo y el espíritu textuales, respondió con voz humana. Dijo que el poeta es un hombre, no un mago. Y su respuesta a la segunda fue: “La poesía no es una respuesta sino una pregunta”. [1]
Pero ¿por qué un gigante de la literatura hispanoamericana y universal como Paz no titubeó un segundo para dar esas dos definiciones como si las hubiese tenido guardadas bajo la base de la lengua esperando el día oportuno? Pues sencillamente, porque desde que el poeta Nicanor Parra (1914-2018), inició el movimiento de la “antipoesía” en 1954 con su obra Poemas y antipoemas, no faltaron voces fulminantes contra la estructura del poema ‘horneado’ y medido a plomada y también contra aquellos poetas cuya sensibilidad y energía verbal puestas en lograr un verso limpio aunque no revolucionario pero fuerte y firme al alcance del amplio público, a menudo los hacía errar el blanco o caían sobre la superficie de un poema pespunteado. Y es que la torta poética no solo es lo que vemos sino también lo que imaginamos y aquello que ni siquiera lo imaginamos por estar del otro lado.
¿A qué viene este comentario introductorio? Resulta que como es una vieja costumbre en nuestro país, tan pronto un gobierno se aproxima a la mitad de su mandato constitucional, ese momento se constituye en la señal esperada por muchos seguidores del partido gobernante para iniciar un largo periodo de ataques políticos y de insultos feroces contra el probable candidato presidencial que habrá de enfrentar el candidato del partido en el poder. Por lo que se está publicando en los medios y en redes sociales con un destemple inmisericorde y hasta irrespetuoso contra el expresidente Leonel Fernández, los lectores dan por hecho que si los partidarios del partido gobernante han cubierto al exjefe del Estado con las alhajas del veneno denigrante es porque están seguros que ese será el líder opositor que tendrá que enfrentar el candidato que presente el gobierno en ejercicio en el proceso electoral siguiente.
En psicología política se dice que los seguidores del partido político que dirige el Estado, normalmente ponen en los platillos de la balanza los odios y la decencia respetuosa del contrario con masas idénticas excepto cuando el partido gobernante que pretende un nuevo triunfo percibe que el líder opositor con mayor arraigo y verosímil prestigio en la población votante es un toro muy difícil de destazar y desubicar. Si es así, entonces al expresidente Leonel no debe sorprenderle el discurso de encono y las injuriosas extravagancias que gente del gobierno publica en contra suya.
Cuando los ojos ven un edificio escolar, un puente, una carretera, un edificio cualquiera dedicado a la enseñanza o a un ministerio del Estado, la persona confirma dos realidades: la realidad de la cosa que ve y también su propia realidad. Es decir, si me doy cuenta de mi propia realidad puedo confirmar la realidad de aquello que veo. Precisamente, lo que permite a un médico alienista establecer el diagnóstico de esquizofrenia en cualquiera de sus cuatro variantes en un paciente es la escisión del pensamiento del individuo por lo que no puede establecer límites de la realidad circundante ni de la propia, sus ideas se desorganizan completamente y viven una realidad falsa.
Por tanto, hay que ser un ‘antileonelista’ muy obstinado o sufrir un trastorno psiquiátrico llamado parectoforia que consiste en que la persona afectada tiene recuerdos falsos de todo lo vivido, visto o leído, para decir que Leonel “regaló” las antiguas empresas del Estado o que como jefe de Estado se dedicó exclusivamente a la disipación irresponsable de los bienes públicos. De ahí que la persona niega que durante los gobiernos que presidió el expresidente Fernández se le diera prioridad a la educación, al descongestionamiento de las vías viales, a la salud y a elevar el nivel de vida de la gente, pero sobre todo, que se empeñó y logró que nuestro país alcanzara un puesto de liderazgo en el Caribe y Latinoamérica.
