¿Puede señalarnos las diferencias temáticas y estilísticas producidas entre uno y otro de sus poemarios publicados hasta la fecha?
He publicado nueve libros originales de poesía en 35 años: El Oscuro Semejante (1989), Negro Eterno (1997), Vicio (1999), Burdel Nirvana (2001), Mosaico Fluido (2006), Pseudolibro (2008), Un minuto de retraso mental (2014), Música ósea (Cascahuesos, Perú, 2014) y Poema con fines de humo (2022, Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña de Henríquez 2021), de los cuales existen varias ediciones, “excrituras” y antologías, que se elevan a la escandalosa suma de 25 publicaciones.
Mi primer libro trata el tema de la enajenación y escisión del ser en el destierro, el hecho abrumador de duplicarse, de convertirse en dos sin dejar de ser uno, por el que pasa un emigrante. Lo que nunca he podido matizar cuál de los dos en quienes el sujeto poético se convirtió era el otro, quién era el oscuro semejante de quién.
A este debut impreso siguió una trilogía erótica, compuesta por Negro Eterno, Vicio y Burdel Nirvana. Hay un desfiladero temporal entre mi primer libro y el segundo, pues me mantuve durante 8 largos años tratando de adquirir una voz literaria lo más auténtica posible, distinta al menos de la estética marcada por mi generación poética dominicana. Esos 3 libros son los que más marcadamente sondean el lenguaje (de ahí que algunos críticos me empezaran a asociar al neobarroco), lo que constituyó una vuelta a mi impulso original de lo complejo, al instinto cerval con el que empecé a escribir: torciendo el cuello a la sintaxis. Tal vez por eso escribí toda una trilogía, como poeta niño con juguete nuevo.
En una etapa siguiente (quién sabe si no agotada todavía), a causa de haber vuelto a residir un par de años en mi país, redescubrí el mar Caribe –a cuyas orillas había nacido–: su movimiento perpetuo, las olas rizando el rizo, el vaivén de las mareas, la pleamar. Y lo quise replicar en mi poesía. Así, escribí al mismo tiempo un extenso poema en prosa (Pseudolibro, sobre el tiempo y su imposibilidad real) y otro en cantos de versos cortos (Mosaico fluido, el mar visto como un ser viviente, estructura biológica delimitada por la membrana de la tierra). Y volví a este método con Música ósea (acerca del cuerpo y su plasticidad) y Un minuto de retraso mental (los procesos mentales del recuerdo). Quizá ha sido un modo de asumir mi doble, el poema siamés del primer libro.
Recientemente ando en busca del silencio con Poema con fines de humo, último libro publicado.
¿Cuáles fueron los poetas que más influyeron en su obra y de qué modo lo hicieron?
Las influencias de un poeta son, por lo regular, de difícil precisión, y a veces más visibles para el lector que para el propio escritor (que las “padece” como angustia, para estar al tono de Harold Bloom). He leído mucho y de todo, dejándome permear por lo que leo, sea poesía o no. Puedo, no obstante, aventurar algunos nombres, cazándolos como libélulas de mi bosque literario. Por ejemplo, hace unos días me di de golpe con dos poemas que publiqué a los 20 años en una revista del taller literario de la universidad en que estudiaba. Uno de ellos citaba a Lezama Lima y el otro a Roberto Juarroz (a quien conocí personalmente a los 18). Uno de los textos se titulaba “Pastiche de Plotino” y el nombre de aquel taller literario era “César Vallejo”: he ahí influencias que invocar y estrategias de escritura.
También he estado traduciendo poesía desde muy joven, por lo que sospecho que deben haberse inoculado en mi tintero los decires de ciertos poetas norteamericanos, desde la línea Pound-Eliot-Williams, pasando por los objetivistas y John Ashbery, James Schuyler y Philip Lamantia, hasta David Antin, Clayton Eshleman y Lyn Hejinian.
Añadiría a Fernando Pessoa, lo que conduciría a preguntarse cuál de sus personas, además de que no hablo portugués.
¿Cómo se sitúa usted dentro del panorama poético latinoamericano actual?
Como un ave rara (con plumaje mixto de distintas especies). Siempre he sido un outsider de grupos, tendencias, generaciones, y sé que en literatura a veces se paga caro el no pertenecer. Pero vale la pena que la pluma vuele de manera libérrima, a contracorriente o remando por las márgenes. Me fui por el camino de la comunicabilidad oblicua, y no me quejo por llegar más tarde, rechazando los atajos. Me he propuesto irritar, remover, incomodar más que agradar con esos textos que tienen incluso la fortuna de que alguien transija en llamar “poemas”. Esa es la razón por la que he “sacado la lengua” (literaria) a mis lectores publicando como poemarios catálogos de moda, diccionarios o playlists. Dos de mis libros se titulan “Prosa” y otro es un “seudo” libro, un falso libro, un libro que no es tal, que da igual cómo se lea, pues no conduce a ninguna parte. El prototipo sería Oliverio Girondo, quien publica un libro complejo bajo el tramposo nombre de 20 poemas para ser leídos en el tranvía, y lo comienza señalando la ridiculez supina del “prejuicio de lo Sublime”.
Si la literatura es un concierto de palabras, a mí me encanta desconcertar. Pero no soy el único en el panorama poético latinoamericano actual, de modo que, rara avis, vuelo a solas, pero no solo: varios vamos rompiendo la armonía de la nube de estorninos, corrompiendo la bandada de las letras.
¿Cómo define las características temáticas y formales de Seis amnesias, su último título publicado por el sello Pro Latina Press, de Nueva York?
