Este domingo por nueva vez los dominicanos votamos. Lo venimos haciendo desde 1966, en condiciones de fuertes restricciones para la oposición -que incluso tuvo que abstenerse (1970 y 1974)-, con participación plena de la oposición pero opacidad electoral (en el período 1978-1994) y con más transparencia y efectivo arbitraje electoral (desde 1994 hasta la fecha). Tiene nuestro sistema electoral, como toda obra humana, sus imperfecciones, pero, mal que bien, es un verdadero oasis en nuestra América, donde el derecho a elegir y ser elegido es amenazado y conculcado, incluso en naciones que fueron modelos democráticos.
En esta era en la que vivimos, donde nuestra tarea fundamental como ciudadanos es defender esa denostada democracia “triste, gris y aburrida”, que es la democracia realmente existente que tenemos, como mal menor preferible a caer por acción o apatía en los nuevos y viejos autoritarismos propulsados a nivel global desde la izquierda y la derecha, la mejor manera de defender esa democracia, de blindarla contra las amenazas de aquellos que quieren destruir el pilar democrático, el pilar de los derechos fundamentales y del control del poder y el pilar igualitario, ejes fundamentales del Estado social y democrático de Derecho, es precisamente ejerciendo el sagrado derecho al voto.
Nuestras elecciones municipales apenas convocan al 50% del cuerpo electoral, por culpa de la centralización política que impide consolidar municipios fuertes y autónomos y de una cultura política hiperpresidencialista que poco exige a los alcaldes, en contraste con las elecciones congresuales y municipales que pueden alcanzar hasta un 75% de participación. En medio de un misterioso apagón mediático y de encuestas respetadas, estas elecciones, sin embargo, serán una verdadera encuesta que, aunque no anticipe necesariamente los resultados de mayo y los eventuales de junio, si estará más cercana a la realidad, sin el maquillaje característico de muchas de las encuestas que pululan en medios y redes sociales.
Preocupa que, en mayor o menor medida que en pasados procesos electorales, el avasallante aparato publicitario estatal, la no entrega a tiempo del total de los fondos asignados por ley a los partidos y la no aplicación estricta de los plazos para la prohibición de inauguración de obras estatales, perjudica a una oposición forzada a participar en un ambiente de cierta inequidad, para colmo en campañas electorales cada día más costosas, con una ley electoral sin dientes y una tímida jurisdicción electoral.
La experiencia de la Junta Central Electoral en la celebración de elecciones transparentes, la participación de observadores electorales nacionales y foráneos, la garantía de las libertades ciudadanas por el poder jurisdiccional, una ciudadanía alerta y poco tolerante con las fullerías e idioteces propias de algunos políticos, fuertes organizaciones partidarias articuladas en dos coaliciones, un liderazgo político experimentado, ecuánime y comprometido con los valores democráticos y una prensa libre deberían ser recaudos suficientes para que estas elecciones sean exitosas.
De todos modos, como decía en los 70 un empresario estadounidense radicado en el país, “el dominicano es serio, trabajador, creativo, buen amigo y responsable, pero hay que vigilarlo”. El mejor desinfectante es el sol y la confianza se basa en el control. El único gesto democrático es votar, algunas veces hasta votar llorando. ¡A votar que es nuestro derecho! Definitivamente, ¡es muchísimo mejor la fiesta del voto que la del chivo!