Es más, a veces usted lee o escucha a enemigos gratuitos de Leonel decir que si él tiene algún diploma, siquiera de barrendero municipal, es falso; o decir que como mago ejerce el ilusionismo y le hace ver y creer a la gente tonta cosas que nunca hizo como gobernante. Es decir, no solo insultan al expresidente, sino que también minimizan al ciudadano común llamándole “tonto”.
Parece que entre los seguidores del partido gobernante abundan los que padecen el síndrome de Jules Cotard (selectivo) el cual consiste en un delirio de negación pero centrado sobre una persona en particular. Son pacientes que dicen que ellos no existen o que no tienen cabeza, que su mujer no existe o que no es cierto que tal gobierno hiciera estas o aquellas obras a pesar de que todo el mundo le dice que vea las obras y los hechos que tiene ante sus ojos, sin embargo, el enfermo dice: “Con qué ojos las voy a ver si no tengo ojos”. [2].
Los líderes políticos con rango de estadistas extensos, igual que los poetas, son humanos y manejan realidades, pero a diferencia de sus detractores que solo tienen habilidad para dejar salir con intensidad sus insultos, los líderes cimeros se caracterizan porque afrontan extensivamente y diestramente las dificultades y circunstancias azarosas que habitualmente azotan a cualquier Estado moderno.
Por los años que he vivido sé que prácticamente todos los gobernantes llegan al cargo con la inocencia de creer que el Estado es pureza platónica hasta que en los primeros noventa días caen en cuenta que la curva de distribución o campana de Gauss solo existe como tal en la mente de los economistas y en las suyas y que gobernar con ella es ilusorio por lo que hay que construir sobre la marcha varias campanas de Gauss a tientas porque los recursos casi nunca se hallan en la cima de la curva sino en las colas. ¡Qué bien se sintieran si fueran magos! Pero ah….. fatalidad, no lo son.
Todos los que hoy maldicen a Leonel y lo irrespetan, con toda seguridad van a maldecir e irrespetar mañana al actual líder de la nación, el presidente Abinader, por las mismas razones que al otrora líder de la nación: dirigir el Estado se distingue de la poesía en que ésta es “pregunta” y aquel es “respuesta”, y es imposible que un Estado dé respuestas agradables a todos sin excepción alguna.
Aquellos adversarios que atacan a Leonel pero sin injuriarlo ni irrespetarlo así como los que lo injurian asumiendo un comportamiento maniaco, deberían saber que a un líder hecho y derecho como Leonel es imposible dejarlo acostado en silencio o inmovilizarlo con la diatriba vacua porque, como dijera Hume [3], el buen líder no se afirma en una sonrisa desesperada sino en la validez de su consistencia en la salvaguarda y defensa de los intereses comunes de los pueblos que representan.
Los más jóvenes deberían aprender de los adultos viejos que cuando se irrespeta e insulta a los que fueron líderes de la nación o lo son actualmente, de hecho se están irrespetando a sí mismos y también al país porque ellos fueron y son los símbolos de la nación. Usted, personalmente, no tiene que sentirse orgulloso, si no lo desea, de que nuestro país cuente con un estadista vivo del prestigio de Leonel, pero si usted pretende ser valorado socialmente, lo honorable es que ataque a ese adversario difícil e inalcanzable para usted, pero señalando sus errores o pifias como gobernante sin dejar entrever que lo odia a morir. Odiar un líder hasta morir es perder el tiempo porque ellos ya están en la memoria de largo plazo de la gente y ahí no necesitan riqueza, elogios pagados y ni siquiera molestarse cuando los que impulsan su acoso disfrutan con vejarlo.
(*) Este título es homónimo de la obra “La importancia de llamarse Ernesto” del afamado dramaturgo inglés Oscar Wilde (1854-1900).
[1]: Octavio Paz. In/Mediaciones (1981).
[2]: Jules Cotard, neuropsiquiatra francés (1840-1889).
[3]: David Hume (1711-1776). Ensayos morales y políticos (1975).