Hace unos días me encontré con una publicación del “influencer” y aspirante a ministro de Educación Darian Vargas en la red social X (antes conocida como Twitter). El tuit del ambicioso joven contenía la imagen de un Donald Trump ridículamente bronceado y soñador, acompañado de un texto que decía lo siguiente: “Nunca la humanidad había estado tan esperanzada en un presidente de Estados Unidos. El mundo pide a gritos a Papá Trump”.

Mientras leía otros “vientos cerebrales” en la misma página de Vargas, quien dice ser un data scientist o científico de datos, noté que sus publicaciones sobre el expresidente de EE. UU. y actual candidato a la presidencia por el partido republicano eran recurrentes. El “influencer” parece añorar la segunda llegada de Trump a la Casa Blanca, ya que en otros comentarios reiterados afirma: “El mundo hoy te necesita más que nunca. Papá Trump.”

Ahora bien, el necio Darian Vargas no es el único dominicano que ha salido del clóset a apoyar a Donald Trump. En las anónimas calles de Washington Heights, Nueva York, otros dominicanos también han manifestado sinvergüenzamente su respaldo y devoción por el expresidente. Se repite una triste historia: en su mayoría, los que vocean y saltan cual animales enjaulados, son generalmente afrodescendientes.

Confieso que mi primera reacción fue preguntarme: ¿por qué querría un dominicano como Darian Vargas, particularmente un dominicano afrodescendiente (lo delataron sus labios pronunciados y nariz abundante), que Trump vuelva a ser presidente de los Estados Unidos? Me refiero a dominicanos y afrodescendientes específicamente (se estima que hasta un 90% de los dominicanos tienen sangre africana), porque si juntamos los dos grupos y el discurso de Trump, rápidamente podemos llegar a la conclusión de que quizás no cuentan con la simpatía del expresidente estadounidense. Para nadie es un secreto que él es abiertamente xenófobo y que hace muy poco para ocultar su racismo.

Desde que lanzó su primera campaña en 2015, Trump ha vomitado un odio puntual y rabioso hacia los inmigrantes y la gente de color. En el mismo discurso en que se presentó como precandidato por el partido republicano, se refirió a los inmigrantes mexicanos como "violadores" y dijo que traían el crimen a Estados Unidos. En 2017, al preguntársele su opinión sobre la violenta manifestación de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, declaró que había "gente muy buena" en esos grupos abiertamente racistas y antisemitas. En  2018, mientras sostenía una reunión en la Casa Blanca sobre las naciones africanas, se refirió a dichos territorios como "países de mierda” y expresó su preferencia por los inmigrantes de países como Noruega. Entre las ofensas más directas y aberrantes de este año electoral, se encuentra su declaración de que los inmigrantes “envenenan la sangre” de EE. UU.

Entonces, la pregunta más obvia es la siguiente: ¿Son los dominicanos que apoyan a Trump necesariamente racistas o, por lo menos, partícipes en ese racismo asqueroso? La respuesta es “no” y “sí”.

Me parece que sería un argumento simplista decir que todos los dominicanos que apoyan a Trump lo hacen por sus sentimientos racistas. Al igual que el profesor Silvio Torres-Saillant, yo pienso que existen tensiones raciales y racismo en la sociedad dominicana, pero estos problemas no pueden entenderse completamente sin considerar los contextos históricos. En otras palabras, a diferencia del racista europeo o norteamericano, que cree que la raza o rasgos físicos de una persona determinan sus características intelectuales o dignidad humana, los dominicanos tienen una definición sociocultural que promueve y glorifica el eurocentrismo y todos los derivados de esa bagatela. De esas definiciones o conclusiones erróneas derivan muchas de las actitudes más infames en la cultura dominicana.

Uno de los rasgos más afligentes y despreciables de muchos de mis compatriotas dominicanos, es la veneración fervorosa de todo lo extranjero, especialmente si se trata de la figura del hombre blanco que dice llamarse o proyectarse como “el hombre fuerte” – figura que evoca a los dictadores o caudillos europeos del siglo XX. La frase “Papá Trump” –repetida hasta el cansancio por Darian Vargas en sus redes sociales– muy bien puede ser sustituida por “papá Yankee.” Así de evidente es la irreflexión que aqueja a esos “eurocentristas” con el negro detrás de la oreja y colonizados mentalmente.

La realidad es que existen raras manías que perturban el espíritu humano. Imaginen a un grupo de personas que han sido traumatizados y estigmatizados de tal manera a través de su historia, que optan por internalizar su percepción de inferioridad étnica, lingüística, cultural y racial, venerando así genuflexamente a los herederos que provocaron su desgracia.

Es comprensible que un hombre de raza blanca apoye a Trump. No necesitamos ser científicos de datos para darnos cuenta de que el discurso del candidato republicano busca mantener y elevar el estatus social de quienes comparten su misma condición –un estatus íntimamente ligado a la raza blanca, el género masculino y a la religión cristiana. De hecho, los hombres de raza blanca son el grupo de votantes más sólido para el expresidente, superando a la vicepresidenta Kamala Harris por un 17 por ciento.

Ahora bien, muchos de los dominicanos que apoyan a Trump, incluyendo al “científico”  Darian Vargas, dicen que eso se debe a que el expresidente apoya o promueve los valores cristianos. ¿De verdad? ¿Cómo podría un cristiano respaldar a un líder que aparentemente ha incurrido en la mitad de los “no deberás” de la Biblia? Donald Trump ha sido declarado responsable de cometer abuso sexual en contra de una mujer;  un individuo que se jacta diciendo que él agarraba a las mujeres por sus partes íntimas; un individuo que engañó a su esposa mientras ella reposaba en estado de embarazo.

No tiene ningún sentido el argumento de aquellos dominicanos que dicen favorecer a Trump por las supuestas convicciones religiosas de él. Tampoco puedo aceptar una excusa de ignorancia ante lo qué es Trump y lo que representa. El hombre ha estado robándose el oxígeno del público durante ocho años, dejando a su paso corazones de hierro, sienes hundidas y vientres secos.

Esas excusas baratas se las dejo a otros latinos y norteamericanos de piel dura, que se escudan en el arma perenne del opresor: la Biblia. Pero al dominicano no le creo ese cuento chino. El dominicano vive en una penuria histórica, intelectual y moral que le ha robado toda posibilidad de ideas.

Después de ver que un curioso colocó una valla proselitista en respaldo de Trump en el puente Juan Bosch de Santo Domingo, estoy convencido de que los mismos racistas que nos ven con desprecio también nos convencieron de que somos herederos de un linaje oscuro y maldito y que solo podremos ser salvos por una figura cuasi-mesiánica de su misma estirpe. Es irónico que nuestro himno nacional diga explícitamente que un pueblo no merece ser libre “si es esclavo, indolente y servil”, cuando 500 años después seguimos siendo los mismos lambones de toda la miseria que producen los imperios.