Mi libro Seis amnesias es una compilación de partes de 6 libros premiados: Negro Eterno (accésit Premio Nacional de Poesía Casa de Teatro 1996), Vicio (accésit Premio Nacional de Poesía Casa de Teatro 1998), Burdel Nirvana (Premio Nacional de Poesía Casa de Teatro 2000), Mosaico Fluido (Premio Nacional de Poesía Emilio Prud’Homme 2005), Pseudolibro (Premio Nacional de Poesía Universidad Central del Este 2006) y Un minuto de retraso mental (Premio Nacional de Poesía Emilio Prud’Homme 2013). El hilo maestro que los une son los galardones. Pero también representan mis segunda y tercera fases de escritura ya descritas en la primera respuesta a esta entrevista, dejando deliberadamente fuera la primera (el prototipo, el ensayo, la etapa de gateo) y la más reciente, que está en proceso.
¿Por qué amnesias?, nos podrían cuestionar. Lo responde mejor el comentario en contratapa: “la manera más sublime de continuar un hilo de escritura es olvidarla a medida que esta recibe la luz de la impresión y hasta que vuelva a ser iluminada por el ojo de un lector. Por eso Seis amnesias renace cada vez que alguien abre este libro y recobra en muestras de Negro eterno, Vicio, Burdel Nirvana, Mosaico fluido, Pseudolibro y Un minuto de retraso mental la trayectoria fulgurante de una poética singular.”
Me emociona que Pro Latina Press incluyera este libro mío en su ya prestigiosa Colección Gala de Poesía. Y más por un detalle: aunque parezca increíble, es mi primera publicación en Nueva York, mi segunda ciudad-país, donde he vivido la mitad de mi vida.
¿Cuáles son sus próximos proyectos poéticos?
Tengo por costumbre no comentar detalladamente sobre proyectos literarios en agraz. Me gusta que maduren. Uno suele decir “estoy escribiendo un libro” y, sin embargo, un libro solo es libro una vez escrito, cuando adquiere una forma definida (no necesariamente impresa). Prefiero hablar de Work in Progress. Pero llevo varios rumbos de escritura, varios cuadernos que se van borroneando, inéditos –me parece que siete– que tomo y dejo, abordo y anclo en aguas mansas hasta que pase la tormenta, y que avanzan a distintas velocidades. De manera general, puedo adelantar que escribo uno de haikú (450 escritos ya, que pretendo llevar a mil), un bestiario, uno que imita una novela, otro que es un texto abierto sobre el misterio de la materia (y que tal vez sea póstumo), uno de aforismos desaforados y dos más de tema trágico: un siniestro personal y un drama colectivo.
¿Cuál es su visión de la poesía latinoamericana contemporánea?
La poesía latinoamericana del momento ha sabido respirar ante la desaparición de grandes movimientos y voces por un lado, y ante el empuje de un abrumador proceso de banalización del hecho poético por otro. Se agotaron las vanguardias, y empezó la dispersión, pero entonces, todavía, se podían distinguir poéticas particulares: César Vallejo, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Lezama Lima, Nicanor Parra, Octavio Paz, en fin, los “fundadores de la nueva poesía latinoamericana”, como los llamó Yurkievich, y otros más.
Sumada al caldo cierta poesía española, en un diálogo cada vez más fértil, estos ingredientes han condensado en el caldo poético de hoy, en el que priman las fusiones, la intertextualidad, lo anticonvencional, las apuestas arriesgadas. No podemos decir que la poesía latinoamericana contemporánea se caracterice por la indefinición, acaso sí por elusiva y por la práctica del desplazamiento.
El canon estalló como granada de mano, y luego vino la internet, los followers, los likes, el cocimiento del texto aprisa y su comercialización antes de que se convierta en fiambre indigestible. El signo de estos tiempos es que el centro se encuentra en todas partes, y la poesía nos embosca desde un no-lugar con nombres, arrojando sus palabras expansivas.
Respecto de su labor como gestor cultural, ¿en qué consiste y bajo qué principios la desarrolla?
Soy gestor cultural por vocación, profesión y oficio, es decir, por ímpetu natural, académicamente y en la práctica. Realicé una maestría en la gestión de proyectos culturales y creativos y diplomados en edición y gestión cultural, pero, mientras iba acumulando certificaciones oficiales y académicas, llevaba añales como editor de libros y revistas, armador de diccionarios culturales y directorios de escritores, organizador de festivales de poesía, congresos de teoría, conferencias magistrales, etc. Los diplomas, como un certificado de nacimiento, solo vinieron a enunciar una realidad de hecho.
El germen de todo estuvo en mi prehistoria literaria, pues en la adolescencia participé en la fundación –y fui directivo de– círculos y talleres literarios, así como en proyectos de distintas revistas, en su mayoría efímeras. Una vez en el exilio en Nueva York, creé en los 90 la editorial Cantus Firmus, que alcanzó a publicar a 3 autores medulares: José Kozer, Eduardo Espina y Silvia Guerra. Después acudí al llamado de la patria para dar forma a la Editora Nacional, frente a la cual estuve por 12 años (2004-2016) y edité cerca de 800 libros. Al mismo tiempo, fundé otra editorial (Libros de Viento y Borra) y formé parte del comité organizador del Festival Internacional de Poesía de Santo Domingo, de cuya última etapa fui director, hasta su desaparición en 2020. Actualmente continúo como editor de contenido de una revista, corrector de estilo y editor freelance.
NOTA: Esta entrevista también ha sido publicada simultáneamente por 7 medios literarios y culturales en distintos países: “Ala de Cuervo” en Venezuela, “Red y Acción” en Colombia, “Alba Volante Nueva” en Canadá, “Todo Literatura” en España, “Revue d’Art et de Littérature, Musique” en Francia, “Hawansuyo”, de Nueva York y “Cinosargo” en Bélgica.