La vigésimo cuarta edición de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, que culminó el pasado 2 de mayo, dejó el amargo sabor de la censura, en cuya aplicación confluyeron el conservadurismo del gobierno y el Ministerio de Cultura, así como las presiones de sectores neofascistas.
Desde inicios de abril, grupos de ultraderecha venían amenazando públicamente con cometer crímenes provocados por el odio racista y xenófobo. Anunciaban que quemarían el stand donde se iba a presentar el libro “La muñeca de Dieula-Poupe Dieula”, escrito por la activista de derechos humanos y cofundadora del Movimiento Reconocido, Ana Belique. Las autoridades del Ministerio de Cultura, en vez de ofrecer protección y solicitar el inicio de una investigación penal contra los emisores de amenazas públicas, incluyendo amenazas de muerte, optaron por cancelar la presentación del libro, aplicando la censura racista exigida por la ultraderecha. En cambio, esas mismas autoridades le permitieron a los neofascistas realizar un acto frente al pabellón de la Unión Europea en el que gritaron sus teorías conspirativas sobre supuestos planes para fusionar a la República Dominicana y Haití.
De esa forma, ya se marcó desde su inicio la connivencia entre el gobierno del PRM y los neofascistas, quienes como enemigos de la cultura, ya venían de imponer en septiembre de 2021 la suspensión de una exposición fotográfica sobre la migración venezolana en República Dominicana.
Ya iniciada la Feria del Libro, el 23 de abril, la poeta costarricense Andrea Gómez Jiménez presentó su poema titulado “Lo único”, en el que las líneas “la revolución es afro, la revolución es trans, enciendan una chispa y confíen en el incendio”, fueron viralizadas en las redes sociales por activistas de extrema derecha y ultraconservadores, alegando que el gobierno estaba promoviendo una “agenda LGBT”, haciendo alusión a otra teoría conspirativa según la cual gobiernos e instituciones multilaterales "promueven la homosexualidad".
El Ministerio de Cultura respondió con un comunicado en el que si bien cumplió con la formalidad de reconocer el derecho legal a la libertad de expresión, al mismo tiempo se deslindó de las palabras de la poeta, en una actitud claramente defensiva y claudicante ante las presiones de la extrema derecha. El Festival Altavoz Caribe, del que formó parte el recital poético, recomendó a Gómez no responder a los ataques y la controversia, según ella denunció en un artículo titulado “Lo que quiero decir”. Gómez además denunció que “tras ese incidente que me involucró, fueron canceladas varias actividades del Festival Altavoz Caribe: dos recitales callejeros con megáfono, la celebración del 10 aniversario del POXEO (que justamente iba a conducir junto a Alexéi Tellerías), un coloquio y un espacio de micrófono abierto”. Como resultado, fueron censurados artistas de Guatemala, Colombia, México y Costa Rica, sumándose a la exclusión de poetas invitados de Cuba y Haití, a quienes no se le resolvieron de forma diligente asuntos relacionados a su viaje y requisitos migratorios.
La noche del 30 de abril se presentó otra instancia de censura homófoba cuando el concierto del rapero Inka junto a Fernando Bruno fue interrumpido antes de concluir debido a que los cantantes exhibieron una bandera del orgullo LGBT. Los técnicos que apagaron el sonido explicaron a los músicos que recibieron órdenes superiores de detener la presentación, sin permitir a los artistas ni siquiera despedirse de su público.
Hay que decir que hubo pequeños espacios de diversidad en el marco de la Feria del Libro, pero estos se llevaron a cabo gracias a las y los gestores culturales y su experiencia, quienes sufrieron la falta de apoyo y protección por parte del Ministerio de Cultura y el Gobierno ante las amenazas. Además, hubo silenciamiento, marginación y un carácter cuasi clandestino de las actividades que pudieran haber molestado a los sectores de ultraderecha, con cambios de títulos de conversatorios y talleres para que no se mencionara palabras como “literatura haitiana”.
Otra evidencia de falta de libertad y segregación de las expresiones artísticas y literarias potencialmente incómodas para los sectores ultraconservadores y racistas, fue el trato que se le dio a la Tribuna Libre en el Parque Duarte, sin siquiera identificación visible como parte de la Feria del Libro. Pero eso no salvó a ese espacio de la censura y las amenazas. El 24 de abril, la poeta y artista visual Michelle Ricardo presentó un poema en el que satiriza a los ultraderechistas. Luego de ello, recibió numerosas amenazas de muerte por parte de estos mismos grupos. Tres días después, la presentación el 27 de abril de un fragmento de “La obra sin nombre” y un conversatorio posterior por parte de Teatro Trípode, se vio afectada por la llegada de un contingente policial que solicitó retirar las sillas y abreviar la actividad debido a supuestas amenazas de grupos ultraderechistas. Nuevamente, en vez de brindar seguridad, las autoridades actuaron como voceras y ejecutoras de las exigencias de estos grupúsculos.
Algunos de estos eventos fueron reseñados por parte de agencias noticiosas que llevaron el escándalo de la censura aplicada por el gobierno de Abinader a las principales páginas de la prensa europea y latinoamericana.
Pero la cosa no termina ahí. El insulto final vino en el cierre de la Feria del Libro, cuando la ministra de Cultura celebró en tono triunfalista su “exitoso” evento y anunció que la feria del próximo año tendrá como invitado de honor al Estado colonial de Israel. Recordemos que este año, Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos internacionales han coincidido en señalar que Israel comete el crimen de lesa humanidad del apartheid.
Los eventos ocurridos en la feria de 2022 y el carácter incluso más reaccionario que tendrá la del próximo año colocan a todo el sector cultural ante el reto de organizarse y exigir la cancelación de la invitación al apartheid israelí, así como exigir que cese la impunidad de los grupos neofascistas y la censura que imponen al arte y la cultura. Ha costado mucho como pueblo y como sector cultural lograr los tímidos avances que tenemos en materia de libertad de expresión y libertad artística. Hechos escandalosos como la censura a la educación multicultural y bilingüe, la censura racista y contra cualquier expresión de la diversidad sexual y de género no deben pasar como si nada. Gestores y artistas, en cuyo trabajo descansan estos eventos, debemos dar un mensaje contundente de no aceptación de la censura.