Cuando el Secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, hizo su gira por la estabilidad de Haití, tenía dos paradas Haití y Rep. Dominicana. Su visita concluyó en el Palacio Nacional donde el Sr. Presidente Luis Abinader recibió al Secretario. Visitante. Llamó la atención el discurso de Blinken, quien habló de las buenas relaciones entre EEUU y RD: “Nuestros futuros están unidos; el de Haití, el de la República Dominicana y Estados Unidos”, aunque desde hace 4 años, los dominicanos esperan un embajador norteamericano…
En su discurso, el Presidente Abinader destacó las consecuencias de la presencia de un flujo migratorio acelerado e insostenible, haciéndole ver al Señor Blinken que “no tenemos capacidad para más”. Y es probable que no podamos hacer nada más: las parturientas haitianas representan 36% de los nacimientos en R.D., y unos 147.000 niños de nacionalidad haitiana están en el sistema educativo.
La presencia haitiana es un grave problema para esta sociedad, lo que fue anunciado por Trujillo, Balaguer y algunos intelectuales: según la ultraderecha, se habla de “unificación de ambos países”. Lo que sí es cierto es que la absorción de un país por el otro comenzó hace ya muchos años de manera orgánica, y pocos se dieron cuenta. Hoy, se pone oficialmente en evidencia con la visita de Blinken y con los datos mencionados por el presidente Abinader.
La necesidad de los haitianos de sobrevivir a la pobreza, a los desórdenes políticos, corrupción y violencia han empujado a su población al proceso migratorio, especialmente hacia RD desde hace ya casi 2 siglos. En estos años, la imagen del haitiano cambió, pasando de ser percibido como “un negro sumiso, dócil, que comía niños”, que llegaba en catarey – a ser miembro activo de la sociedad dominicana, como bracero, empleado agrícola, empleado de la construcción, obrero en general, pequeño y gran empresario y estudiante.
En poco más de medio siglo de democracia que vive Rep. Dominicana, la presencia haitiana evolucionó, y contribuye al desarrollo económico del país. El fenómeno migratorio se agudizó sobre todo en los últimos 30 años: las clases políticas haitiana y dominicana en franca alianza vehiculan la absorción, con la complicidad del pueblo dominicano que ha vivido la relación con Haití como un asunto cordial, trivial. Se comercializa la entrada de haitianos, negociando los gobiernos, empresarios y todo aquel que transita la zona fronteriza – basta con escuchar los comerciantes dominicanos, cuando se cierra la frontera, tras cualquier conflicto.
La tesis de la unificación de los dos países, que inicialmente era una sola geografía, es un recurso de la ultra derecha, sin propuesta alguna. La acción de penetración de un grupo a otro sí es un fenómeno científicamente documentado por las ciencias sociales. De ese planteamiento, cabe retener que las sociedades tienen un límite de absorción e integración de grupos exógenos: si un grupo tiene más fuerza cultural que otro, impone sus pautas culturales, cuando los inmigrantes llegan a la sociedad de acogida, ejercen presión en los servicios. Por eso, las estadísticas citadas por el presidente abinader en su discurso incluyen a estudiantes, enfermos, parturientas, obviando ghettos habitacionales, empresarios, trabajadores en general; tenemos una población que pone en crisis la sociedad que les recibe, si esta no tiene capacidad para darles los servicios que requiere. Es lo que estamos viendo con la población haitiana actualmente.
El enfrentamiento interétnico es inevitable, si la sociedad receptora no tiene claro lo que cultural y socialmente puede hacer con los que llegan (asimilarlos, integrarlos, a culturizarlos), corriendo el riesgo de morir en el intento de ser fiel a sus raíces y composición social. Los intercambios interculturales no caen en el vacío: hay un precio a pagar entre las sociedades en contacto, aunque los aportes dejados enriquezcan las partes en interacción, en algunos casos.
Hoy, las sociedades desarrolladas están amenazadas por los flujos migratorios masivos e inesperados: es uno de los problemas críticos para la humanidad, en este siglo, la OIM estima en 281 millones de migrantes y 117 millones de desplazados, la cantidad de individuos que se trasladaron en el 2023, de una realidad a otra, por conflictos bélicos y climatológicos. Esto genera una serie de leyes y medidas cada vez más restrictivas, para enfrentar un fenómeno de novedosas manifestaciones – pues en el proceso migratorio, está envuelto el crimen internacional con la negociación y trata de individuos. A nivel social, aparece un resentimiento generado entre los grupos en interacción, por las prácticas culturales, por la usurpación de los espacios económicos, por la saturación demográfica, etc.
La República Dominicana no escapa a estas eventualidades, con un Estado que sido descuidado, complaciente e irresponsable ante la presencia de este flujo migratorio, que hoy aparece como su gran problema, cuando siempre lo ha sido. No es porque los haitianos sean un problema, es porque a los dominicanos les ha faltado voluntad política y expertise, para generar respuestas a este tipo de problema: la falta de continuidad en la gestión pública impide que se tengan acciones continuas y coherentes ante la presencia de grupos externos, y la supuesta necesidad de la mano de obra, sin medir las consecuencias que eso trae, al pensar solo en los beneficios económicos, obviando que se trata de seres humanos.
Reaccionar con complacencia ante las acusaciones de racistas en los foros internacionales, al tiempo que se nos solicita que instalemos campos de refugiados haitianos, permite caer con facilidad en una estrategia de culpabilizar al país, para que República Dominicana asuma la crisis haitiana.
Aunque estamos tarde, pues será difícil salir de esa presencia haitiana mediante una política de expulsión masiva, ya que esa presencia ha ganado un terreno con la anuencia local. Los dominicanos finalmente están comprendiendo que han perdido parte de su territorio – sacarlos sería generar finalmente el enfrentamiento interétnico, es decir la violencia expresa y manifiesta entre los dos pueblos. Esto no excluye que se dé un conflicto interétnico en cualquier otro momento, cuando el dominicano pretenda recuperar el espacio que cedió o le usurparon.